jueves, 27 de febrero de 2020

EL FARAÓN.




En la cúspide de la pirámide social egipcia se situaba el faraón, que ostentaba un poder absoluto, un auténtico dios en la tierra y garantía eterna de la existencia del estado egipcio. Pocos soberanos a lo largo de la historia han conseguido ostentar un poder comparable al del faraón egipcio.

Desde el comienzo mismo del Período Dinástico la institución de la realeza fue fuerte y poderosa, permaneciendo así durante la mayor parte de los períodos históricos. En ningún otro lugar de Oriente Próximo tuvo la realeza semejante importancia en fechas tan tempranas, ni fue tan vital para el control del Estado.
Kathryn A Bard.
Historia del Antiguo Egipto. Oxford. Edición de Ian Shaw.

La palabra faraón que utilizamos para referirnos al soberano egipcio es la helenización del término per-aa, que significa casa grande o doble palacio, que se refería al Palacio, sede del poder real. Con el tiempo per-aa sirvió para designar también al habitante más importante del Palacio, el Faraón. Este título que se otorgó a los Reyes de Egipto a partir de la dinastía XVIII. Este rey de Egipto lo era de las dos tierras, del Alto y del Bajo Egipto, una dualidad inmutable durante toda la historia del país. El faraón estaba considerado una encarnación del dios Horus, por tanto, se situaba por encima del resto de los mortales. En vida el faraón se identifica con el dios Horus, y tras su muerte con Osiris. Como rey gobernaba a su pueblo. Hacía las leyes, juzgaba, organizaba las labores agrícolas y controlaba la recaudación de impuestos. Era además jefe religioso y jefe militar. Su carácter divino lo responsabilizaban de mantener el equilibrio universal. Los símbolos del faraón eran, el nemes (una cofia de tela de rayas azules y blancas), el ureus (cobra), el cetro, el flagelo (látigo) y la barba y ceñía la doble corona correspondiente al Alto y al Bajo Egipto.


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