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miércoles, 22 de enero de 2025

VENTA DE BORONDO.

 



El Caminante abandonó la ruta xacobea y se dedicó a deambular por tierras manchegas, y por más que camine nunca consigue alcanzar el horizonte. Y en el Campo de Calatrava, muy cerca de Daimiel decidió parar y hacer noche en la Venta de Borondo. Alguien que pasaba por allí le contó al caminante la historia de un flacucho hidalgo que veló armas en el patio de la venta, en la ilusión de ser armado caballero al despuntar el alba. En este punto de mi camino ya no tengo claro quien sueña con quien.




No fue en una recogida ermita sino en un corral morroñoso donde el hidalgo Alonso Quijano preparó, como es debido, la ceremonia de investidura. Sin su celebración no podía ingresar en la honorable hermandad de la caballería andante. El torreón de la venta le confiere al conjunto al aspecto definitivo de fortaleza. El alcaide del castillo creyó haberse convertido en ventero.




En 1605 fue publicada la novela y Quijote dejó de pertenecer a Cervantes. El Príncipe de los Ingenios concedió el don de la libertad a su criatura. La silueta del caballero de la Triste Figura se puede materializar en cualquier venta, castillo, prado, camino, villa o aldea de la Mancha, y aún más allá. Pero como los vampiros Quijote necesita la tierra de sus ancestros para descansar y recuperar sus poderes. Un personaje atrapado dentro de los límites naturales de su propio mundo. Alcalá de Henares, Albacete, Cuenca y Toledo son las grandes urbes del universo quijotesco (un universo que estoy dibujando en mi mente). En este macrocosmos caben también el Toboso, la casa del Hidalgo, el corral de Comedias, Calatrava la Nueva, las Tablas de Daimiel, Alarcón, las brujas de Daimiel, la Motilla del Azuer, Campo de Criptana, Sara Montiel y Luis Cobos, Ciudad Real, Villanueva de los Infantes, Venta de Borondo, Puerto Lápice, los vinos de Valdepeñas, los duelos y los quebrantos, las ovejas, los molinos de viento, el otoño, el tórrido verano, los humedales, el monasterio de Uclés, el hermoso doncel de Sigüenza, las letras, el teatro, la novela y la poesía . . .




En la Mancha aún podemos sentir en la piel el cambio de estaciones; los vientos otoñales, las heladas del invierno, la floración primaveral o el tórrido verano. ¿Qué momento eligió el hidalgo Alonso para echarse a los caminos y meterse en la piel del caballero de la Triste Figura?.




En un lugar como este, o en esta misma Venta de Borondo, nunca se sabe, fue armado caballero el hidalgo Alonso Quijano. Últimamente me siento como él, totalmente ajeno (y desconectado) a la realidad que me rodea.


sábado, 17 de agosto de 2019

LOS NUEVE DE LA FAMA.




La Edad Media, esa época oscura que prolonga su existencia desde la caída del Imperio Romano de Occidente, hasta la conquista turca de Constantinopla, es un período de efervescencia cultural (a contrario de la creencia generaliza de atraso y regresión), cuyas creaciones han traspasado fronteras físicas y temporales. Monjes y escritores, juglares y trovadores, goliardos y profesores de universidad, dieron forma a un interesante universo literario, cuyos ecos traspasaron el Barroco y nuestro celebrado Siglo de Oro, para irrumpir con nuevos bríos en el Romanticismo y llegar, más o menos transformado, hasta nuestros día. Entre estos temas ocupa un lugar destacado el de los Nueve de la Fama, otros tantos nombres convertidos en modelos ideales de caballero, el héroe medieval por antonomasia.

Estos Nueve caballeros de la Fama se distribuyen en tres triadas que representan a tres mundos religiosos diferentes pero a la vez complementarios: el judaísmo, el paganismo clásico y el cristianismo medieval. Jacques de Longuyon fue el primero en agruparlos de esta forma y bajo este nombre en su Voeux du Paon, en el año 1312.

La Triada del Antiguo Testamento está formada por Josué, uno de los profetas de Israel que condujo a su pueblo a conquistar las tierras de Canaan, el rey David, arquetipo de rey guerrero en le Biblia y Judas el Macabeo, líder de la revuelta de los macabeos contra el dominio seleúcida.

La Triada pagana está formada por tres de los héroes de la Antigüedad Clásica; Héctor, el hijo de Príamo rey de Troya, Alejandro Magno, el conquistador más grande de todos los tiempos y Julio César, paradigma de estadista que aúna su capacidad militar y sus dotes como político.

La Triada cristiana, plenamente medieval, la componen los tres caballeros que definieron con su ejemplo la Orden Universal de Caballería: el emperador Carlomagno, renovador de la idea imperial, el legendario rey Arturo, cuyas hazañas se pierden en la brumas de la leyenda y el triunfador de la primera cruzada, Godofredo de Bouillón, convertido en Protector del Santo Sepulcro.


Pinturas, miniaturas, esculturas, múltiples y variadas son las representaciones medievales (y aún posteriores) de los Nueve Caballeros, apareciendo siempre agrupados en tres grupos de tres. Cada uno con los elementos identificativos, incluyendo el blasón.

Este lugar literario común fue motivo de significativas adaptaciones, como Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, y sus nueve seguidores iniciales, encargados de extender el catolicismo y el espíritu de la Contrarreforma por todo el Orbe.

Don Quijote de la Mancha, caballero andante como pocos han existido, no tiene reparo en compararse con ellos: “Yo sé quien soy – respondió don Quijote -, y sé que puedo ser, no sólo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aún todos los Nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajarán las mías”.

lunes, 12 de agosto de 2019

LA CASA DEL HIDALGO.




