El campo, la vida, la naturaleza, los pájaros, pequeños compañeros del ser humano, con su presencia alegran pueblos y ciudades.
Las Tórtolas turcas (Streptopelia decaocto) han experimentado un espectacular crecimiento durante las últimas décadas. Hoy día es posible verlas por doquier, tanto en el medio rural, como en la ciudad. Parecen mostrar cierta preferencia por los espacios urbanizados.
El Serín Verdecillo (Serinus serinus) se deja ver durante las horas más luminosas del día.
Una pandilla de Mirlos (Turdus merula) se divierte en un charco. Qué felices serían si supiesen que son felices.
La cresta de la cogujada (Galerida cristata) delata su presencia en el suelo terroso. Su camuflaje es prácticamente perfecto. Me parece increíble la cantidad de pájaros que desarrollan su existencia al margen de las masas de árboles. La capacidad de sorpresa es la cualidad de los niños, que muchos nos negamos a abandonar cuando llegamos a la edad adulta. Pasear por el campo nunca deja de sorprendernos.
La silueta del estornino (Sturnus vulgaris) es inconfundible. El invierno acabó, y la mayoría de los estorninos se fueron con él. Pero volverán, es el ciclo del eterno retorno.
Su pico gordo y el amarillo chillón de sus plumas, son las señas de identidad del Verderón Común (Chloris chloris).
El Abejaruco (Merops apiaster) luce una intensa gama de colores. Suele frecuentar aguas estancadas y modestos cursos, y nidifica en paredes, canteras abandonadas y taludes arenosos.
Desde su atalaya el Alcaudón Real (Lanius meridionalis) otea sus dominios. Insectos, pequeños reptiles, anfibios, otros pájaros, roedores minúsculos pueden formar parte de su peculiar despensa en agujas, pinchos y espinos.
El día que desaparezca el último gorrión (Passer domesticus), todo estará perdido. Mis recuerdos más lejanos, mi más tierna infancia, están vinculados con estos pájaros, tan frecuentes, tiempo atrás en nuestros pueblos. Aunque la población mundial esté menguando, este pequeño superviviente, sigue resistiendo.
Espinas que defienden la belleza.
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