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miércoles, 20 de febrero de 2019

JEAN JACQUES ROUSSEAU.




Jean Jacques Rousseau es uno de los teóricos políticos más influyentes de los últimos doscientos años, sus ideas sobre la organización de la sociedad humana sirven de sustento a las democracias occidentales. Aunque nació en Ginebra (Suiza), sus posiciones políticas le obligaron a exiliarse a Francia. De niño aprendió a leer con las Vidas Paralelas de Plutarco, fue secretario del embajador francés en Venecia, trabó amistad con Diderot y cansado de París se retiró al campo donde se dedicó a escribir. Sus escritos levantaron ampollas entre la élite conservadora y sus obras Emilio y El Contrato Social fueron condenadas.

En su obra El Contrato Social expone la idea de que el Estado surge como consecuencia de un acuerdo entre los ciudadanos, y por tanto, la soberanía reside en ellos. Teniendo en cuenta esta premisa, el gobierno debe ser un reflejo de la voluntad general.

Rousseau fue una persona que vivió un conflicto interior permanente; siempre estuvo por encima del común de la gente, nunca consiguió el favor de los poderosos y acabó rompiendo con todas sus amistadas, y a pesar de todo captó como nadie la auténtica esencia de la Ilustración.


martes, 19 de febrero de 2019

MONTESQUIEU.




El barón de Montesquieu era un ferviente admirador del parlamentarismo británico, cuya influencia es notoria en su concepción política del Estado. En su obra “Cartas Persas”, de gran calidad literaria, Montesquieu expone su crítica a las costumbres de la sociedad francesa, al orden político importante y a la propia institución monárquica.

Sin embargo su obra más trascendental es “El Espíritu de las Leyes” en la que recoge los planteamientos de John Locke sobre la separación de poderes del Estado para evitar la tiranía. El Espíritu de las Leyes es un concienzudo estudio histórico de las leyes, con la intención de comprender su sentido, a partir de las características de los pueblos y sus condiciones de vida, las relaciones económicas y los diferentes tipos de gobierno.

jueves, 18 de octubre de 2018

RELIQUIAS, SANTOS, VAMPIROS Y LIDERES.




DEFINIÓ UN PREHISTORIADOR al sepulcro como el "primogénito de la cultura" y es que si hay algo que nos caracteriza a los humanos es que los cadáveres nunca pueden dejarnos indiferentes. Muchos mamíferos, como los perros, los elefantes o los delfines sufren el duelo por la muerte de sus parejas, de su compañeros de grupo o de sus amos, pero lo que nos diferencia de ellos es que nosotros damos además algún tratamiento al cadáver, y si no lo hacemos esto es interpretado como un severo castigo o una impiedad. Puede bastar con colocar al muerto sobre un lecho de ocre, o acompañarlo de flores dentro de su sepultura, pero muchas veces se le colocaron adornos y objetos que habían sido de su uso personal, o incluso armas que sirvieron para marcar su estatus social, y también vasijas con alimentos y bebidas. Y es que a lo largo de la historia los humanos nos hemos resistido a creer que no haya nada después de la muerte y que las personas simplemente desaparezcan. 

UN CADÁVER NO ES MÁS QUE un despojo al que la naturaleza destina a la descomposición, pero una persona es algo más que su cadáver, y por eso se ha tendido a conservar su recuerdo con su nombre escrito sobre su tumba, con su retrato, o incluso con la conservación de partes de su cuerpo. Diez mil años antes de nuestra era en la ciudad de Jericó, excavada por los arqueólogos, sus habitantes descarnaban los cuerpos de sus familiares y cubrían su cráneo con arcilla, incrustándole dos conchas a modo de ojos, y esos cráneos se conservaban dentro de cada casa como imágenes de los antepasados. Lo mismo hicieron los romanos, pero con las imágenes de sus antepasados elaboradas a partir de sus mascarillas fúnebres, exhibidas en una fiesta cada año. 

