Nombres malditos, proscritos de
la historia, sepultados y olvidados bajo las arenas del tiempo. Los
nombres y las titulaciones de algunos reyes de Egipto fueron
eliminados de sus monumentos y estatuas, y en ocasiones incluso
usurpados por soberanos anteriores. Eliminar el nombre del faraón
tenía graves consecuencias para el individuo, puesto que suponía
una negación de la memoria y de su propia existencia en el Más
Allá.
Esta Damnatio Memoriae, o
condena del recuerdo, contra algunos reyes estaba motivada por
cuestiones religiosas o políticas, una práctica datada en los
primeros tiempos de la historia de la monarquía egipcia (en el
Período Tinita faraones como Sejemib-Peribsen o Jasejem-Jasejemuy
fueron omitidos de las listas reales), en el caso, por ejemplo, de
Amenemes II su nombre fue usurpado por faraones hicsos y
posteriormente por Mineptha. Precisamente los hicsos, gobernante
extranjeros, también sufrieron la damnatio memoriae: en el
Cano Real de Turín, los nombres de los soberanos hicsos no llevan
títulos reales egipcios, sino que se refiera a ellos como Príncipes
de los países extranjeros. Algunos monarcas posteriores eliminaron
de los monumentos los nombres de estos reyes hicsos.
La obsesiva damnatio memoriae que
sufrió la reina Hatshepsut es una de las más conocidas de la
historia, siendo sus autores Tutmosis III y Ramsés II, y el faraón
Akhenatón la practicó y la sufrió. El faraón cismático llevó a
cabo una rigurosa damnatio memoriae en contra de todos los dioses que
no fuesen su adorado Atón y tras su muerte, el rey Horemheb se
encargó de borrar cualquier mención o recuerdo relacionado con
Akhenatón. Ramsés II fue un auténtico experto usurpador de
monumentos, sustituyendo títulos y nombres de faraones por el suyo
propio, su afán propagandístico carecía de límites. Aunque las
más destructiva damnatio memoriae fue la que perpetraron los
cristianos contra los grandes templos egipcios de época
grecorromana, destruyendo estatuas y relieves de dioses, o picando
las paredes para hacer desaparecer sus rostros.
Tutmés III, cuando ocupó el
trono, hizo desaparecer algunos cartuchos de Hatshepsut sin llegar a
emprender la destrucción del edificio que glorificaba su recuerdo.
Ramsés II, como hizo en todo Egipto, marcó su presencia haciendo
grabar su nombre y textos alabando sus hazañas.
Christian Jacq
El Egipto de los grandes
faraones.
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