Existen
determinados individuos que incluso antes de nacer tienen bien
marcado su destino, y hagan lo que hagan, no pueden escapar de él.
Para algunos puede significar una oportunidad para brillar y alcanzar
un elevado grado de realización personal. Pero para otras personas,
se convierte en una auténtica tortura. No tengo muy claro si Sancho
Garcés II, de sobrenombre Abarca, era de los primeros o de los
segundos. De lo que no me queda duda alguna, es que a este rey de
Pamplona comenzaron a marcarle el camino que debía seguir desde edad
muy temprana.
Sancho
Garcés era el hijo de García Sánchez I , rey de Pamplona, y de
Andregoto, heredera única del condado de Aragón. Antes de alcanzar
la mayoría de edad se le encomendó la tenencia de del citado
condado, aunque bajo la paternal supervisión del rey. A la muerte de
éste, en el 970, se convirtió en Rey de Pamplona, manteniendo la
autoridad sobre Aragón.
El
reinado de Sancho Garcés II coincidió en el tiempo con la dictadura
militar del azote de los cristianos Almanzor, victorioso una y otra
vez en el campo de batalla. Comprendiendo Sacho que con las armas no
podía detener al musulmán, él mismo encabezó la embajada del
reino y se personó en Córdoba cargado de regalos, para rendir
vasallaje al invencible caudillo. Anteriormente, y con la misma
intención de evitar los continuos ataques que Almanzor lanzaba sobre
tierras cristianas, entregó a su propia hija Urraca al caudillo
moro. Urraca adoptó el nombre árabe de Abda, y fue la madre del
famoso Abderramán Sanchuelo.
Sancho
fue el tercer esposo de una de sus primas hermanas, Urraca Fernández,
la hija del conde Fernán González. De este matrimonio nacería
García Sánchez II, el siguiente rey de Pamplona. En el 994 falleció
Sancho Garcés Abarca, y sus restos descansan junto a otros reyes
navarros en el panteón del Monasterio de Santa María la Real de
Nájera. Según la información que ofrece dicho monasterio, su
esposa, Urraca Fernández yace allí también. Sin embargo, en otro
galimatías de la historia (intencionado o no), la reina Urraca tiene
su sepultura en el monasterio de Covarrubias al lado de su padre.
El
sobrenombre Abarca procede de la costumbre de calzar a sus tropas con
abarcas de cuero para caminar sobre la nieve del Pirineo. Según las
mismas tradiciones, gracias a este calzado consiguieron los
pamploneses sorpresivas victorias que de otra manera hubiesen
resultado imposibles.
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