Abandonamos Ribadeo, penetramos
poco a poco, casi sin darnos cuenta en la montaña, y dejamos a
nuestra espalda el río Eo y el mar. La niebla inunda los valles
lejanos mientras que sobre nuestras cabezas tenemos un azul brillante
e inmaculado.
Avanzamos a buen ritmo durante
las primeras horas de la mañana, cuesta arriba, hasta que llegamos a
la aldea de Vilela, donde encontramos a más peregrinos que en los
días precedentes. Personalmente no me gustan las muchedumbres. A
partir de esta jornada el camino se torna 100% gallego.
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