Cinco milenios de historia en los que es posible intuir cierta
continuidad, una civilización que se desarrolló parcialmente
aislada de los cercanos mundos Mediterráneo y del Próximo Oriente.
Nos sentamos a estudiar su historia y somos capaces de enlazar
mentalmente a Narmer con Mubarak. Pero eso no es más que un
espejismo. De Ramsés II a Alejandro Magno, y de Saladino a Nasser.
De la edad de oro faraónica y la decadente presencia griega, del
Egipto musulmán al Estado Moderno del siglo XX, sin olvidar al
Egipto Copto, al cristiano, que hunde sus raíces en una vieja
tradición bíblica, el viaje a la Sagrada Familia a orillas del Nilo
en busca de refugio. A pesar de los cambios, los avatares de la
historia y el paso del tiempo, captamos la pervivencia del alma
egipcia, que a través del curso del río Nilo vincula el lejano
pasado con la actualidad.
El Nilo fluye desde el Sur hasta el Norte, atravesando todo el país,
Hapi, personificación del río está presente en el paisaje egipcio.
Aunque el país es extenso, más de un millón de kilómetros
cuadrados, únicamente un pequeño porcentaje es habitable, una
estrecha franja de tierra que corre paralela a ambas orillas del río.
Aquí surge un auténtico vergel, un poco más allá se abre el árido
desierto. Los antepasados de los egipcios que moran a orillas de río,
son los mismos que hace cinco mil años levantaron las pirámides de
la Meseta de Gizéh, símbolo eterno de la civilización faraónica.
Ayer, como hoy, las aguas del río fertilizan las conocidas Tierras
Negras, y procuran alimento a sus habitantes. Después de Alejandro
Magno el país se helenizó, y más tarde se hizo cristiano, llegaron
los musulmanes y la Media Luna comenzó a brillar sobre las arenas
del desierto. Pasaron los mamelucos, los franceses de Napoleón y los
ingenieros británicos. Después de las Guerras Mundiales, de la mano
de Gamal Abdel Nassar, el panarabismo y el socialismo árabe, nace el
Estado Moderno. Los gobiernos cambian, las religiones y creencias
sustituyen unas a otras (cuando no comparten espacio), los lanchas
compiten con las falucas y las ciudades se llena de automóviles,
pero el ritmo del Nilo sigue inalterable. Abandonamos El Cairo o
Alejandría, y descubrimos modestas poblaciones de campesinos que
parecen vivir como aquellos antepasados que levantaron los templos y
las pirámides, y construyeron los primeros canales para domeñar las
aguas del río. Eso sí, no faltan ni teléfonos móviles, ni antenas
de televisión en las humildes casas de adobe.
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