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domingo, 4 de noviembre de 2018

JIMERA DE LÍBAR.



Jimera de Líbar a medio camino entre el Valle del Guadiaro y la alta montaña, es un acogedor pueblecito en la comarca pintoresca de la Serranía de Ronda, en pleno parque Natural de Grazalema.


El municipio Jimea de Líbar (en algún punto entre las sierras de Cádiz y Málaga) se divide en dos barrios, la estación, a orillas del río Guadiaro, y el pueblo (propiamente dicho) en la montaña. La plaza de San Roque es el centro neurálgico del bario bajo, justo enfrente de la estación.


Los alrededores del pueblo se caracterizan por las hazas dedicados a los cultivos de secano y por las huertas, vinculadas a los cursos de agua permanente, olivares y almendrales.


Hasta estos picachos llegó el lusitano Viriato en sus correrías, y aquí cerquita se produjo una refriega entre pompeyanos y cesarianos en la famosa guerra civil que enfrentó a estos dos grandes generales imprescindibles para comprender la historia de Roma.


Sus casa y calles se adaptan, como no podría ser de otra manera, a la topografía del terreno. El paisaje cambia casi imperceptiblemente del terreno abrupto poblado por las típicas encinas y los alcornoques, a las suaves parcelas de olivar, viñedo y las huertas que bajan al valle a beber. Las pequeñas orquídeas florecen acá y allá llenando el paisaje con sus colores y fragancias.


Al igual que sucede con las poblaciones del entorno, Jimena de Líbar vincula sus orígenes, primero con los asentamientos prehistóricos en cerros y cavernas, que usaban los lugares de agregamiento y reunión como la Cueva de la Pileta, y en segundo lugar, con la presencia histórica del Islam en estas tierras serranas. La toponimia nos cuenta que Jimea nació como Inz Almaraz, un emplazamiento que significa fortaleza o castillo de mujer.


Sobre ese castillo se construyó la iglesia del pueblo, en cuyos cimientos se ha encontrado un cementerio musulmán.


La localidad, que en tiempos se llamaba Ximena o Ximera, alcanzó su apogeo demográfico entrado el siglo XIX. Pero cuando excavamos en las arenas del tiempo descubrimos elementos arqueológicos vinculados con los fenicios, que posiblemente comerciarían con los habitantes de la zona y los restos de un ramal de la calzada romana que unía Acinipo (Ronda) con el campo de Gibraltar y la bahía de Algeciras.


El buitre leonado campa a sus anchas, aunque también son visibles otras rapaces emblemáticas de la península Ibérica, como el águila real.




viernes, 12 de octubre de 2018

ATAJATE.




Balcón de casas blancas con vistas la sierra. A un lado olivares, viñedos y campos de cereal, y al otro alcornoques, encinas, castaños y nogales, en medio Atajate, un balcón de casas blancas con vistas a la sierra.


Durante mucho tiempo la economía de la villa giró en torno a la uva, siendo su producto estrella el mosto. Hubo más de treinta lagares, muchos de ellos siguen estando activos.


Las casas se apiñan formando un apretado abanico al pie del cerro del cuervo. Encima del cerro existió un pequeño castillo, un elemento esencial en épocas turbulentas. Casas de piedra, ladrillo, cal y cubiertas de teja árabe.


El producto que sostenía la economía de la localidad era el aguardiante. Los viejos del lugar aún recuerdan el olor a matalahúva que desprendían los alambiques durante la destilación. A finales del siglo XIX una epidemia de filoxera, que arrasó los viñedos, puso fin a la edad de oro del aguardiente de Atajate.


Hinojo, tomillo y romero inundan el aire con su inconfundible fragancia, hierbas aromáticas y condimento exquisito para las piezas de caza.




domingo, 7 de octubre de 2018

ALPANDEIRE.




En una meseta al pie de la Sierra de Jarastepar, a 700 metros por encima del valle del Genal en la Serranía de Ronda, encontramos Alpandeire, localidad famosa por ser la cuna de Fray Leopoldo, fraile capuchino que aún despierta gran devoción popular.


Rodeado de una naturaleza espectacular, donde se alterna el paisaje silvestre de jaras, alcornoques y encinas, con las tierras de labor trabajadas durante centurias por los habitantes de la serranía. Jabalíes, corzos, conejos, perdices, abubillas y pájaros carpinteros moran en esta comarca.


Hombres y mujres de la prehistoria ya habitaban estas tierras, a tenor de los numerosos restos arqueológicos que han ido apareciendo por los alrededores, pero no tenemos documentación escrita hasta la época árabe. La tradición habla de una población, Ambareg, de la que muy poco se sabe.


Los aires y la fisonomía moriscas son innegables; cuestas, fachadas encaladas, calles estrechas, rejas y flores. Típico pueblo serrano.


Alpandeire nace como una puesto musulmán poco después de la batalla de Guadalete, y formó parte del mundo islámico andalusí hasta una fecha tan tardía como 1845. Ronda cayó en manos cristianas y Alpandeire compartió su destino.


Catedral de la Serranía. La iglesia de San Antonio de Padua, levantada en el siglo XVI por deseo del arzobispo de Sevilla, Diego de Deza, es conocida por sus dimensiones como la Catedral de la Serranía. En sus sótanos existe un antiguo cementerio, donde reposan los cuerpos momificados, que pertenecen a un matrimonio que finació parte de su construcción.


Y los imprescindibles pozos, antiguos y aún en funcionamiento. Lo que es y ha sido, sigue siendo, lugar de reunión de los vecinos del pueblo.


Callejuelas empinadas y fachadas encaladas trepan por la montaña, configurando una localidad que parece levitar. Por encima de tejado tradicionales a dos aguas se eleva señorial, la catedral de la Serranía, señora absoluta de los cielos de Alpandeire. Una forma de existencia tradicional, vinculada al medio que le rodea. Un punto de partida para recorrer los senderos que atraviesan la sierra.




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