El
Absolutismo necesitaba una base teórica que justificase su
existencia. Dos pensadores desarrollan el cuerpo teórico de la
Monarquía Absoluta, eso sí, desde puntos de partida diferentes, el
francés Bossuet y el inglés Thomas Hobbes.
Thomas
Hobbes justifica un poder absoluto que sea capaz de reunir las
funciones ejecutivas, legislativas, judiciales y también
espirituales. Testigo directo de la revolución de 1688 y del régimen
republicano de Oliver Cromwell, este contexto le inspiró para
escribir Leviatán, una obra en que postula la necesidad de un
soberano (o en su defecto una asamblea) que reúna todo el poder
necesario para garantizar la paz, el orden y el progreso del Estado,
ante la amenaza permanente que se materializa en una criatura
monstruosa: el Leviatán. El planteamiento de Hobber es el siguiente:
el ser humano es malo por naturaleza, homo
homini lupus (el hombre
es un lobo para el hombre), y para evitar que la sociedad caiga en el
caos, provocando la disolución de la misma, se necesita un poder
fuerte capaz de mantener ese orden.
Bossuet
parte de otra premisa para defender el mismo concepto del poder. El
autor francés, muy ligado a la casa real borbónica en tiempos de
Luis XIV escribe “La política sacada de las mismas palabras de la
Sagrada Escritura”. En esta obra elabora una teología política en
la que el monarca es elegido por Dios para gobernar a su pueblo, un
origen divino para el poder político. Esta idea justifica el poder
absoluto y omnímodo del monarca que tan solo debe rendir cuentas
ante el Todopoderoso.
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