La Tierra de Campos, verde y oro, se muestra infinita. No por sus difusos límites geográficos, sino por todo lo que contiene, todo lo que puedes encontrar cuando transitas por sus caminos.
La historia de la villa de Ampudia podemos remontarla a la Edad Media, en el siglo XIII fue donada al obispado de Pelencia y paulatinamente se fue convirtiendo en un destacado centro comercial y religioso, gracias en parte, a su ubicación estratégica entre los ríos Carrión y Pisuerga.
Lo primero que llama la atención cuando paseas por Ampudia sus calles porticadas, tradicionales y elegantes.
Columnas de piedra, algunas talladas toscamente, y rústicos troncos de árboles, sustentan las casas que abren puertas y ventanas a la calle. Estos soportales llevan en pie desde el siglo XVIII, aunque se piensa que algunos postes datan del siglo XIII.
Bajo los portales abren sus puertas bares y locales, lugares propicios para la reunión social y el alterne.
Un elemento característico, y hasta definitorio, de las pequeñas poblaciones de la Tierra de Campos, son las dimensiones de sus iglesias, auténticas catedrales rurales, como esta Colegiata de San Miguel. Obra gótico-renacentista levantada entre los siglos XV y XVI.
La torre, de sesenta y dos metros de altura, visible desde la lejanía, un faro para labriegos, arrieros y caminantes, es conocida por si belleza y elegancia como 'la Giralda de Campos', o el más poético 'la Novia de Campos'.
En el año 1607 el templo de Ampudia fue elevado a la categoría de Colegiata, trasladada la dignidad desde Husillos, siendo su promotor el valido de Felipe III, Francisco de Sandoval y Rojas, Duque de Lerma. La idea de levantar una iglesia colegial en alguno de sus dominios ya rondaba la cabeza del duque desde el año 1603.
La época dorada de la villa de Ampudia, durante las primeras décadas del siglo XVIII, está estrechamente vinculada con la figura de su poderoso e influyente señor, el citado Duque de Lerma, conde de Ampudia desde 1602 (el rey Felipe III elevó el señorío a la categoría de condado para su valido) y el traslado de la capital del Reino de Madrid a Valladolid.
El Todopodesoro, San Miguel Arcángel y la Virgen María, sobre la Media Luna, inmemorial símbolo de la Gran Madre, en el retablo mayor de la Colegiata.
Don Pedro García de Herrera, privilegiado con el dominio de estas tierras por Juan II de Castilla, y su esposa Doña María de Ayala, patrocinadores y protectores de la iglesia de San Miguel, mucho antes de ser elevada a la dignidad de Colegiata.
En origen los dos sepulcros fueron emplazados en un espacio privilegiado, la Capilla Mayor. Permanecieron en esa ubicación hasta que fueron desmantelados a principios del siglo XVII cuando la iglesia pasó a ser Colegiata. En los años '50 del siglo XX se restauraron y recolocaron en la ubicación actual.
Don Pedro es representado luciendo atuendo militar, testimonio de su condición de Mariscal de Castilla, y de su estamento social (los Bellatore de Aldaberón). Como hombre de armas participó en la toma de Antequera (1410) y dirigió la conquista de Jimena de la Frontera (1431).
Viste armadura y capa, con la diestra sujeta la espada y con la izquierda (desaparecida) hace un gesto de oración. A sus pies un joven paje se lleva las manos a la cabeza con un gesto melancólico.
Doña María de Ayala aparece con la cabeza cubierta y vestiduras ornamentadas, símbolo de la privilegiada posición social de la que gozaba la dama. Depositaria, además de dos virtudes; la piedad, materializada en el pequeño libro de oraciones y la honestidad, evidenciada por el recato y la sencillez de sus ropajes. A sus pies una dueña en actitud orante, y un perro de lanas, que simboliza la fidelidad (cualidad exigida a la mujer desde tiempos inmemoriales).
Era practica habitual que los yacentes fueran representados en compañía de pajes, doncellas y sirvientes, siempre del mismo sexo que el finado, y situados a sus pies. Las iglesias, además de templos de oración y recogimiento, han sido lugares de enterramiento para las élites (sociales, políticas, económicas y religiosas) de cada época. Ante la acumulación de sepulturas en los interiores de las iglesias, se hizo necesario establecer normas y condiciones sobre los lugares que podían ocupar los miembros de los diferentes estamentos sociales. De esta manera privilegios y jerarquías se pretendían mantener más allá de la muerte. Vana ilusión.
Los emplazamientos de mayor privilegio, siendo el más destacado el espacio central de la Capilla Mayor, quedaban reservados al alto clero, los devotos cristianos distinguidos por su piedad, y especialmente a los fundadores del templo, aquellos que habían costeado su construcción. La colocación del sepulcro en este lugar de privilegio solía ser una de las condiciones que se establecían en las cláusulas de dotación. También podían prohibir la construcción de cualquier otro monumento funerario. En los concilios celebrados en el contexto de la Contrarreforma se denunciaron las prácticas de conceder este derecho honorífico más por motivos económicos o de orden social, dejando de lado los méritos o la santidad del difunto.
El castillo levantado por el hijo , y sucesor de Pedro García de Herrera, domina la monumental villa de Ampudia.
De arquitectura sencilla y austera, vecina sagrada del castillo, se levanta la Ermita de Santiago, consagrada al apóstol peregrino.
Construida entre los siglos XVI y XVII, adscrita al castillo sirvió en su día para los servicios religiosos en caso de asedio. En 1970 se produjo paulatinamente su derrumbamiento. Reinaugurada en 1998.
El edifico más emblemático del conjunto monumental de Ampudia es su imponente castillo. Una fortaleza gótica construida entre los siglos XIII y XIV, presenta planta trapezoidal y tres torres cuadradas en las esquinas. La cuarta se derrumbó.
Una fachada elegante, distribuida simétricamente y ornamentada con bellas escaraguaitas de traza flamenca y el escudo blasón del duque de Lerma.
Como curiosidad podemos anotar que en el interior del castillo se firmaron algunos de los documentos que certificaron el traslado de capitalidad de Madrid a Valladolid.
Entre los dueños que ha tenido el castillo a lo largo de su historia, ocupa un lugar destacado don Pedro López de Ayala, Conde de Salvatierra, que tomó partido por la causa comunera en la guerra contra el rey Carlos I.
Ampudia se convirtió entonces en teatro de operaciones durante la Guerra de las Comunidades. Los comuneros Juan Padilla y Antonio de Acuña reconquistaron la plaza que había caído en manos de los realistas, meses antes de la derrota definitiva de Villalar.
Quise ser certero con la espada y convincente con la pluma.







































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