Como revela la paleta de
Narmer a pequeña escala y en fecha muy temprana, los egipcios
lograron un dominio del tallado de la piedra que no se vería
superado ni en el mundo antiguo ni en el moderno. La diversa y
abundante materia prima presente dentro de las fronteras de Egipto,
combinada con grandes logros técnicos, proporcionó a los egipcios
un medio extremadamente peculiar de afirmar su identidad cultural.
Además, la piedra tenía la ventaja de la permanencia, y los
monumentos egipcios fueron conscientemente diseñados con
aspiraciones de eternidad. El origen de esta obsesión por la
monumentalidad se inició en el Desierto Occidental, cerca de la
actual frontera entre Egipto y Sudán, en un lugar remoto conocido
entre los arqueólogos como Nabta Playa. Hoy, una carretera principal
asfaltada atraviesa el desierto a solo dos o tres kilómetros de
allí, soportando todo el tráfico originado por la construcción en
Egipto del proyecto denominado Nuevo Valle. Pero hasta hace muy poco
Nabta Playa no podía estar más alejada de la civilización. Su
principal función era servir de parada intermedia en la ruta
terrestre entre el oasis de Bir Kiseiba y las orillas del lago
Nasser. El lecho llano de un antiguo lago seco —o playa—, junto
con una cercana cresta arenosa, sin duda hacen de Nabta Playa un
lugar ideal para acampar de noche. Pero el lugar tiene mucho más
interés de lo que podría parecer a primera vista. Por todo el
paisaje aparecen dispersas grandes piedras: no cantos rodados
producidos de forma natural, sino megalitos que han sido arrastrados
hasta allí desde cierta distancia y colocados en puntos clave en
torno a los límites de la «playa». Algunos se alzan en espléndido
aislamiento, como centinelas en el horizonte, y otros forman
alineamientos. Y lo que resulta aún más notable: en una ligera
elevación aparecen colocadas una serie de piedras formando un
círculo, agrupadas por parejas en posición vertical y encaradas.
Dos parejas aparecen alineadas en dirección norte-sur, mientras que
otras dos apuntan hacia el lugar por donde se pone el sol en el
solsticio de verano.
Nabta Playa, anteriormente
desconocida y del todo inesperada, ha surgido de las tinieblas como
el «Stonehenge del antiguo Egipto», un paisaje sagrado salpicado de
estructuras líticas cuidadosamente colocadas. La datación
científica de los sedimentos asociados ha revelado que esos
extraordinarios monumentos pertenecen a una época asombrosamente
antigua: comienzos del quinto milenio a.C. Por entonces, como en
períodos aún más antiguos, el Sahara debía de presentar un
aspecto muy distinto de su actual estado de aridez. Todos los años,
las lluvias estivales debían de reverdecer el desierto, llenando el
lago —de carácter estacional— y convirtiendo sus orillas en
exuberantes pastos y tierras cultivables. Las gentes que emigraron a
Nabta Playa para aprovecharse de aquella abundancia temporal eran
pastores de vacuno seminómadas, que deambulaban con sus rebaños a
través de una extensa área del Sahara oriental. En el yacimiento se
han descubierto grandes cantidades de huesos de ganado, y pueden
verse indicios de actividad humana dispersos por toda la zona:
fragmentos de cáscaras de huevo de avestruz (utilizados como
cantimploras y, cuando se rompían, para fabricar joyas), puntas de
flecha de sílex, hachas de piedra y piedras para moler los cereales
que se cultivaban en las orillas del lago. Con su fertilidad
estacional, Nabta ofrecía a los pueblos seminómadas un lugar fijo
de gran trascendencia simbólica, y a lo largo de generaciones estos
emprendieron su transformación en un centro ritual. La disposición
de los alineamientos líticos debió de requerir un elevado grado de
participación comunitaria. Como sus equivalentes de Stonehenge, los
monumentos de Nabta revelan que la población prehistórica local
había desarrollado una sociedad sumamente organizada. Sin duda, la
forma de vida pastoral requería que las decisiones se tomaran
sabiamente, partiendo de un detallado conocimiento del entorno, una
estrecha familiaridad con las estaciones y un sentido preciso del
tiempo. Las cabezas de ganado son animales que necesitan beber mucho
y que requieren un suministro diario de agua potable al final de cada
recorrido, de manera que decidir cuándo convenía llegar a un lugar
como Nabta y cuándo convenía marcharse de nuevo podía ser cuestión
de vida o muerte para toda la comunidad.
Parece que la finalidad de las
piedras verticales y del «calendario circular» era predecir la
llegada de las importantísimas lluvias, que se producían poco
después del solsticio de verano. Cuando llegaban las lluvias, la
comunidad lo celebraba sacrificando algunas de sus preciosas cabezas
de ganado en señal de agradecimiento, y enterrando luego a los
animales en tumbas marcadas en la superficie con grandes piedras
planas. Bajo uno de tales montículos, los arqueólogos encontraron
no ganado enterrado, sino un enorme monolito de arenisca que había
sido cuidadosamente tallado y enjaezado para que se asemejara a una
vaca. Datado, como el calendario circular, a principios del quinto
milenio a.C., constituye la escultura monumental más antigua
conocida de Egipto. Es aquí, pues, donde hay que buscar los orígenes
de la tradición faraónica del tallado de la piedra: en el Desierto
Occidental prehistórico, entre errantes pastores de vacuno, más de
un milenio antes del comienzo de la I Dinastía. Así, los
arqueólogos se han visto forzados a replantearse sus teorías sobre
los orígenes de Egipto.
Toby Wilkinson.
Auge y caída del Antiguo Egipto.
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