Tercera
edición de los Juegos Olímpicos, ciudad de San Luis (Misuri), mes
de agosto de 1904, treinta grados a la sombra, el Maratón, prueba
reina del atletismo está a punto de comenzar. Esta es posiblemente
la carrera más surrealista y absurda de todos los tiempos, cuyo
guión bien pudo llevar la firma del mismísimo Groucho Marx.
Treinta y
dos atletas se enfrentaron con unas condiciones demenciales (verano,
tres de la tarde, sur de los Estados Unidos) y un exigente recorrido
por auténticos caminos de cabras, sendas polvorientas, sin asfalto y
con grava suelta, que atravesaban siete colinas, a más de treinta
grados y un único punto de agua para el avituallamiento. A la hora
prevista se presentó en la línea de salida un variopinto grupo de
hombres dispuestos de luchar por alcanzar la gloria olímpica. Solo
catorce de ellos lograron cruzar la línea de meta. La organización,
las circunstancias y los propios corredores convirtieron esta carrera
en la más surrealista de todas las disputadas en unas olimpiadas.
La salida
se retrasó unos minutos, pues el cubano Félix Carbajal se presentó
con pantalón largo, bointa y unos zapatos de calle. Un atleta
norteamericano le ayudó cortándole los pantalones a la altura de la
rodilla y de esta forma pudo encarar la carrera. Cuentan que el
cubano se iba parando con todo aquel que veía durante el recorrido
para practicar inglés. A pesar de todo esto, consiguió acabar en
cuarto lugar.
Lentaw y
Yamasani, zulúes y sudafricanos, fueron los primeros africanos
negros en participar en unos Juegos Olímpicos. Se desenvolvían bien
en carrera hasta que uno de ellos fue atacado por dos perros de gran
tamaño. Otro corredor, William García, fue encontrado en un
sendero, asfixiado por el polvo que levantaban los coches auxiliares.
Cuando
llevaba corridos unos 14 kilómetros, Ferd Lortz, exhausto se subió
a un automóvil y avanzó hasta pocos kilómetros de la meta. Bajó
del coche, siguió corriendo como si nada y entró el primero en el
estadio. Descubierta la trampa fue descalificado inmediatamente.
Aunque fue sancionado a perpetuidad, se le levantó el castigo y el
año siguiente ganó la maratón de Boston.
Descalificado
Lortz, la medalla de oro colgaría del cuello de otro personaje
caricaturesco, Thomas Hicks, payaso de profesión. Algunos amigos
acompañaron a Hicks durante la carrera para pintarla apoyo, y algo
más. Cuando vieron que flaqueaban le dieron unas pastillas de
estricnina. Par que recuperase fuerzas le hicieron comer unos huevos
crudos acompañados de algunos tragos de cognac. Finalmente, y ante
la ausencia de avituallamiento, le refrescaron con agua del radiador
del coche. Nunca sabremos si querían ayudarlo o pretendían mandarlo
al otro barrio. El caso es que Thomas Hicks, primer caso de dopaje
conocido, se convirtió en campeón olímpico, una victoria que casi
le cuesta la vida. Después de aquello nunca más volvió a correr.
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