En
la comarca del Maestrazgo, Cantavieja es un nido de rapaz, difícil
de alcanzar por tierra. Su situación privilegiada la convirtieron en
el siglo XIX, en uno de los baluartes más destacados del Carlismo.
Por este posicionamiento político y social, la población turolense
sufrió varios asedios a lo largo de esta centuria.
Cantavieja
se enclava en el corazón del Maestrazgo, una tierra dura y gélida,
castigada por las ventiscas y por las heladas invernales. Algunas
plantas que hemos visto por el camino serrano, recuerdan a la flora
ártica (como en Laponia). Nos encontramos en pleno Sistema Ibérico,
junto al río Cantavieja, en la provincia de Teruel, muy cerca de las
frontera provincial con Castellón.
Un
auténtico nido de rapaz que se eleva sobre las tierras del
Maestrazgo, 1200 metros sobre la planicie, capital medieval de la
comarca, una plaza fuerte codiciada por el Temple y por el Hospital.
En estas regiones serranas, las ciudades, como atalayas y miradores,
se establecen en las alturas: Cuenca, Albarracín, Cantavieja,
Morella . . . A lo largo de la Edad Media se fue forjando la
personalidad cultural (e histórica) del Maestrazgo. Precisamente es
durante el Medievo la época en que se configura el urbanismo de
estos pueblos (tan atractivos para los viajeros del siglo XXI).
Una
leyenda cuenta que la fundó Amílcar Barca, el victorioso general
cartaginés, y la llamó Cartago Vetus. En los documentos medievales
aparece como Cantavellam. En el blasón aparecer una torre flanqueada
por dos leones rampantes. En la cima una anciana ¿cantando?.
Plaza
Mayor porticada, sobria y serrana. La plaza de Cristo Rey, a la que
abren sus puertas el Ayuntamiento gótico y la Iglesia renacentista.
En el centro de la plaza se desarrolla la celebración de las
vaquillas y las tranzas, la subasta pública de los despojos del
animal durante las fiestas patronales en honor a Santa Vicenta y la
Virgen de Loreto (ubicada en el Camino del Cid). Un conjunto de
edificios que van del románico al gótico, y al barroco. Y todo
deliciosamente concentrado en un reducido espacio.
Esta
casa odia la maldad, ama la paz, castiga los crímenes, conserva los
derechos y honra a los honestos. Es la declaración de principios que
se puede leer (si se conoce la lengua latina) en la fachada del
Ayuntamiento, uno de los más antiguos de la comarca, levantado a
finales de la Edad Media.
La
iglesia gótica de San Miguel, del siglo XV, es una de las joyas
arquitectónicas que podemos disfrutar mientras paseamos por
Cantavieja. Esta iglesia fue construida en 1411 por Gonzalo de Funes
y terminó siendo sepultado en su interior. Gonzalo de Funes llegó a
ser Castellán de Amposta de la Orden de San Juan, y fundó una
capellanía bien dotada en esta iglesia.
La
Orden del Temple – como otras órdenes militares – apoyaron a la
Corona de Aragón en la conquista y defensa de la comarca. Cantavieja
fue incorporada al reino en época de Alfonso II. En este sentido los
templarios pudieron establecer una bailía centrada en Cantavieja,
que incluía las aldeas aledañas. Un territorio abrupto, extenso,
escasamente poblado y poco fértil para la agricultura; la forma más
eficiente de tener controlada esta región era ponerla bajo el
dominio de las Órdenes Militares.
Los
templarios se atrincheraron entre estos muros y sufrieron un penoso
asedio después de la disolución de la orden. Este es nuestro
hogar, y de aquí no nos echarán. Ocho largos meses aguantaron el
asedio hasta ser completamente derrotados. Lo mismo hizo el general
Ramón Cabrera, apodado el Tigre del Maestrazgo, en el siglo XIX.
Durante las Guerras Carlistas instaló aquí su cuartel general. La
expulsión de los templarios fue ordenada por el rey Jaime II y tras
finiquitarlos, los hospitalarios se hicieron con el dominio de
Cantavieja. El torreón del castillo se convirtió posteriormente en
la ermita del Santo Sepulcro, punto final del recorrido del Calvario.
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