Giuliano della Rovere, o
lo que es lo mismo Julio II, fue el prototipo de pontífice del
Renacimiento, lo mismo disfrutaba de participar en una cacería, de
contemplar una bella obra de arte o acudir montado a caballo al campo
de batalla. Siempre optó por ser martillo en lugar de yunque. Para
mucho – Jacob Burckhardt entre ellos – el auténtico salvador del
papado.
Guerrero, mecenas,
aficionado a las artes, amigo (y protector) de Miguel Ángel y
Rafael, inició la construcción de la basílica de San Pedro, e
incluso hizo incursiones en la arqueología. Gracias a sus
iniciativas se pudieron rescatar, entre otras obras clásicas, el
Laocoonte.
Para sufragar los gastos
de la magna obra Vaticana puso a la venta las famosas indulgencias
que fueron atacadas justamente y con dureza por Martín Lutero.
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