lunes, 30 de marzo de 2015

SOBRE IBERIA DE APIANO (XLI)



80 Mancino hace la paz y el senado la rechaza. Emilio Lépido en Iberia.
Mancino sostuvo frecuentes combates con los numantinos y fue derrotado muchas veces; finalmente, habiendo sufrido numerosas bajas se retiró a su campamento. Al propalarse el rumor de que los cántabros y vacceos venían en socorro de los numantinos, pasó toda la noche, lleno de temor, en la oscuridad sin encender fuego y huyó a un descampado que había servido, en cierta ocasión, de campamento a Nobílior. Al llegar el día y verse encerrado con su ejército en este lugar sin preparación ni fortificación, cercado por los numantinos que amenazaban con matar a todos, a menos que hicieran la paz, consintió en firmar un pacto sobre una base de equidad e igualdad para romanos y numantinos. Él se comprometió a este pacto con los numantinos mediante un juramento. Sin embargo, cuando se conoció esto en Roma, lo tomaron muy a mal por considerar el tratado como el más vergonzoso de todos, y enviaron a Iberia al otro cónsul, Emilio Lépido. A Mancino lo llamaron para el juicio, y lo siguieron embajadores de los numantinos. Emilio, entre tanto, cansado de la inactividad mientras aguardaba la respuesta de Roma - puesto que, en efecto, algunos accedían al mando buscando gloria, botín o el honor del triunfo más bien que el provecho de su ciudad -, acusó falsamente a los vacceos de haber suministrado víveres a los numantinos en el transcurso de esta guerra, de modo que llevó a cabo una incursión contra su país y puso cerco a la ciudad de Palantia, que era la más importante de los vacceos y que en nada había faltado al tratado. También convenció a su cuñado Bruto, que había sido enviado a la otra parte de Iberia, según ya dije antes, a tomar parte de esta empresa.

81 Emilio emprende la guerra contra la voluntad del senado. 
Le dieron alcance Cinna y Cecilio, embajadores procedentes de Roma, quienes dijeron que el senado estaba en la duda de si, después de los desastres tan grandes que habían sufrido en Iberia, Emilio iba a provocar otra guerra, y le entregaron un decreto prohibiendo que Emilio hiciera la guerra a los vacceos. Pero él, como había comenzado ya la guerra y creía que el senado desconocía este hecho, así como que le acompañaba Bruto y que los vacceos habían proporcionado trigo, dinero y tropas a los numantinos, y puesto que sospechaba también que la retirada de la guerra sería peligrosa y casi entrañaría la pérdida de toda Iberia, si sus habitantes llegaban a despreciarles por cobardes, despachó a Cinna y a los suyos sin haber conseguido su misión y puso en conocimiento de todos estos hechos al senado por medio de cartas. Él, por su parte, después de haber constuido un fortín, fabricó en su interior máquinas de guerra y almacenó trigo. Flaco, que había salido a recoger forraje, cayó en una emboscada e hizo correr muy hábilmente el rumo de que Emilio se había apoderado de Palantia. El ejército prorrumpió en alaridos para festejar la victoria y los bárbaros, al enterarse y creer que era verdad, se retiraron. De esta forma, salvó Flaco del peligro a las provisiones. 

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