lunes, 18 de febrero de 2019

LA MUERTE DE ROLDÁN




- ¡Padre verdadero, que jamás
dijo mentira, tú que resucitaste a
Lázaro de entre los muertos, Tú que
salvaste a Daniel de los leones,
salva también de mi alma de todos
los peligros, por los pecados que
cometí en mi vida!.
(La canción de Roldán).


La muerte del caballero Roldán después de luchar cuerpo a cuerpo contra numerosos sarracenos y ver caer a todos sus compañeros de armas, es el momento culminante, lleno de emoción y dramatismo del famoso Cantar de Roldán. El emperador Carlomagno, señor de toda la Cristiandad entera, no puede reprimir las lágrimas al encontrar el cadáver de Roldán tendido en le húmeda hierba que cubre los montes Pirineos.

Malherido, moribundo y sangrante, con la vista nublada y sintiendo en lo más profundo de su ser la irremediable cercanía de la muerte, Roldán no pierde ni un ápice de orgullo caballeresco, sopla con fuerza su olifante, cuyo eco retumba en las montañas, e intenta quebrar contra la dura piedra su espada Durandarte, para que no caiga en manos infieles. Vano intento, el acero quiebra la roca. Vuelve a caer, esta vez será la definitiva. Tiende la mano a Dios, implora su perdón y expira. Una corte de ángeles escolta su alma a los cielos, donde ocupará un asiento a la diestra del Salvador.

En algún collado o claro del bosque, debajo de un árbol, junto a una roca, cualquiera de los lugares que hoy pisamos los caminantes que se dirigen a Santiago de Compostela puede ser aquel donde encontró la muerte el valiente guerrero franco.

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