EL TRATAMIENTO DE LOS CADÁVERES, ya sea enterrándolos, incinerándolos o de otros modos es parte esencial de la identidad cultural. El historiador griego Heródoto lo ilustró con la siguiente anécdota. El rey de Persia llamó a unos griegos y a unos habitantes de un pueblo de la India. Preguntó a los primeros qué les parecería comerse a su padres tras su muerte y contestaron diciéndole que eso era un sacrilegio, porque a los difuntos se los entierra o se los incinera. Pasó luego a preguntar a los hindúes qué les parecería quemar o enterrar a sus padres y le contestaron que eso sería una falta de piedad porque deben ser comidos en un banquete fúnebre. Partiendo de esta anécdota el historiador llegó a la conclusión de que las normas culturales pueden ser no solo variables, sino llegar a la arbitrariedad, aunque no obstante él tenía muy claro que a los cadáveres no se los puede abandonar a que se los coman las bestias ni mutilarlos tras una batalla; ni siquiera dejar a los náufragos vagando por el mar, porque se merecen un eterno descanso. 

NUESTROS CADÁVERES SOMOS nosotros mismos y por eso ya desde la antigüedad los muertos no solo recibieron diferentes tratamientos que mostraban el respeto que se les debe, sino que partes de sus cuerpo eran guardadas como tesoros, como reliquias que sirvieron de símbolo de las identidades políticas, locales y religiosas. Y si esas reliquias eran de héroes de la mitología su prestigio era aún mayor. Durante la Guerra del Peloponeso, que enfrentó a casi toda Grecia en el siglo V entre dos bandos, encabezados por Atenas y Esparta, estas dos ciudades se disputaron la isla de Esciro por su valor estratégico. Para demostrar que pertenecía a Atenas los atenienses hicieron una consulta a un oráculo preguntando si una enorme tibia que habían encontrado en la isla era de Teseo, su héroe nacional. El oráculo respondió que sí, con lo que la propiedad de la isla quedó legitimada. Y es que los griegos antiguos coleccionaron restos paleontológicos porque pensaron que eran huesos de los antiguos héroes, cuyo tamaño habría sido gigantesco. En los relieves votivos dedicados a su culto, por ejemplo, se puede ver como los oferentes llegan sólo a la rodilla de la imagen del héroe o el dios correspondientes. 

ES HOY SABIDO QUE EL CULTO a las reliquias no es una invención del cristianismo, sino que ya existía entre griegos y romanos. Y ese culto no fue una artera invención de las autoridades eclesiásticas, sino que nació casi siempre de una iniciativa popular. En el cristianismo se da la paradoja de que los cuerpos más preciados, Jesús y María, no pueden dejar reliquias, porque la tradición dice que subieron íntegros al cielo. Por eso se inventaron reliquias de sus fluidos corporales: leche de la Virgen, sangre de Jesús, o incluso su sudor o aliento. Pero al no ser verosímiles no podían ser importantes y las reliquias protagonistas de nuestras historias serán las de los santos y los mártires, extraídas de sus tumbas, intercambiadas, e incluso a veces robadas. 

CUANDO SE DESCUBRÍA UNA reliquia, tras la aparición de signos milagrosos: luz sobre una tumba, olor a perfume..., y aparecía un cuerpo más o menos bien conservado, se iniciaba un procedimiento jurídico de investigación de su validez histórica, buscando textos, inscripciones o restos que la avalasen. Primero les correspondió hacer la investigación a los obispos, que frenaron la proliferación de hallazgos y milagros, pero tras el siglo XII el Papado se reservó el procedimiento, debido a que de una reliquia dimanaban no solo el prestigio religioso y político, sino muchos beneficios económicos a través de las peregrinaciones. Y abades, obispos y ciudades estaban dispuestos a descubrirlas e inventarlas por doquier. La Iglesia intentó racionalizar el proceso y cabe recordar que todas las técnicas de datación y autentificación de los documentos históricos nacieron en Europa para separar el grano de la paja en el piélago de decenas de miles de reliquias supuestas y de santos muchas veces inventados. 

