Los cegadores rayos del sol, de
las ultimas horas de la tarde, parecían provocar un incendio en las
inhóspitas tierras de la Hispania interior, un océano marrón se
extendía ante nosotros, pero en medio de tanta tierra baldía emerge
como un oasis en el desierto, la ciudad de Numancia.
Aún tuvimos que seguir caminando
un buen rato más, hasta encontrarnos, de pie, quietos pero
nerviosos, fatigados por el viaje, pero con la satisfacción de
arribar por fin a nuestro destino, ante la poderosa muralla que
circunrodea a la ciudad numantina....
No podía imaginar, que en medio
de la agreste Celtiberia, pudiese encontrar una ciudad tan grande y
perfectamente fortificada como Numancia, (habitada por hombres y
mujeres realmente valientes), pues desde que abandonásemos las
calidas tierras del sur, donde multitud de ciudades salpicaban no
solo la costa, sino también el interior del país, únicamente
encontrábamos pequeños poblados y aldeas, amen de alguna que otra
ciudad pero muy pequeña, en comparación con esta la capital de los
bravos arévacos......
Los muros ciclópeos aparecían
imponentes, me sentí empequeñecido al alzar la mirada hacia arriba,
y ver la altura de aquella muralla y la dureza y resistencia de aquel
paramento defensivo. Contemplando la considerable altura a la que
estaban situados los centinelas pensé, realmente Numancia se
constituye como una fortaleza inexpugnable.
(De una novela inconclusa que nunca comencé a escribir)
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