Después de subir y bajar a la sierra de Campo de Criptana, para sentir en la piel los aires de la Mancha, encontramos acomodo en Alcázar de San Juan, capital de los caballeros hospitalarios y que pretende ser la cuna (otra) de Cervantes. Paseando por sus calles señoriales encontramos la Casa del Hidalgo. En un edificio como este tuvo su morada Alonso Quijano antes de metamorfosearse en el Caballero de la Triste Figura.


Los hijos de algo, el reducto más ínfimo y orgulloso de la vieja nobleza castellana de espada. La casa, dispuesta en dos plantas, era la morada en la que vivía la familia. Estaba construida de tal manera que la distribución de sus espacios, sus formas y decoración reflejan el estatus social de su propietario.


La obra aprovecha los materiales que tenía a sus disposición: tierra, piedra, cal, arena, yeso, madera y carrizo. Las técnicas incluían el tapial, la mampostería, la argamasa, el ladrillo y el adobe. El conjunto arquitectónico incluía los edificios residenciales, una parte dedicada a los animales y aperos para las faenas del campo, lugares destinados al almacenamiento de las cosechas y para la transformación y conserva de alimentos.


La fachada de la casa era un escaparate donde el hidalgo comunicaba a vecinos y viajeros todo tipo de información relativa a su persona y a las labores que se desarrollaban en la casa. Con los escudos o blasones se indicaba el rango social del propietario de la vivienda, y con los vítores (esas letras de cuidada caligrafía) se demostraba que se poseía formación universitaria. También se le daba un uso comercial, y en ese sentido la fachada era como un gran escaparate; un sarmiento o una rama de olivos colgados encima de la puerta quería decir que en la casa se vendía vino o aceite. Durante las festividades la fachada se decoraba con telas, colchas y flores específicas de la celebración que se desarrollaba.




domingo, 11 de agosto de 2019

CAMPO DE CRIPTANA.




. . . ves allí, amigo Sancho, donde se descubren treinta, o poco más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla . . .



Quiere una hermosa tradición que aquellos gigantes con los que Don Quijote entabló batalla son los molinos que aún hoy son visibles en el cerro que domina la villa manchega de Campo de Criptana. Estamos en Tierra de Gigantes.



Gustavo Adolfo Bécquer, y tal vez don Miguel de Cervantes si se me permite la mención, son los únicos autores que se atrevieron a explorar un mundo de aventuras y fantasía. Siempre me he preguntado porque España, una tierra prolífica en grandes literatos, jamás alumbrase a un Verne o a un Dumas, un Stevensson, un Walter Scott o un Goethe. La crítica literaria patria siempre trató de defenestrar a todas aquellos autores que se decantaron por la magia, la aventura y la fantasía. Pero aquí en La Mancha ocurren cosas extraordinarias, como que dos rameras analfabetas se convirtieran en damas de la nobleza, o que un ventero simple y ramplón, tenga el honor de armar a un caballero andante.



Carreteras largas, rectas, infinitas, cruzan pueblos y villas, y llegan hasta la Plaza Mayor, a la puerta misma de la Parroquia. Los gigantes de Campo de Criptana, se elevan por encima de la planicie manchega. La literatura, y más tarde el cine, han forjado a lo largo de los siglos la imagen mental que todos tenemos de La Mancha.




Campo de Criptana (con el Toboso, Argamasilla de Alba y Alcázar de San Juan) configuran una ruta de ensueño, a través del País del Quijote. Cualquiera de las cuatro localidades es un buen punto de partida (o de paso) para entrar de lleno en La Mancha, perderse por sus caminos y dejarse atrapar por las letras y el paisaje.



Los molinos de Campo de Criptana ya no muelen nada. Treinta o cuarenta hubo en tiempos de Cervantes. “La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o poco más, desaforados gigantes, con quienes hacer batalla . . . “, exclama don Quijote al pasar por aquí. Hoy quedan unos diez. Se los ves en las pardas crestas, indiferentes y blancos, espiando la inmensa llanura sin confines. El viajero sospecha que Cervantes se fijó en ellos debido a su exotismo, pues resulta dudoso que antes de los Austrias se posasen en los pelados cabezos. Hoy el progreso no quiere saber nada de ellos, y si sobreviven es gracias a la literatura, que les ha otorgado el valor de las reliquias sagradas.
Viaje al corazón de España.
Fernando García de Cortázar.





Pósito Real. Es un edificio construido en el siglo XVI, ampliado posteriormente en el XVII. Este Pósito fue la sede de un banco agrícola, administrado por el ayuntamiento, y prestaba grano a los campesinos en épocas de carestía, como un adelanto del año venidero.




La fuente del Moco se ubica en las Escalerillas que suben (y bajan) al Cerro de la Paz.



El conocido como Albaicín de Campo de Criptana forma el núcleo de población original de la villa. Su denominación deriva de su topografia especial, y por que a fines del siglo XVI se asentaron aquí familias moriscas procedentes de Granada. El entramado de callejuelas recuerda lejanamente al más sombrío, fresco y animado Albaicín granaino.



El bachiller Sansón Carrasco, amigo y rival, némesis de Don Quijote, también es recordado aquí.



La ermita de la Virgen de la Paz, ubicada en el cerro, se mimetiza con el resto de edificios del barrio alto. Su exterior muestra los elementos propios de las viviendas que existen a su alrededor; rejería, teja curva árabe y paredes encaladas. Vista desde lejos es difícil identificar al edificio como ermita.





