En el lugar donde el Puente de Londres cruza el río Támesis, lleva existiendo un puente durante dos milenios. El primero de estos puentes, construido en madera, fue obra de los romanos, allá por el año 46 d.C. Uno de estos puentes romanos fue destruido durante la rebelión encabezada por Boudicca, la reina de los Icenios. El puente fue reconstruido, y tras la retirada de los romanos de Britania, dejó de ser utilizado.
El puente fue destruido durante las incursiones normandas, reconstruido, y vuelto a destruir por una tormenta en 1091 y por el fuego en 1136.
Después de ser pasto de las llamas, el encargado del mantenimiento, Peter de Colechuch, propuso sustituir la madera para la piedra, con la idea de hacerlo permanente y más duradero. El nuevo puente se inicio bajo el reinado de Enrique II y se tardó 33 años en completarlo.
El nuevo puente comenzó a llenarse de casas y tiendas, convirtiéndose en una especie de barrio flotante. El miedo y los rumores sobre la existencia de espíritus y fantasmas, determinó la edificación de una capilla, aproximadamente a mitad del puente, con el fin de purificar el lugar.
Unos 200 comercios se apilaban a ambos lados, con enormes ventanales para ofrecer sus mercancías a los viandantes. En ocasiones se podía tardar una hora en llegar de una orilla a otra.
En 1450 durante la revuelta acaudillada por Jack Cade el puente se convirtió en el improvisado escenario de una batalla campal.
Y la parte sur del puente se convirtió en la imagen más macabra, y conocida, del Londres medieval. Las cabezas de los traidores ejecutados lucían empaladas en picas, después de haber sido cubiertas de alquitrán para preservarlas más tiempo, y que el impacto psicológico y visual fuese más duradero. La cabeza de William Wallace fue la primera en ser colocada, iniciando una larga tradición a la que se unieron el propio Jack Cade, Tomás Moro u Oliver Cronwell.
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