Viejos edificios
medievales que guardan leyendas. Leyendas de las que nadie sabe su
origen, pero que todo el mundo conoce.
La gente del lugar
cuenta que sus muros dan cobijo a una desdichada y triste infante
aragonesa.
Doña Blanca, joven,
guapa y sencilla, era hermana del rey de Aragón. Pero !ay, la
envidia¡. Su cuñada, y reina consorte, envenenada por los celos, la
odiaba a muerte. Amigos, nobles y cortesanos, aconsejaron a la
infanta abandonar Aragón y buscar refugio en a Corte de Castilla.
Un día, camino de
Castilla, acompañada por nobles, damas, y una pequeña escolta,
llegó a Alabarracín. Los vecinos de la localidad contemplaron el
paso de la comitiva con gran entusiasmo. Pendones y escudos,
caballeros de relucientes armaduras y damas engalanadas, recibían
exclamaciones de admiración en su recorrido por las calles de la
ciudad.
La infanta, invitada por
los señores de la Casa de Azagra, se alojó en la torre. Y pasó un
día. Y luego otro. Y otro más. Y la gente seguía espectante y
pendiente, para poder contemplar nuevamente el espectacular séquito
de la Infanta de Aragón.
Las hojas se volvieron
ocreas, las nievas cubrieron cumbres, y poco a poco, caballeros,
damas, y escuderos comenzaron a abandonar Albarracín. Mas de la
infanta, nada de sabía.
Pronto comenzó el
rumor. La sencilla gente del pueblo empezó a pensar que la joven
había muerto de tristeza por su injusto destierro y melancolía por
la vida perdida. Nunca más se supo de ella.
Con el tiempo, el
torreón sería conocido como Torre de Doña Blanca.
Desde aquel entonces,
las noches estivales con luna llena, justo cuando las campanas dan la
bienvenida a la medianoche, una tímida sombra blanca puede verse
salir de su prisión eterna, descender lentamente hacia el río y
desparecer bajo sus aguas.
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