Sobre el otero que domina la llanura sin límite se levanta el Santuario de la Virgen de Criptana, adonde seguramente peregrinó más de dos veces Sara Montiel, no tanto por virgen como por criptanense. La hija más ilustre para el skyline más inmortal e inmortalizado de Castilla: los diez molinos de viento que coronan el espinazo de la sierra, a cuya falda nace el luminoso barrio blanco de Albaicín, y bajando, bajando, se derrama el pueblo entero. Se sopesó conceder a Sara el título oficial de undécimo molino de Criptana, pero se optó finalmente por encerrar su legado en Culebro, nombre del molino que custodia el Museo Sara Montiel.
En el Camino de Don Quijote, 400 años después.
Jorge Bustos. El Mundo.



Un oficio estrechamente vinculado a los campos de la Mancha es el de molinero. La persona que comprende los entresijos de la maquinaria y es capaz de hablar con los vientos. Los hijos de Eolo le dicen como y cuando comenzar la molienda del grano.



Es allí donde el paisaje quedó inmortalmente caracterizado por los molinos de viento. Pero el lector del Quijote que quisiera darse una idea del escenario de uno de sus episodios y buscara aquellos molinos, se llevaría una desilusión. Sólo en el campo de Criptana quedan algunos formando conjunto, aunque ni con mucho se acercan a los “treinta o poco más” que señaló Cervantes. En 1928 estaban en pie cinco, aunque en tan malas condiciones que su funcionamiento era imposible. Azorín, a comienzos de siglo, los vio aún funcionar, y por él se sabe entre la gente letrada que su implantación no data de más allá de 1575, lo cual explica, en parte, la sorpresa de don Quijote al contemplarlos. Productos de la técnica medieval, los molinos de viento alcanzaron nuestro suelo por influencia de los Países Bajos, tan relacionados con España en la época de los Austrias, y son un ejemplo de elemento cultural que por su poca adecuación tiene una vida efímera en comparación con otros.
Julio Caro Baroja.
Los pueblos de España II.



Las viejas casas cuevas, excavadas en la roca, originarias del siglo XVI, pueblan los barrios altos de la villa. Estas casas servían de almacén y también de refugio al molinero.



Los molinitos de Criptana andan y andan.
Azorín. La Ruta de Don Quijote.



Según el catastro del Marqués de la Ensenada, en 1752 hubo censados un total de 34 molinos de viento. Esta era la población que más molinos reunía.



Infanto, Burleta y Sardinero son los tres molinos originales del siglo XVI que aún se conservan en esta localidad. Con la estructura y mecanismo de la época y en los que se escenifican moliendas tradicionales de la misma forma que se hacían antaño. Además de los originales se conservan otros diez molinos restaurados y tres en ruinas. En uno de ellos se ha instalado una oficina de atención al turista y otro es la sede de un pequeño museo dedicado a Sara Montiel. Un molesto bar de moda ha invadido la zona donde se ubican estos famosos molinos. La primavera, el sol del Domingo de Ramos y un ambiente excesivamente festivo. La muchedumbre mata el espíritu quijotesco de este bonito rincón de la geografía española.



Siguiendo los pasos de don Alonso Quijano y su leal amigo y escudero, Sancho Panza, encontré la belleza hecha mujer, una sex symbol en una época que estaban prohibidas, la inigualable Sara Montiel. Por mi edad tan solo puede conocer su decrepitud, pero hemerotecas y filmotecas están ahí para algo. De estas tierras salen, han salido y seguirán saliendo personalidades arrolladoras, sin complejos y seguras de su forma de ser y de actuar. Como muestra tres botones, Pedro Almodovar, José Luis Cuerda y Sarísima.



Calles empinadas, casas encaladas y ornamentadas con una llamativa franja azul, abandonan con cierta brusquedad la plaza Mayor y se encaraman en la montaña, buscando la zona más alta, la cumbre dominada por los gigantes. La Sierra de los Molinos y el sugerente barrio del Albaicín conforman el núcleo literario de esta singular localidad manchega.




En el cerro te esperan los gigantes de cuatro aspas, que parecen dibujar una Rosa de los Vientos sobre el inmaculado cielo de la Mancha. El blanco y el azul son los colores identitarios de este pueblo que comienza a existir de abajo hacia arriba. Los mozos y las mozas debían acarrear el grano desde los campos de cultivo a la base de los molinos. La faena más dura corresponde al molinero. Cuanto ha evolucionado la técnica desde aquellos molinos de mano que aparecieron durante el Neolítico hasta estos Titanes de la Molienda. En ese momento el ser humano se desligó definitivamente del resto del Reino Animal. Fuimos capaces de elaborar nuestro propio alimento. De Ceres, cereal y cerveza. Prometeo nos regaló el fuego, y pudimos convertir la harina en pan. La espiga resiste, se dobla pero no se quiebra, adapta su cuerpo a las exigencias del viento. Doce vientos, dicen, soplan en Criptana.



Y hay quien dice, con razón o si ella, que el ilustre don Miguel de Cervantes se inspiró en los molinos de Criptana . . . y lo que parecían molinos de viento resultaron ser gigantes . . .



. . . los gigantes de Campo de Criptana, por mas que el bueno de Sancho se empeñase en ver molinos. . .



viernes, 9 de agosto de 2019

LAS LAGUNAS DE RUIDERA.




Las más conocidas de las lagunas manchegas son tal vez las de Ruidera, así bautizadas por el ruido del agua al caer en cascada de una en otra y que deben su origen a hundimientos del terreno. (Fauna Ibérica y Europea. Félix Rodríguez de la Fuente. Salvat).


