Una de las más
fascinantes ciudades de la Europa medieval, mora, judía y cristiana,
sus ladrillos están fabricados con el barro de la leyenda, sus
cuevas las habitan ánimas de nigromantes, y en sus bibliotecas
secretas trabajan silentes traductores, que conocen los arcanos de
las ciencias ocultas, la magia y la alquimia.
Alzada en la margen
derecha del Tajo, cuyas aguas rodean las murallas que fortifican el
corazón de la ciudad, Toledo ha sido un importante punto estratégico
y de encuentro entre Andalucía y la inmensa Meseta, entre el Levante
mediterráneo y la costa atlántica portuguesa.
Poblado fortificado u
oppidum de los carpetanos, rudos habitantes de la Meseta, que
intentaron amortiguar el impacto de Roma, colaborando con sus
generales antes que enfrentarse en campo abierto a las demoledoras
legiones. Los eficientes ingenieros llegados del Lazio transformaron
el enclave en "una ciudad pequeña, pero bien fortificada".
Tras varios avatares
Leovigildo la convirtió en el centro y capital del Reino Visigodo, y
en arzobispado, adquiriendo entonces una gran proyección política,
militar y religiosa. La llegada de los musulmanes y la huída de los
próceres visigodos de la ciudad, como toda época convulsa, está
llena de leyendas que alimentan la imaginación de las almas más
creativas.
Desde el principio del
dominio musulmán Tulaytula se convirtió en un continuo problema
para los emires y califas de Córdoba, de tal manera que cuando se
produce la fitna, Toledo aprovecha para convertirse en la Taifa más
poderosa de todo el interior peninsular. Médicos, historiadores,
geógrafos, matemáticos y demás eruditos y hombres de ciencias
fueron llegando a la ciudad, haciendo de Toledo uno de los grandes
centros de conocimiento a nivel continental.
Y en 1085 Alfonso VI de
León conquistó la ciudad, recuperando Toledo para la causa
cristiana. Desde ese momento se convirtió en la urbe más importante
para los cristianos, tanto por su ubicación estratégica, como por
su aura simbólica. Significaba recuperar la capital del antiguo
reino visigodo, entroncando de esta manera con los primeros reyes
astures y dando un valor definitivo al concepto de Reconquista.
Quizá se haya
exagerado, por aquello de lo políticamente correcto, lo del Reino de
las Tres Culturas, pero lo que es innegable es que durante siglos,
cristianos, moros y judíos, conviviendo o malviviendo, compartiendo
el mismo espacio, y que por fuerza de la cercanía, no tuvieron más
remedio que relacionarse, y de ese estrecho contacto nos queda como
legado una de las más emblemáticas y maravillosas ciudades de todo
Occidente.
Carpetanos, romanos,
visigodos, judíos, árabes, bereberes, cristianos...¿sólo tres
culturas?, nunca me he creído eso de la convivencia pacífica, los
gritos mudos de un ayer rompen los cimientos del entendimiento
intercultural (tristeza de un ayer, un hoy y un mañana).
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