Carlos III el Gordo, hijo de Luis el Germánico, nieto de Ludovico Pío, volvió a reunir en su persona todo el vasto imperio de su tatarabuelo Carlomagno. Eso sí, por un breve espacio de tiempo. Las muertes y abdicaciones de sus familiares convirtieron a Carlos en el emperador de Occidente, siendo coronado por el papa Juan VIII.
Este rey pagó un montón de plata a los vikingos y los invitó amablemente a invadir Borgoña. En los últimos años de reinado mostró síntomas de locura, fue depuesto por una asamblea de notables y fue sometido a una trepanación de cráneo.
Sólo, abandonado por todos, incluída su esposa Ricarda que se fugó con su confesor, se retiró a Maguncia para morir en brazos del obispo. Triste final para la dinastía carolingia. Francia y Alemania separaron su caminos para siempre.
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