Entre las provincias de Ciudar Real y Albacete se extiende el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera, creado en el año 1979. Este complejo natural está formado por el embalse de Peñarroya (junto al castillo medieval del mismo nombre) y un total de dieciséis lagunas escalonadas y conectadas entre sí por cascadas, corrientes subterráneas y torrenteras, encajadas en el Valle del Alto Guadiana. Este oasis lacustre contrasta con la extrema aridez del paisaje que lo rodea. Un entorno de matorral y monte bajo, típico del bosque mediterráneo, en el que conviven las aves esteparias y las acuáticas, en un enclave único de la Península Ibérica.


Don Quijote, el caballero andante de nuestro Siglo de Oro, llegó hasta este paraje y penetró en la cueva de Montesinos. Allí, bajo tierra, escuchó la triste leyenda de las lagunas de Ruidera: 


[…] y, por más señas, primo de mi alma, en el primero lugar que topé, saliendo de Roncesvalles, eché un poco de sal en vuestro corazón, porque no oliese mal, y fuese, si no fresco, a lo menos amojamado, a la presencia de la señora Belerma; la cual, con vos, y conmigo, y con Guadiana, vuestro escudero, y con la dueña Ruidera y sus siete hijas y dos sobrinas, y con otros muchos de vuestros conocidos y amigos, nos tiene aquí encantados el sabio Merlín ha muchos años; y, aunque pasan de quinientos, no se ha muerto ninguno de nosotros: solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora, en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha, las llaman las lagunas de Ruidera; las siete son de los reyes de España, y las dos sobrinas, de los caballeros de una orden santísima, que llaman de San Juan. Guadiana, vuestro escudero, plañendo asimesmo vuestra desgracia, fue convertido en un río llamado de su mesmo nombre; el cual, cuando llegó a la superficie de la tierra y vio el sol del otro cielo, fue tanto el pesar que sintió de ver que os dejaba, que se sumergió en las entrañas de la tierra; pero, como no es posible dejar de acudir a su natural corriente, de cuando en cuando sale y se muestra donde el sol y las gentes le vean. Vanle administrando de sus aguas las referidas lagunas, con las cuales y con otras muchas que se llegan, entra pomposo y grande en Portugal. (Segunda Parte. Capítulo XXIII).


martes, 23 de julio de 2019

LA SEGUNDA DERROTA DE LA CABALLERÍA.




El renacimiento del romanticismo caballeresco, con su renovado entusiasmo por la vida heroica, y la nueva moda de las novelas de caballerías, fenómeno que se percibe por primera vez hacia fines del siglo XV en Italia y Flandes y que alcanza su punto culminante en el siglo XVI en Francia y España, son esencialmente un síntoma del incipiente predominio de la forma autoritaria de Estado, de la degeneración de la democracia burguesa y de la progresiva cortesanización de la cultura occidental. Los ideales de vida y los conceptos de virtud caballerescos son la forma sublimada de que revisten su ideología la nueva nobleza, que en parte asciende desde abajo, y los príncipes, que se inclinan al absolutismo. El emperador Maximiliano es considerado el “último caballero”, pero tiene muchos sucesores que aspiran a este título, y todavía Ignacio de Loyola se llama a sí mismo “caballero de Cristo” y organiza su Compañía según los principios de la ética caballeresca, aunque a la vez con el espíritu del nuevo realismo político. Los mismos ideales caballerescos no son ya suficientemente apropiados; su inconciliabilidad con la estructura racionalista de la realidad política y social y su falta de vigencia en el mundo de los “molinos de viento” son demasiado evidentes. Después de un siglo de entusiasmo por los caballeros andantes y de orgía de aventuras en las novelas caballerescas, la caballería sufre su segunda derrota. Los grandes poetas del siglo, Shakespeare y Cervantes, son nada más que los portavoces de su tiempo; únicamente anuncian lo que la realidad denota a cada paso, a saber: que la caballería ha llegado al fin de sus días y que su fuerza vital se ha vuelto una ficción.


En ninguna parte alcanzó el nuevo culto de la caballería la intensidad que en España, donde, en la lucha de siete siglos contra los árabes, las máximas de la fe y del honor, los intereses y el prestigio de la clase señorial se habían fundido en unidad indisoluble, y donde las guerras de conquista en Italia, las victorias sobre Francia, las extensas colonizaciones y el aprovechamiento de los tesoros de América se brindaban, puede decirse, por sí mismos a convertir en héroe la figura del guerrero. Pero donde brilló con más esplendor el resucitado espíritu caballeresco también fue la desilusión más grande, al descubrirse que el predominio de los ideales caballerescos era una ficción. A pesar de sus triunfos y de sus tesoros, la victoriosa España hubo de ceder ante la supremacía económica de los mercachifles holandeses y de los piratas ingleses; no estaba en condiciones de aprovisionar a sus héroes probados en la guerra; el orgulloso hidalgo se convirtió en hambriento, si no en pícaro y vagabundo. Las novelas caballerescas en realidad se probó que eran la preparación menos adecuada para las tareas que había de realizar un guerrero licenciado para establecerse en el mundo burgués.


