En Ciudad Real, localidad natal, rodilla en tierra, pendón al viento, orgullo intacto, recibe el homenaje de los siglos, Hernán Pérez del Pulgar. Caballero manchego, protagonista de celebradas hazañas bélicas en el contexto de las guerras ibéricas entre moros y cristianos. Su lema, forjado sobre su escudo rezaba así "Quebrar y no doblar".
Muy de mozo comenzó a destacar en lides, combates y reyertas, siendo diestro en el manejo de las armas. No tardó en integrar huestes combatientes. Como simple escudero participó en la guerra contra Portugal, que apoyaba a la Beltraneja en su porfía con la Católica.
Mas fue durante la postrera Guerra de Granada cuando Pérez del Pulgar alcance fama y notoriedad. Combatiendo con audacia, arrojo y valentía, obtuvo los títulos de Gentilhombre y Continuo de la Casa Real en 1481. Un tipo duro que colecciona títulos y hazañas como un Cristiano Ronaldo del siglo XV. En las Crónicas sus hazañas siempre van a más, siempre era capaz de superar, en dificultad, la anterior. Actores y directores de Hollywood matarían por una interpretación como la suya. Incluso tenía fama de atractivo y seductor, como todo conquistador (militar o no) que se precie. No le faltaba valentía, ni le sobraba recato, siempre presto a la acción, nunca pudo pasar inadvertido.
Rompió el cerco de Alhama mientras estaba siendo asediado por tropas enemigas, tomó el Castillo de Salar con una exigua fuerza de 80 hombres, y en un acto de chulería suprema, para mostrar a enemigos y amigos que el nunca se rendía, estando sitiado en la ciudad de Salobreña, con los pozos agotados, arrojó desde lo alto de la muralla que defendía, el último cántaro de agua, que se estrelló contra el suelo. Por supuesto, ganó la batalla.
Pero lo más celebrado de su vida fue una incursión nocturna al mismo corazón del Reino Nazarí. Fue el año 1490 y le acompañaron quince valientes caballeros y Pedro, su fiel escudero. Pérez Reverte recuerda unos versos sin firma, que le retrotraen a su niñez:
Amparados en la noche,
quince cabalgan,
y Hernán Pérez del Pulgar,
es el que primero avanza.
Caballeros vestidos de negro, flotan como espectros fantasmales en la bruma de una noche sin luna, se acercan con sigilo a la muralla granadina. Amparados en la oscura nocturnidad se arrojan a las gélidas aguas del Darro, portando armas ligeras y con medio cuerpo sumergido avanzan hacia el interior mismo del Reino Nazarí, violando con impunidad el entramado defensivo. Se deslizan por estrechas callejuelas moriscas hasta llegar a la misma Aljama, la Mezquita Mayor, la que une Granada con La Meca. Su objetivo; incendiarla y reducirla a cenizas.
Un olvido los hizo imposible. Habiendo fallado este primer plan, tuvo que conformarse con otro gesto osado. Clavar en la puerta de la mezquita un pergamino en que se podía leer: "Sed testigos de la toma de posesión que realizo en nombre de los reyes y del compromiso que contraigo de venir a rescatar a la Virgen Maria a quien dejo prisionera entre los infieles".
Durante su huída prendieron fuego a dos o tres puertas, lo que alertó a la guarnición de la ciudad. Una multitud de soldados moros se lanzaron tras los caballeros de Pulgar, se produjo una reyerta y a pesar de la inferioridad numérica, los cristianos resultaron vencedores. Aprovechando el estrépito y la confusión volvieron a ganar el río, para logar alcanzar los caballos, hincar espuelas y galopar, casi a ciegas, hasta llegar al Real de Santa Fe. Allí fueron recibidos como héroes y celebraron hasta el alba la temeridad que acababan de protagonizar.
Tal fue el prestigio militar alcanzado en vida, que cuando la Parca vino a reclamar su alma, recibió el honor de dormir el sueño eterno junto a los Reyes Católicos, en una capilla anexa a la Catedral, la Iglesia del Sagrario. Ambas, Catedral y Sagrario, ocupan el espacio de la antigua mezquita, el mismo lugar donde Hernán Pérez del Pulgar alcanzó la eternidad.
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