lunes, 12 de agosto de 2019

LA CASA DEL HIDALGO.




Después de subir y bajar a la sierra de Campo de Criptana, para sentir en la piel los aires de la Mancha, encontramos acomodo en Alcázar de San Juan, capital de los caballeros hospitalarios y que pretende ser la cuna (otra) de Cervantes. Paseando por sus calles señoriales encontramos la Casa del Hidalgo. En un edificio como este tuvo su morada Alonso Quijano antes de metamorfosearse en el Caballero de la Triste Figura.


Los hijos de algo, el reducto más ínfimo y orgulloso de la vieja nobleza castellana de espada. La casa, dispuesta en dos plantas, era la morada en la que vivía la familia. Estaba construida de tal manera que la distribución de sus espacios, sus formas y decoración reflejan el estatus social de su propietario.


La obra aprovecha los materiales que tenía a sus disposición: tierra, piedra, cal, arena, yeso, madera y carrizo. Las técnicas incluían el tapial, la mampostería, la argamasa, el ladrillo y el adobe. El conjunto arquitectónico incluía los edificios residenciales, una parte dedicada a los animales y aperos para las faenas del campo, lugares destinados al almacenamiento de las cosechas y para la transformación y conserva de alimentos.


La fachada de la casa era un escaparate donde el hidalgo comunicaba a vecinos y viajeros todo tipo de información relativa a su persona y a las labores que se desarrollaban en la casa. Con los escudos o blasones se indicaba el rango social del propietario de la vivienda, y con los vítores (esas letras de cuidada caligrafía) se demostraba que se poseía formación universitaria. También se le daba un uso comercial, y en ese sentido la fachada era como un gran escaparate; un sarmiento o una rama de olivos colgados encima de la puerta quería decir que en la casa se vendía vino o aceite. Durante las festividades la fachada se decoraba con telas, colchas y flores específicas de la celebración que se desarrollaba.




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