Muy cerquita de la frontera con Francia, la localidad navarra de Urdax-Urdazubi, cuenta con unas cuevas, menos conocidas que las vecinas de Zugarramurdi, pero más espectaculares y perfectamente iluminadas y acondicionadas para su visita, las Cuevas de Ikaburu. Fueron descubiertas en 1930 por un espeleólogo francés, Norbet Casteret, que halló un abrigo rocoso, Berroberrín, y una cueva con grabados, Alkerdi.
Un pequeño riachuelo, el Urtxume, recorre estas cavernas, un auténtico capricho de la Naturaleza, que además fueron habitadas en diferentes etapas del Paleolítico y el Mesolítico. La prehistoria, y más concretamente el Paleolítico, es la infancia de la Humanidad, y aquí, en lugares como este, podemos acceder a su conocimiento y comprensión.
Un bisonte, un ciervo y posiblemente un caballo, están grabados al fondo del corredor de la cueva de Alkerdi (no visitable). Las pinturas se han datado en el Magdaleniense superior, y han arrojado una cronología de 13.000 años.
Las cavernas tienen también sus leyendas. Unos seres ancestrales, las Lamiak, habitan estas grutas y sus voces y lamentos se escuchan a través del eco del arroyo que fluye por su interior. Cuentan que si entramos solos en la gruta y permanecemos en silencio, caeremos bajo el hechizo y el influjo de estas fantásticas criaturas.
Las sociedades humanas construyeron pirámides y oscuros templos porque los primeros santuarios fueron las cuevas. En los abrigos más exteriores, abiertos al cielo y a los bosques, establecían el hogar, mientras que para celebrar sus ritos penetraban a través de galerías kársticas, hasta la misma matriz de la Gran Madre.
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