Reinas, esposas y madres eran las
personas más cercanas al faraón. Su función ceremonial y religiosa
complementaba la del faraón. La función principal de estas mujeres
era dar descendencia legítima al monarca. Algunas reinas influyeron
en la política del país e incluso llegaron a asumir el papel
masculino de faraón.
El faraón era el centro de la
sociedad del Antiguo Egipto y las mujeres del ámbito real no
escapaban a este regla. Los títulos de la reina se caracterizaban
por su estrecha relación con el soberano; nos referimos a la esposa,
la madra o la hija del rey. El carácter divino del faraón se
complementaba con el aspecto divino de la realiza femenina. En ese
sentido, la reina también se situaba en un nivel diferente (y
superior) al resto de los mortales.
Durante el Imperio Medio algunas
hijas y esposas reales comenzaron a utilizar el cartucho faraónico
para escribir sus nombres (al igual que los faraones). Insignias y
tocados (como el de la diosa Hathor) de las divinidades femeninas
fueron empleados por las reinas en exclusividad. Esta diferenciación
también queda reflejada en las tumbas. En el Imperio Antiguo eran
enterradas en pirámides, más pequeñas que las del rey. En el
Imperio Nuevo ya tuvieron un lugar de enterramiento propio, el Valle
de las Reinas.
Como hemos señalado, en el
Imperio Antiguo las reinas eran enterradas en pirámides, aunque de
tamaño más pequeño que las del faraón, aunque diferenciadas de
las mastabas de los nobles. Al sur de la pirámide de Micerino están
las pequeñas pirámides de las Esposas Reales, entre ellas la de
Jamerernebti.
El faraón practicaba la
poligamia, así como el matrimonio consanguíneo con hermanas e
hijas, una costumbre habitual encaminada a reforzar el carácter
divino. Este tipo de matrimonio se ha interpretado a partir del papel
de la hija como poseedora del derecho de transmitir el pode real, de
ahí que el heredero también se casara con su hermana. Esta
hipótesis es simple especulación, ya que no existió una línea
ininterrumpida de herederas que transmitieran el poder faraónico. De
todas formas esto no menoscaba el papel institucional ejercido por
las hijas del rey.
Cuando el faraón carecía de
descendencia masculina de sus esposas principales, un hecho que
provocaba auténticas crisis institucionales, el matrimonio con una
hija del rey legitimaba la subida al trono de un hijo de una esposa
secundaria o concubina real, incluso de un advenedizo. El nuevo
monaarca entroncaba así con la familia reinante. Sin embargo, son
múltiples los ejemplos de mujeres que, no perteneciendo a la familia
real, llegaron a ser esposas principales del monarca.
Además de dar un heredero al
trono, la reina desplegaba una gran actividad en el ámbito religioso
y ritual, acompañaba al rey en los actos civiles y religosos, y
también participaba en la gestión de los grandes harenes. Disponía
de residencia y de recursos propios, consistentes en dominios y en
personal adjunto.
Algunas reinas destacaron también
por su actividad política, y de consejeras, como fue el caso de
Amosis Nefertari, Tiy, Nefertiti o Nefertari. Otras llegaron a
ejercer el mando actuando como regentes de sus hijos, tal como hizo
Merireanjenes viuda de Fiope I o Ahhotep, la madre de Amosis,
fundador de la dinastía XVIII. A veces es posible deducir el poder
que ostentaron estas reinas a partir de los restos de tumbas que sólo
podían ser de faraones, y donde fueron inhumadas reinas como Merneit
(dinastía I) o Jentkaus (dinastía IV). Entre todas, unas pocas
llegaron a lo más alto del poder, se convirtieron en auténticas
reinas faraón. Las listas reales nos confirman la función de rey de
algunas mujeres, según Manetón, Nitocris, Escemiofris, Hatshepsut,
Tausert y (por supuesto) Cleopatra VII.
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