Albarracín, uno de los pueblos más bonitos de España, enclavado en la sierra del mismo nombre, encaramado a un risco, rodeado y protegido por el río Guadalaviar, aúna siglos de apasionante historia, una maravilloso entorno natural y una arquitectura urbana que encaja entre ambas.
La Sierra de Albarracín
fue modelada por gigantes. De otra manera no es posible explicar la
perfección del foso que protege Albarracín, por donde discurren las
frías aguas del río Guadalaviar.
Viajando desde la
provincia de Cuenca hacia la de Teruel uno queda asombrado por el
paisaje que forma Gea. La Tierra ofrece su escenario y el ser humano
(tramoyista) se encarga del atrezzo, construido con piedras y
ladrillos sobre unas tablas que sobrevuelan terrenos serranos.
Albarracín es el escenario de un teatro donde los seres humanos
representan el más antiguo drama de la historia, la lucha por la
supervivencia y la adpatación al medio. Una localidad que se funde
con entorno y termina formando parte de esta bella naturaleza
salvaje.
Una tierra de frontera y
de guerra. Primero entre musulmanes y cristianos, más tarde entre
Aragón y Castilla. Los continuos conflictos marcaron la fisionomía
e idiosincracia política, económica y social de la región.
El caso antiguo e
histórico de Albarracín se encarama sobre un enorme peñón rodeado
casi en su totalidad por el río Guadalaviar.
LA TAIFA DE LOS BANU RAZIN.
La fitna de 1009 deshizo
el poderoso Califato de Córdoba en un sinnúmero de pequeños reinos
de taifas independientes entre sí. En la abrupta serranía de Teruel
surge la taifa de Aben Razín. Y del patronímico de esta familia le
viene su nombre actual Al Banu Razín (los hijos de Razón). El
núcleo de la taifa era la población de Albarracín, que además
controlaba el territorio circundante.
“[Los reyes de taifas]
convirtieron regiones en sus feudos, se repartieron entre sí las
grandes ciudades, recabaron impuestos de distritos y ciudades,
fundaron ejércitos, nombraron jueves, y adoptaron títulos.
Distinguidos autores escribieron acerca de ellos, y los poetas los
alabaron. Archivaron sus colecciones de poesía. Se hicieron
testamentos otorgándoles el poder de gobernar. Los eruditos
esperaron a sus puertas, y los sabios buscaron sus favores.”
Ibn al-Jatib, Alam.
Los Banu Razín eran una
familia bereber que llegó a la Península Ibérica siguiendo a
Tariq, y que se asentaron en Córdoba en el siglo VIII en la corte
emiral. Posteriormente, el linaje de los Banu Razín, como muchas
familias bereberes, carne de cañón y fuerza de choque de los
ejércitos musulmanes que se apoderaron de la península, tuvieron
que conformarse con tierras más inhóspitas y menos productivas,
mientras que la nobleza árabe se asentaba en las más fértiles, se
trasladó más al norte.
Concretamente a la
Sierra de Albarracín en los Montes Universales. En esta zona
establecen un señorío que no siempre estuvo sometido al poder
emiral o califal. Lo difícil e inaccesible del terreno, lo alejado
del núcleo cordobés y la imposibilidad que tenía el gobierno
andalusí para controlar la región, posibilitó, que desde el
principio, y según épocas, el Señorío de los Banu Razín, vivió
de manera autónoma.
En el siglo VIII, las
arrolladoras fuerzas musulmanas conquistan las agrestes tierras de
Teruel. De esta temprana época datan la Torre del Andador, el
Alcázar y la Torre del Agua.
Los primeros tiempos son
parcos en noticias, aunque podemos decir que los grupos bereberes se
asentaron en una pequeña población hispanovisigoda que vivía en
torno a una iglesia que rendía culto a Santa María.
Alcázar, Castillo, o
mejor dicho lo que queda de él. Aparece asentado sobre un enorme
promontorio rocoso de complicado acceso que domina el río
Guadalaviar, rodeado de murallas (prácticamente lo único que se
conserva) y aseguraba la defensa de toda la ciudad. La fortaleza era
protegida por la Torre de la Muela (desaparecida) y la Torre del
Andador.
La Torre del Andador, de
aparejo musulmán, construida durante los siglos X y XI. Más tarde
fue reforzada con un pequeño recinto rectangular.
El cañón del río, el
castillo, las murallas y las torres hacen de Albarracín una
fortaleza muy difícil de asaltar.
En el siglo XI, con
Hudayl ibn Razín, Albarracín se afianza como taifa independiente.
Hudayl y sus descendientes, los Banu Razín, dominaron la pequeña
taifa hasta que dejó de existir como tal. Los primeros tiempos
fueron difíciles, ya que tuvieron que hacer frente a las ambiciones
territoriales de la poderosa taifa de Saraqusa (Zaragoza) que
pretendía anexionarse el pequeño reino serrano.
Durante treinta años la
taifa de Albarracín se asentó sobre las arenas movedizas de una
complicada encrucijada geopolítica, entre las más destacadas taifas
de Zaragoza y Toledo, y cerca, y muy bien relacionada, con la taifa
levantina de Valencia.
Visitando la bella
localidad de Albarracín, no podemos dejar de pensar, que en la
actualidad, podría seguir siendo una taifa.
Hasta 1104 se suceden en
el gobierno Hudayl, Abd al Malik, que fue sometido a tributos por el
Cid Campeador, y Yahya. De esta época (siglo XI) datan las murallas
de la ciudad, que fueron reconstruídas (y reforzadas) durante el
siglo XIV.
