Nace
Alemania. Camina en solitario y deja en el camino a Francia. Dos
países (nacidos de la desmembración del Imperio Carolingio) que
durante siglos no conocerán una paz duradera entre ellos. Otón era
hijo de Enrique el Pajarero, aquel guerrero que detuvo a los
peligrosos magiares e iniciador de la enérgica dinastía otónida.
A
la muerte de su padre, Otón I fue coronado en Aquisgrán (capital
espiritual de Alemania) por el arzobispo Hüdebrando, Rex et
sacerdos. La idea de restaurar el Imperio Carolingio rondaba su
cabeza cuando acudió a Italia en ayuda del Sumo Pontífice. En 962,
en Roma, fue coronado emperador (Kaiser) por el papa Juan XII. La decadencia,
de capa caída, que vivía Italia, llevó a Otón a considerarse el
poder más sólido (y estable) de la Cristiandad. Nacía así, el
Sacro Imperio Romano Germánico. Otón es conocido, con toda
justicia, el Carlomagno de Alemania.
Otón
I ejerció su dominio sobre buena parte de Europa Occidental y además
en un solo año, 955, supo conjurar los peligros húngaro y eslavo en
sendas batallas, Lechfeld y Recknitz. Desde el punto de vista de la
cultura, y contando con el apoyo de su hermano Bruno, arzobispo de
Colonia, el emperador se convirtió en auténtico mecenas y patrocinó
el conocido como Renacimiento otoniano. Otón II, hijo tenido con su
segunda esposa, Adelaida de Italia, se convirtió en su sucesor.
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