Un castillo medieval que soñó
haber sido un castro inexpugnable que detuvo a los legionarios
romanos una y otra vez. En plena Ribera Sacra se eleva el castillo y
la población de Castro Caldelas, una atalaya humana sobre las
espectaculares gargantas del río Sil.
Esta villa orensana fue de
realengo hasta que en el año 1336 Alfonso XI la cedió a Pedro
Fernández de Castro, señor de Lemos y Sarria. Pero nada es eterno,
y menos en un contexto bélico. Durante la guerra entre Pedro I el
Cruel y su hermano Enrique de Trastámara, mudó de propietario, ya
que los partidarios de este último se adueñaron de la fotaleza.
Los irmandiños destruyeron parte
de la fortaleza en el año 1467, durante la agresiva revuelta, para
defenderse de los abusos de los Señores, dueños de la tierra y de
la vida. Los gritos del pueblo levantado en armas, abaixo as
fortalezas, aún resuenan en los muros del Castillo. Después de
derribar la torre del homenaje, y otros paramentos, la rebelión fue
sofocada por Don Pedro Álvarez Osorio, I Conde de Lemos.
Posteriormente obligó a los vecinos de Caldela a reconstruirla;
vosotros la tirastéis y vosotros la levantaréis. Para sufragar las
obras impuso elevados gravámenes sobre el pueblo. Esta fue la causa
de que los vecinos de la villa acabasen pleiteando con el conde ante
la mismísima Audiencia de Valladolid. Finalmente el rey se pronunció
a favor de los caldelanos. El ducado de Alba, heredero de la plaza,
la cedió al ayuntamiento en 1992.
El castillo se ubica en la parte
más alta de la villa y las viviendas se agrupan a su alrededor
buscando su protección. El paso de los siglos lo ha convertido en un
símbolo de identidad. Su máximo esplendor llegó en el siglo XV,
época marcada por los enfrentamientos entre los sectores laicos y
eclesiásticos, y entre estos y el pueblo. La conflictividad acabó
en la citada violenta revuelta irmandiña que supondría la
destrucción parcial de la fortaleza.
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