miércoles, 7 de agosto de 2019

PEREGRINO ENFRENTADO A SÍ MISMO.




Desde el comienzo, como una metáfora de la vida, el Camino de pone a prueba. Siento que puedo conectar, de alguna manera, con los hombres y con las mujeres de antaño, aquellos que realizaban todos sus desplazamientos a pie. Legionarios romanos, herreros ambulantes, frailes mendicantes, arrieros, goliardos, peregrinos, anacoretas, los discípulos de Jesús, Marco Polo, los tuaregs a través del Sahara, mensajeros, caballeros andantes, miembros de la Santa Hermandad, estudiantes camino de la Universidad, reyes con su séquito, guardabosques, aguadores, pintores y escritores, emigrantes de toda condición, nuncios papales, obispos y prelados, actores, juglares y titiriteros, buhoneros, recaudadores de impuestos, inqusidores, hombres de fortuna, feriantes, cruzados, colonos, domadores de fieras, chalanes de caballos . . . todo el mundo se mueve, y todo el mundo mueve sus pies.

Veinte kilómetros de marcha dan para mucho; para estar bien, sufrir, desear llegar al destino, llorar y reir, ayudar y ser ayudado, soñar, pensar, padecer hambre y sed, desanimarse, disfrutar . . . todo a ratos, pensamientos y sensaciones que van y vienen, se suceden unas a otras, y en determinados momentos (sublimes) se solapan, se hacen una. Tiempo para encontrarse físicamente bien y tragar kilómetros. Tiempo de sozobra y tiempos de esperanza. Tiempos de ¿qué hago yo aquí? Y tiempos de lo conseguiré cueste lo que cueste. El camino exige un tributo, y tú lo pagas con esfuerzo y sudor, alguna ampolla y una eventual torcedura. La mayor parte del tiempo es mucho más físico que mental (la mente suele desconectar en los momentos más duros, los de mayor esfuerzo y fatiga física).


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