La ciudad musulmana
estaba protegida por murallas y defendida por el alcázar. Al pie de
esas murallas se extendía la medina.
Las murallas escalan la
ladera, erizan la montaña, forman una inflanqueable cresta
defensiva. Los ejércitos enemigos son vencidos ante su sola visión.
Las taifas a menudo se
enfrentaban y competían entre sí, y debían, además, soportar la
presión de los crecientes reinos cristianos, lo que terminó por
debilitarlas y extenuarlas. Esta situación fue aprovechada por otra
dinastía bereber, los almorávides, que acabaron por hacerse con
todo el control.
En 1104 los almorávides
de Valencia derrocaron al gobernador de Albarracín que perdería su
independencia. Los restos de la familia Banu Razín se trasladaron a
la propia Valencia.
EL SEÑORÍO DE LOS
AZAGRA.
Con el debilitamiento
del poder almorávide, se producen importantes avances cristianos. En
es contexto, Alfonso II de Aragón “el Casto” ocupó Teruel en
1169. Este territorio recién conquistado se constituyó en la
auténtica punta de lanza frente al reino musulmán de Valencia.
Ese mismo año de 1169
se materializa el cambio de poder en Albarracín. Muhammad ibn
Mardanis, más conocido como el Rey Lobo, que había sometido toda la
zona levantina, traspasó el territorio de Albarracín, como pago por
la ayuda militar prestada, al señor de Estella, Pedro Ruíz de
Azagra. En estos momentos nace el Señorío de Santa María de Aben
Razín, un territorio soberano encajado entre el Reino de Castilla y
el Reino de Aragón, pero en manos de un feudatario del Reino de
Navarra.
Otra versión más
prosaica, sostiene que la cesión no tuvo lugar, sino que la
incorporación de Albarracín a una dinastía navarra fue fruto de un
acuerdo. Sancho VI de Navarra y Alfonso II de Aragón, pactaron que
el navarro tenía las manos libres para conquistar y anexionar el
emplazamiento. La fábula de la donación fue una invención
posterior para legitimar la posesión del señorío ante Castilla y
Aragón.
Según la tradición,
Pedro Ruiz de Azagra, donó su espada a la Iglesia de Santa María en
un solemne acto de devoción, declarándose “vasallo de Santa María
y Señor de Albarracín”.
El linaje de Ruiz de
Azagra mantuvo la autonomía un siglo, contando incluso con obispado
propio desde 1172, siendo consagrada la Catedral en 1176.
A partir del último
tercio del siglo XII (1170) la repoblación de tierras de Teruel
recibirá importantes contingentes de inmigración navarra. La
economía de la comarca se centrará en la ganadería, mientras que
Teruel y Albarracín se convertirán en centros emisores de paños de
lana, forjas y armas.
La actividad económica
se encontraba fuertemente condicionada por la severa climatología,
un hábitat muy complicado para animales y plantas. Una agricultura
poco productiva y una ganadería que aseguró el sustento de las
familias.
En cuanto a la
manufactura lanera, sorprende que ya en la Edad Media, los habitantes
de la Sierra eran capaces de exportar lanas y tejidos a diversos
lugares de Europa, como Flandes, Italia o Francia.
La gentes que habitaba
estas tierras boscosas y montañosas, en estrecho contacto con la
naturaleza, creían en la existencia de criaturas que procedían de
las mismas entrañas de la tierra, como el licántropo. Existe
referencias, al menos desde la Baja Edad Media, de casos en que los
vecinos de la Sierra de Albarracín han visto, e incluso han
atrapado, a un hombre lobo.
La repoblación de
Teruel y Albarracín entrañaban la concesión de fueros propios.
Esta situación de independencia y autonomía fue progresivamente
restringiéndose a medida que se fortalecía y afianza la autoridad
de la monarquía.
La Torre Blanca data del
siglo XIII, es un enorme y compacto cubo defensivo que cierra
Albarracín por uno de sus brazos, instalada en el extremo del enorme
espolón. Según la creencia popular en la torre habita el fantasma
de una joven infanta de Aragón muerta en su interior de melancolía.
Desde lejos la alcazaba
es una cresta que se alarga sobre la montaña.
En 1220 en la revuelta
nobiliaria contra Jaime I, protagonizada por Rodrigo de Lizana, contó
con el apoyo de Pedro Fernández de Azagra, señor de Albarracín.
Como represalia el rey aragonés puso sitio a la ciudad, pero se vio
obligado a levantar el asedio al no contar con apoyos suficientes.
Más tarde, los Azagra ayudarán a Jaime I en la conquista de
Valencia, lo que sirvió a la familia para redimirse ante la Corona.
Los reyes aragoneses
intentaron en varias ocasiones hacerse con el control de Albarracín,
pero tuvieron que esperar hasta 1284.
Juan Nuñez I de Lara,
que había heredado mediante matrimonio la titularidad del Señorío
de Albarracín, se enfrentó abiertamente a Pedro III. Y finalmente,
en 1284, tras un largo asedio, narrado con profusión detalles, por
el cronista Desclot, Pedro III de Aragón, el Grande, acabó
rindiendo la ciudad por hambre, que había sido valientemente
defendida por 200 caballeros.
Tras la victoria
encomienda la plaza fuerte a Lope Jiménez de Heredia con veinte
escuderos.
En 1300, el rey Jaime II
integra el señorío en la Corona de Aragón y concede a Albarracín
el título de Ciudad.
Una ciudad que es un
auténtico monumento histórico-artístico-natural. Cuando cae la
noche, la oscuridad y la soledad de sus empinadas calles, le
confieren un sublime aspecto de teatro de los fantasmas.
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