Desde
Adalberón de Laón y Gerardo de Cambrai en la Edad Media, muchos
intelectuales (más o menos vinculados al poder) han justificado la
existencia de privilegiados y de no privilegiados, legitimando una
sociedad tremendamente desigual.
“Es
necesario que haya orden en todas las cosas (…), es imprescindible
que unos ordenen y otros obedezcan. Los que mandan tienen varios
niveles: los soberanos señores dirigen a todos los de su Estado,
dirigiendo su dominio de los grandes, los grandes a los mediocres,
los mediocres a los pequeños y los pequeños al pueblo (…). Unos
están dedicados al servicio de Dios; los otros a conservar el Estado
por medio de las armas, otros a alimentarlo y a mantenerlo mediante
los ejercicios de la paz. Esas son nuestras tres órdenes de Francia”.
Charles
Loyseau, Tratado de órdenes y simples dignidades, 1610.
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