La biografía de Cervantes revela un destino sumamente típico de la época de transición del romanticismo caballeresco al realismo. Sin conocer esta biografía es imposible valorar sociológicamente Don Quijote. El poeta procede de una familia pobre, pero que se considera entre la nobleza caballeresca; a consecuencia de su pobreza se ve obligado desde su juventud a servir en el ejército de Felipe II como simple soldado y a pasar todas las fatigas de las campañas en Italia. Toma parte en la batalla de Lepanto, en la que es gravemente herido. A su regreso de Italia cae en manos de los piratas argelinos, pasa cinco amargos años en cautividad, hasta que después de varios intentos fracasados de fuga es redimido en el año 1580. En su casa encuentra de nuevo a su familia completamente empobrecida y endeudada. Pero para él mismo —el soldado lleno de méritos, el héroe de Lepanto, el caballero que ha caído en cautividad en manos de paganos — no hay empleo; tiene que conformarse con el cargo subalterno de modesto recaudador de contribuciones, sufre dificultades materiales, entra en prisión, inocente, o a consecuencia de una leve infracción, y, finalmente, tiene todavía que ver el desastre del poder militar español y la derrota ante los ingleses. La tragedia del caballero se repite en gran escala en el destino del pueblo caballeresco por excelencia. La culpa de la derrota, en lo grande como en lo pequeño, la tiene, como ahora se ve bien claramente, el anacronismo histórico de la caballería, la inoportunidad del romanticismo irracional en este tiempo esencialmente antirromántico. Si Don Quijote achaca a encantamiento de la realidad la inconciliabilidad del mundo y de sus ideales y no puede comprender la discrepancia de los órdenes subjetivo y objetivo de las cosas, ello significa sólo que se ha dormido mientras que la historia universal cambiaba, y, por ello, le parece que su mundo de sueños es el único real, y, por el contrario, la realidad, un mundo encantado lleno de demonios. Cervantes conoce la absoluta falta de tensión y polaridad de esta actitud, y, por ello, la imposibilidad de mejorarla. Ve que el idealismo de ella es tan inatacable desde la realidad, como la realidad exterior ha de mantenerse intocada por este idealismo, y que, dada la falta de relación entre el héroe y su mundo, toda su acción está condenada a pasar por alto la realidad.


Puede muy bien ocurrir que Cervantes no fuera desde el principio consciente del profundo sentido de su idea, y que comenzara en realidad por pensar sólo en una parodia de las novelas de caballería. Pero debe de haber reconocido pronto que en el problema que le ocupaba se trataba de algo más que de las lecturas de sus contemporáneos. El tratamiento paródico de la vida caballeresca hacía tiempo que no era nuevo; ya Pulci se reía de las historias caballerescas, y en Boiardo y Ariosto encontramos la misma actitud burlona frente a la magia caballeresca. En Italia, donde lo caballeresco estaba representado en parte por elementos burgueses, la nueva caballería no se tomó en serio. Sin duda, Cervantes fue preparado para su actitud escéptica frente a la caballería allí, en la patria del liberalismo y del humanismo, y desde luego hubo de agradecer a la literatura italiana la primera incitación a su universal burla. Pero su obra no debía ser sólo una parodia de las novelas de caballerías de moda, artificiosas y estereotipadas, y una mera crítica de la caballería extemporánea, sino también una acusación contra la realidad dura y desencantada, en la que a un idealista no le quedaba más que atrincherarse detrás de su idea fija. No era, por consiguiente, nuevo en Cervantes el tratamiento irónico de la actitud vital caballeresca, sino la relativización de ambos mundos, el romántico idealista y el realista racionalista. Lo nuevo era el insoluble dualismo de su mundo, el pensamiento de que la idea no puede realizarse en la realidad y el carácter irreductible de la realidad con respecto a la idea.


En su relación con los problemas de la caballería, Cervantes está determinado completamente por la ambigüedad del sentimiento manierista de la vida; vacila entre la justificación del idealismo ajeno del mundo y de la racionalidad acomodada a éste. De ahí resulta su actitud ambigua frente a su héroe, la cual introduce una nueva época en la literatura. Hasta entonces había en ella solamente caracteres de buenos y de malos, salvadores y traidores, santos y criminales, pero ahora el héroe es santo y loco en una persona. Si el sentido del humor es la aptitud de ver al mismo tiempo las dos caras opuestas de una cosa, el descubrimiento de estas dos caras en un carácter significa el descubrimiento del humor en la literatura, del humor que antes del Manierismo era desconocido en este sentido. No tenemos un análisis del Manierismo en la literatura que se salga de las exposiciones corrientes del Manierismo, gongorismo y direcciones semejantes; pero si se quisiera hacer tal análisis, habría que partir de Cervantes. Junto al sentido vacilante ante la realidad y las borrosas fronteras entre lo real y lo irreal, se podrían estudiar también en él, sobre todo, los otros rasgos fundamentales del Manierismo: la trasparencia de lo cómico a través de lo trágico y la presencia de lo trágico en lo cómico, como también la doble naturaleza del héroe, que aparece ora ridículo, ora sublime. Entre estos rasgos figura especialmente también el fenómeno del “autoengaño consciente”, las diversas alusiones del autor a que en su relato se trata de un mundo ficticio, la continua transgresión de los límites entre la realidad inmanente y la trascendente a la obra, la despreocupación con que los personajes de la novela se lanzan de su propia esfera y salen a pasear por el mundo del lector, la “ironía romántica” con que en la segunda parte se alude a la fama ganada por los personajes gracias a la primera, la circunstancia, por ejemplo, de que lleguen a la corte ducal merced a su gloria literaria, y cómo Sancho Panza declara allí de sí mismo que él es “aquel escudero suyo que anda, o debe de andar en la tal historia, a quien llaman Sancho Panza, si no es que me trocaron en la cuna, quiero decir, que me trocaron en la estampa”. Manierista es también la idea fija de que está poseído el héroe, la constricción bajo la cual se mueve, y el carácter marionetesco que en consecuencia adquiere toda la acción. Es manierista lo grotesco y caprichoso de la representación; lo arbitrario, informe y desmesurado de la estructura; el carácter insaciable del narrador en episodios siempre nuevos, comentarios y digresiones; los saltos cinematográficos, divagaciones y sorpresas. Manierista es también la mezcla de los elementos realistas y fantásticos en el estilo, del naturalismo del pormenor y del irrealismo de la concepción total, la unión de los rasgos de la novela de caballería idealista y de la novela picaresca vulgar, el juntar el diálogo sorprendido en lo cotidiano, que Cervantes es el primer novelista en usar, con los ritmos artificiosos y los adornados tropos del conceptismo. Es manierista también, y de manera muy significativa, que la obra sea presentada en estado de hacerse y crecer, que la historia cambie de dirección, que figura tan importante y aparentemente tan imprescindible como Sancho Panza sea una ocurrencia a posteriori, que Cervantes — como se ha afirmado — no entienda al cabo él mismo a su héroe. Manierista es, finalmente, lo desproporcionado, ora virtuosista y delicado, ora descuidado y crudo, de la ejecución, por la que se ha llamado al Don Quijote la más descuidada de todas las grandes creaciones literarias, es verdad que sólo a medias con razón, pues hay obras de Shakespeare que merecen igualmente tal título.


