El
origen medieval de Zurich, como tantas y tantas ciudades europeas,
está íntimamente relacionado con un convento, en este caso,
femenino. Hacia el 853 Luis el Germánico, nieto de Carlomagno que
heredó el reino de Francia Orientalis, nombró a su hija Hildegarda,
abadesa de un convento fundado a orillas del río Limmat, y a los
pies de la colina Lindehof. Bertha, la hermana de Hildegarda ordenó
la construcción de una cripta para resguardar las reliquias de los
santos Félix y Régula, patronos de la ciudad. Unos cien años más
tarde, en 929, se documenta la primera mención de Zurich como
ciudad.
Con
el tiempo Fraumunster se convirtió en un símbolo de la ciudad y en
la residencia de la abadesa, a la que el emperador Enrique III el
Negro, en 1045 otorgó el privilegio de celebrar mercados, acuñar
monedas y cobrar peajes, contribuyendo al desarrollo económico de la
ciudad. Además se convirtió en hogar y/o refugio para muchas damas
(descarriadas) de la nobleza germana.
El
convento en una orilla y la catedral, Grossmünster, en la opuesta, y
alrededor de ambas, las ricas casas de comerciantes y lujosos
edificios de los gremios. Toda la prosperidad de la Edad Media
concentrada alrededor del río Limmat.
El
día de la fiesta de los santos se celebraba una procesión entre la
Grossmünster y la Fraumunster, con las reliquias de los patrones,
objeto, por otro lado, de continuas disputas entre la Catedral y el
Convento. Estas procesiones atraían a millares de peregrinos cada
año. (El comercio y las reliquias movían los pies de miles de
europeos).
Durante
la Reforma el convento fue disuelto y parcialmente destruido,
conservándose la iglesia del románico tardío (siglo XIII). En el
solar del antiguo convento encontramos hoy día el Stadhaus, un
edificio neogótico que intentan recuperar, de alguna manera, la
estética medieval, y que funciona como salón de exposiciones y
celebraciones varias (cuando pasamos por allí comenzaban los brindis
de una boda).
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