domingo, 4 de noviembre de 2018

LEKEITIO, LA ESENCIA DE UN PUEBLO MARINERO.



La iglesia gótica, dedicada a María, es el edificio más curioso, y a la vez sugerente, del puerto de Lekeitio. Un pueblo de origen medieval, construído alrededor de su puerto, en la acantilada costa vizcaína. Tabernas, pescaito frito y gaviotas, actores típicos de las ciudades marineras. 



El puerto y villa de Lekeitio recibió el título de villa en 1325 de manos de la Señora de Bizkaia, María Díaz de Haro. Unos años después se levantaron las murallas para proteger a su población marinera, su puerto original no tenía buenas condiciones para el atraque y por ello fueron necesarias sucesivas reformas. 


Profundas playas arenosas, allí donde la montaña viene a morir al mar. El lugar donde se encuentran dos mundos diferentes, cada uno con sus señas de identidad. Leñadores convertidos en marineros o pescadores metidos a labriegos. Formas de vida distintas, que se miran desde sus respectivas atalayas pero sin atreverse a fusionarse (no querer dejar de ser). 


Ríos que nacen en las cercanas montañas y tras recorrer unos pocos kilómetros arrojan sus aguas al mar. Y junto a ellas las esperanzas de cientos de hombres y de mujeres. Son las primeras autopistas utilizadas por el ser humano. 


Estrechas, entrevesadas, grises y sombrías son las calles de Lekeitio. Todas terminan en el puerto que se convierte en el lugar donde convergen todos los caminos. Arriba el monte, abajo el mar. Estas típicas localidades, precisamente lo que uno espera encontrar cuando viaja a Euskadi, nacen y crecen de abajo hacia arriba. Son los hombres de mar los que conquistan y colonizan la montaña. Puede ser Lekeitio mi más preciado descubrimiento en tierras vascas. 


¿Cuántas historias tremebundas habrán oído los taberneros del puerto?. Lluvias, tempestades, tormentas y tifones habrán intentado borrar este pueblo del mapa. Pero sigue ahí, a punto de zozobrar, pero manteniendo siempre el tipo. Goza de protección divina. Poseidón y Zeus, respectivos dioses del mar y del cielo, jamás han podido (ni podrán) derrotar a la Diosa Madre, a la gran madre primigenia. Y a su gloria eterna los vecinos de Lekeitio levantaron en el siglo XV la impresionante iglesia del mar. Un canto a la resistencia y en cierto sentido, a la invulnerabilidad. Bajo su enorme pórtico protector, mercaderes, pescadores, feligreses, comerciantes, y alguna meretriz, buscaban cobijo de la lluvia, el viento y el frío húmedo que cala hasta los huesos. 


El olor a sal y a pescado impregna el ambiente. Cada piedra, cada ladrillo, rezuman historia. Cada edificio narra la historia de una familia: de los pobres y de los ricos, la ventura y las desgracias, las cuitas de las veduleras y los tejemanejes de expertas alcahuetas. De prodigios mágicos y de temibles monstruos marinos. De reyes y de hombres (pues un hombre deja de serlo cuando se convierte en rey), de señores y plebeyos, de burgueses y braceros. De artesanos y pescadores, de taberneros y de aventureros. 


Camina con paso firme el capitán por el puerto. Atracado en el muelle el velero busca nueva tripulación en Lekeitio. A la caza de ballenas, para abrir nuevas rutas y llegar a mundos desconocidos. ¿Cuántas historias y aventuras comienzan con un barco zarpando de puerto?. Julio Verne y Robert Louis Stevensson, un Long John Silver cualquiera, a la caza de una ballena, a la búsqueda de un tesoro o en pos de una hazaña. De Elcano a Ned Land, pasando por el inigualable capitán Nemo, el único hombre que alcanzó el conocimiento absoluto sobre los Océanos. El arrojado arponero acepta encantado. El mar, siempre el mar, una promesa eterna de libertad y aventura. Las olas como obstáculos, los delfines como aliados, la Atlántida como meta, tiburones, piratas y sirenas los más peligrosos enemigos. Y a todos hacen frente los valientes marineros y los capitanes intrépidos (mi pescadito, no llores ya más). 




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...