Cervantes y Shakespeare son casi compañeros de generación; mueren, aunque no de la misma edad, en el mismo año. Los puntos de contacto entre la visión del mundo y la intención artística de ambos poetas son numerosos, pero en ningún punto es tan significativa la coincidencia entre ellos como en su relación con la caballería, que ambos tienen por algo extemporáneo y decadente. A pesar de esta unanimidad fundamental, sus sentimientos respecto del ideal caballeresco de vida, como no cabe esperar de otro modo ante fenómeno tan complejo, son muy distintos. El dramaturgo Shakespeare adopta ante la idea de la caballería una actividad más positiva que el novelista Cervantes; pero el ciudadano de Inglaterra, más adelantado en su historia social, rechaza la caballería como clase más terminantemente que el español, no tan completamente libre de prejuicios a causa de su propia prosapia caballeresca y de su carrera militar. El dramaturgo no quiere, incluso por razones estilísticas, renunciar al realce social de sus héroes: tienen que ser príncipes, generales y grandes señores para levantarse teatralmente sobre sus contemporáneos, y caer desde una altura suficiente, para causar, con la peripecia de su destino, una impresión tanto mayor.
Arnold Hauser. 
Historia Social de la Literatura y el Arte.


domingo, 21 de julio de 2019

ARGAMASILLA DE ALBA, EL LUGAR DE LA MANCHA.



¿Es este el lugar de la Mancha cuyo nombre fue olvidado deliberadamente por el autor?. La tradición popular local y (parte de) la erudita así lo cree. O así quiere creerlo. Otra tradición, convertida desde hace mucho tiempo, en reclamo turístico, considera que en este lugar de la Mancha, el mismo que vió echar los dientes y partir en busca de aventuras al ingenioso hidalgo, en una vieja bodega reconvertida en improvisada prisión, comenzó Cervantes a escribir su inmortal obra.



Esta es la villa de Argamasilla de Alba, hoy insigne entre todas las de La Mancha. ¿No es natural que todas estas causas y concausas de locura, de exasperación, que flotan en el ambiente hayan convergido en un momento supremo de la historia y hayan creado la figura de este simpar hidalgo, que ahora en este punto nosotros, acercándonos con cautela, vemos leyendo absorto en los anchos infolios y lanzando de rato en rato súbitas y relampagueantes miradas hacia la vieja espada llena de herrumbre?. Azorín.



Paseando por sus calles quedamos atrapados por recuerdos de un tiempo, no tan lejano, que va cayendo en el olvido.



La primera mención de la villa está documentada en 1214, dos años después de la celebérrima batalla de las Navas de Tolosa. Aparece como donación a la Orden de San Juan del castillo de Argamasiella. Según se desprende de las Relaciones Topográficas de Felipe II, Argamasilla de Alba, fue fundada como tal en 1531 – 1532 por Don Juan de Zúñiga, el alcaide del cercano castillo de Peñarroya, y por Don Diego de Toledo, prior de la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén. Lo lógico hubiese sido que la población se hubiese llamado Argamasill de San Juan en honor a su fundador. Esta nueva Argamasilla, que había quedado bajo la jurisdicción de la bailía de Alcázar, se puebla en principio con habitantes de otras villas y aldeas vecinas como la Moraleja y Santa María del Guadiana.



Los comienzos fueron difíciles e inciertos, y en el año 1545 sobrevino la tragedia. Una gran riada inundó el asentamiento, arruinando completamente la antigua iglesia parroquial de la Inmaculada Concepción y obligando a cambiar la ubicación de Argamasilla al emplazamiento actual.



La población alcanzó su apogeo a finales del siglo XVI, culminando con la concesión del título de villa por parte del rey Felipe III en 1612. En el siglo XVII la villa vivió otro momento de crecimiento con el establecimiento de numersosas familias moriscas, que se habían visto obligadas a emigrar tras la rebelión de las Alpujarras. Los nuevos vecinos aportaron todo su saber y conocimiento en técnicas de riego, de construcción y de cultivo.



El infante Gabriel, hijo del rey Carlos III, y prior de San Juan encargó la construcción del Gran Canal del Priorato de San Juan al prestigioso arquitecto Juan de Villanueva, que discurre por el centro de la ciudad, vivificándola y refrescándola. En los inicios del siglo XXI aún sigue funcionando dicho canal. Hasta no hace demasiado tiempo, su cauce estaba jalonado por numerosos molinos de agua.




En la actualidad la población cuenta con unos 7000 habitantes, que basan su economía en la agricultura y la ganadería, y en menor medida en la industria y el turismo.



Argamasilla se ubica cerca de las lagunas de Ruidera, cuyas aguas alimentan la presa y discurren canalizadas por el centro urbano de la villa. Próximo a la villa se levanta la vieja fortaleza medieval, el castillo de Peñarroya y el Pantano del mismo nombre.


La población también rinde homenaje a Alonso Fernández de Avellaneda, el enigmático y desconocido autor de la apócrifa segunda parte del Quijote.



En 1905 Azorín visitó la villa en el contexto del tercer centenario de la publicación de la novela. El resultado fue su obra La Ruta de Don Quijote. Aquí vino buscando el lugar de la Mancha de nombre olvidado y esto es lo que encontró.




Penetremos en la sencilla estancia; acércate, lector; que la emoción no sacuda tus nervios; que tus pies no tropiecen con el astrágalo del umbral; que tus manos no dejen caer el bastón en que se apoyan; que tus ojos, bien abiertos, bien vigilantes, bien escudriñadores, recojan y envíen al cerebro todos los detalles, todos los matices, todos los más insignificantes gestos y los movimientos más ligeros. Don Alonso Quijano el Bueno está sentado ante una recia y oscura mesa de nogal; sus codos puntiagudos, huesudos, se apoyan con energía sobre el duro tablero; sus miradas ávidas se clavan en los blancos folios, llenos de letras pequeñitas, de un inmenso volumen. Y de cuando en cuando el busto amojamado de don Alonso se yergue; suspira hondamente el caballero; se remueve nervioso y afanoso en el ancho asiento. Y sus miradas, de las blancas hojas del libro pasan súbitas y llameantes a la vieja y mohosa espada que pende en la pared. Estamos, lector, en Argamasilla de Alba y en 1570, en 1572 o en 1575. ¿Cómo es esta ciudad hoy ilustre en la historia literaria española? ¿Quién habita en sus casas? ¿Cómo se llaman estos nobles hidalgos que arrastran sus tizonas por sus calles claras y largas? Y ¿por qué este buen don Alonso, que ahora hemos visto suspirando de anhelos inefables sobre sus libros malhadados, ha venido a este trance? ¿Qué hay en el ambiente de este pueblo que haya hecho posible el nacimiento y desarrollo, precisamente aquí, de esta extraña, amada y dolorosa figura? ¿De qué suerte Argamasilla de Alba, y no otra cualquier villa manchega, ha podido ser la cuna del más ilustre, del más grande de los caballeros andantes?.

Todas las cosas son fatales, lógicas, necesarias; todas las cosas tienen su razón poderosa y profunda. Don Quijote de la Mancha había de ser forzosamente de Argamasilla de Alba. Oídlo bien; no lo olvidéis jamás: el pueblo entero de Argamasilla es lo que se llama un pueblo andante.



La Xantipa fue la anfitriona de Azorín. Las palabras que escribió el periodista sobre ella la han sentado en el sillón de la inmortalidad al lado de don Alonso Quijano.



La Xantipa tiene unos ojos grandes, unos labios abultados y una barbilla aguda, puntiaguda; la Xantipa va vestida de negro y se apoya, toda encorvada, en un diminuto bastón blanco con una enorme vuelta. La casa es de techos bajitos, de puertas chiquitas y de estancias hondas. La Xantipa camina de una en otra estancia, de uno en otro patizuelo, lentamente, arrastrando los pies, agachada sobre su palo. La Xantipa de cuando en cuando se detiene un momento en el zaguán, en la cocina o en una sala; entonces ella pone su pequeño bastón arrimado a la pared, junta sus manos pálidas, levanta los ojos al cielo y dice dando un profundo suspiro: -¡Ay, Jesús!


Y en la rebotica del señor licenciado don Carlos Gómez, se reunían los insignes Académicos de Argamasillas, aquellos sabios con los que conversó Azorín, fuerzas vivas del pueblo, depositarios de la historia y la veraz tradición oral de la villa.



Los miembros de Los Académicos de Argamasilla, que aquí celebraban sus veladas cervantinas, emulan a aquellos otros que ideó Cervantes, y que aparecen como autores de varios sonetos y epitafios con los que concluye la primera parte del Quijote; Monicongo, Paniagudo, Caprichoso, Burlador, Cachidiablo y Tiquitoc. Sus nombres indican la intención burlesca del autor.



Yo no he conocido jamás hombres más discretos, más amables, más sencillos que estos buenos hidalgos don Cándido, don Luis, don Francisco, don Juan Alfonso y don Carlos”. Azorín. La ruta de don Quijote CAP. V. Los Académicos de Argamasilla.



El Pósito de la Tercia fue creado en el siglo XVII por voluntad testamentaria de la vecina doña Ana Mondéjar, que dispuso fuera dotado con 800 fanegas de trigo. El edificio fue regentado por una Junta Administrativa que se encargaba de regular la recogida y entrega de los cereales que los campesinos traían hasta este edificio.




Sencilla en sus formas, la iglesia de San Juan Bautista, con el curioso descubierto, es el templo más destacado de Argamasilla.



Rubén Darío, el genial poeta nicaragüense visitó Argamasilla poco antes que Azorín, y como el periodista español también se hospedó en casa de la Xantipa. Darío escribió la crónica de su visita para el diario La Nación: Llevaba carta de presentación para un señor hidalgo que me resultó bachiller y letrado. Fue excelente y eficaz. Me condujo por la villa, y gracias a él conocí todas las calles y rincones del lugar que inmortalizó Cervantes por quererlo olvidar. Conocí al cura y al barbero. Conocí la casa en que habitó el bachiller Sansón, hoy propiedad de la vieja Ventura Gómez Carrasco y su primo Polonio, sus descendientes. Conocí también a descendientes del perilustre cura, que por más señas se llamaba Pérez. Y en la iglesia del lugar, que tiene honores de catedral, vi algo que verdaderamente merece atención muy especial. Es un retablo que no tiene el nombre del pintor. Representa una virgen entre dos santos, y abajo hay dos figuras, las de D. Rodrigo de Pacheco y su sobrina Marcela. La cabeza de él sobre la crespa golilla es del más puro s. XVI; tiene un poco de Cervantes, de un Cervantes joven y meditativo y un poco del Caballero de la Triste Figura. En cuanto a su sobrina, diré que es del más lindo rostro que poeta pudiera cantar y pintor iluminar de frescos colores. Debajo del cuadro está escrita la leyenda siguiente en anticuadas mayúsculas: «Apareció nuestra Señora á este Caballlero estando malo de una enfermedad gravísima, desamparado de los médicos, víspera de San Mateo de 1600. Y, encomendándose a esta Señora y prometiéndole una lámpara de plata, llamándola de día y de noche, de gran dolor que tenía en el cerebro de una gran frialdad que se le ovaló dentro». Hay que recordar que este D. Rodrigo Pacheco es el mismo que hizo encarcelar a Cervantes, por la razón de que el pobre ingenio vino a cobrarle una suma que debía. Parece que a lo del cobro se agregó el haberse enamorado D. Miguel de la Marcela maravillosa, de cuyo nombre quizá se acordó cuando pintó la figura de aquella pastora tan linda que describe en la novela de las novelas. Con la frialdad que tenía ovalada en el cerebro aquel tío celoso mandó encadenar a Cervantes, que bien pudo tomar algo de él para la creación de su personaje.



Parece clara la inspiración del blasón.





Y este es el lugar, del lugar, la Cueva Medrano. En el interior de esta cueva, que fue cárcel y bodega, sufrió presidio don Miguel de Cervantes Saavedra. En el pueblo no duda nadie que fue aquí donde alumbró el ingenioso hidalgo Alonso Quijano.



La cueva está conservada como si Cervantes fuera volver en cualquier momento. Julio Llamazares. El Viaje de Don Quijote.



Esta que véis de rostro amondongado, alta de pecho y además brioso, es Dulcinea, reina del Toboso, de quien fue el gran Quijote aficionado.



Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías.



Sancho Panza es aquéste, en cuerpo chico, pero grande en valor, ¡milagro extraño!. Escudero el más simple y sin engaño que tuvo el mundo, os juro y certifico.


El bachiller Sansón Carrasco, vecino y amigo del hidalgo caballero, cobra protagonismo conforme se va acercando el final de la novela. Si Quijote vivió en Argamasilla, es lógico suponer que también el Bachiller fuese también vecino de la villa.



El labrador lleva siglos trabajando esta tierra mano a mano con Deméter, Cibeles y Perséfone.



En Argamasilla de Alba y alrededores podemos apreciar y aproximarnos a la esencia del paisaje manchego. Un ubicación geográfica muy interesante, entre el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel y el Parque Natural de las lagunas de Ruidera, los humedales manchegos, tan ricos en vistosa avifauna. En definitiva un enclave ideal para comenzar la ruta del Quijote. Yo hice la mía. Si coincide, coincide.



Este es ese lugar de la Mancha de nombre olvidado. Por las calles de Argamasilla quedaron impresas las huellas literarias de Cervantes, de Azorín, y espero que las mías. Cada rincón de esta pequeña y hermosa localidad manchega huele a Siglo de oro. Dulcinea, Sansón Carrasco, Teresa Panza y la Sobrina te acompañan mientras paseas por su rectas callas. No me esperaba encontrar un pueblo tan bonito y pintoresco en esta tierra ocre, de poblaciones anodinas y con un punto de melancolía y tristeza. Argamasilla rebosa vida. ¿Es esta la patria chica, olvidada por Alonso Quijano en una de sus enfebrecidas ensoñaciones?.



Esta región manchega tiene algo difícil de explicar (y si me apuran, de comprender) y de definir, que sin saber como te atrapa. El paisaje monótono de infinitas tonalidades de marrón, el viento incesante de cada día, el inmaculado cielo azul, inabarcable. Esos atardeceres interminables en los que el Sol baña los últimos destellos del día de la ondulada planicie y el ritmo ancestral de los hombres y de las mujeres del campo. Pueblos que parecen dormitar entre el medio día y las dos horas previas al ocaso, casas blancas y sencillas, más prácticas que coquetas, más recias que elegantes. Los inmensos campos de ceral y de vides, y la alargada figura de Alonso Quijano, y de todos los que le siguieron, Cervantes, Azorín, Orson Welles o más recientemente Terry Gillian. La inocente sonrisa de la Señora del Toboso o la honestidad bruta, cruda y honesta del fiel escudero. Una bodega, cueva o prisión, húmeda y aislada, ¿seguro que fue Don Quijote el que perdió la razón?. No, no ocurrió así. En realidad hasta la Cueva de Medrano llegó Alonso Quijano para contar sus aventuras al Príncipe de los Ingenios.


Todos los viajeros que llegan a Argamasilla de Alba, lo hacen siguiendo las huellas del Caballero de la Triste Figura. . .




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