HAY MUCHAS RAZONES CIENTÍFICAS que pueden explicar la extraordinaria conservación de algunos cadáveres y los aromas de las tumbas se pueden explicar a veces por la presencia en ellas de plantas aromáticas. Por eso se pensó que el cadáver incorrupto podría presentar un problema, y es que además de ser de un santo podía ser obra del demonio, o bien incluso un vampiro en el mundo en el que se creía en los muertos vivientes, el mundo del cristianismo ortodoxo. En él los concilios, como el de Moscú de 1677, prohibieron reconocer a un santo solo por ese criterio. A las momias descubiertas casi intactas se les llama en ruso mochti, y su posesión otorgaba prestigio religioso, poder e influencia, hasta que tras 1919 los revolucionarios rusos ordenaron abrir todas las tumbas para demostrar que la incorruptibilidad era una superchería. Pero como todos somos parte y a veces marionetas de nuestros valores culturales, los mochti se tomaron la revancha. 

Y ES QUE MUERTO LENIN SE DECIDIÓ CONSERVAR SU cadáver como icono de la Revolución y signo de la identidad del nuevo estado. Se llamó a especialistas alemanes para que lo momificasen, pero el cadáver se comenzó a descomponer por haber sido erróneamente tratado. Como el cuerpo estaba vestido y maquillado fue difícil separarlo de sus vestidos, fue necesario reconstruir la cabeza y la barba, coser rozos y rellenar con cera para tapar las suturas. Se sustituyeron las manos por otras de cera. No se sabe qué quedó de él, pero se instalaron frigoríficos en torno a la cámara y fuera de la vista de los peregrinos visitantes, para lograr su conservación. El sarcófago, herméticamente cerrado, se conservó a temperatura constante, y si había problemas la tumba se cerraba dos o tres semanas y el cuerpo volvía a ser examinado por uno o varios forenses. Cada año fue visitado por millones de peregrinos, y caída la URSS un empresario de Las Vegas intentó comprarlo para exhibirlo como muestra de la victoria final del capitalismo. No lo consiguió, porque en el caso de Lenin, como en el de las reliquias de los santos, lo que se reverenciaba no era su cuerpo incorruptible, sino el incorruptible Lenin en el sentido físico y milagroso de la palabra: Lenin el santo laico. Un hombre que se había convertido en símbolo de un ideal político y de la esperanza de una nueva sociedad y que representaba la identidad nacional de Rusia, tal y como los santos habían venido haciendo desde hacía siglos en la historia. 

José Carlos Bermejo catedrático de Historia Antigua en la USC. 


jueves, 21 de enero de 2016

LA DEMOCRACIA ATENIENSE.



“Tenemos un sistema político que no envidia las leyes de los vecinos, pues más bien somos modelo para alguno que imitadores de los demás. Recibe el nombre de democracia, porque lo administra la mayoría y no unos pocos. Según la ley, todos tienen unos mismos derechos en los asuntos privados y, en cuanto a la posición social, cuando alguien goza de buena reputación, todos les honran por su virtud y no por su clase; y ni siquiera la pobreza, con su insignificancia, le priva a uno de recibir honores cuando proporciona algún bien a la ciudad”. (Tucídides. Historia de la guerra del Peloponeso).


La Democracia Ateniense, cuyo origen podemos situar a finales del siglo VI a.C. con las reformas de Clístenes, es uno de los sistemas políticos más admirados y estudiados de la Historia del Viejo Mundo: un sistema en que los ciudadanos eran los verdaderos protagonistas de la vida política de Atenas, una democracia directa y participativa. Muchos han querido encontrar en esta democracia (un tanto idealizada), las raíces profundas de nuestros actuales sistemas políticos. 

Todo el entramado democrático ateniense descansaba sobre dos pilares básicos e imprescindibles: isonomía y parresía. 

♠ Isonomía. Los ciudadanos son libres e iguales ante la ley, por tanto todos podían desempeñar cargos públicos.

♠ Parresía. Se refiere a la libertad de expresión, aunque incluye también la obligación de decir siempre la verdad, expresándose con la mayor claridad posible. 

Ostracismo, el peor de los castigos. Los privilegios sociales, civiles y políticos estaban vinculados a la ciudadanía, por consiguiente, la pérdida de la ciudadanía, se convierte en el peor de los castigos que podía sufrir un ateniense. Cuando un político tenía algún comportamiento ambicioso (y egoísta), mostrase tendencia al autoritarismo o se demostrase culpable de corrupción, podía ser expulsado de la ciudad, por un período de diez años. Este castigo se denominaba ostracismo, ya que el nombre del ciudadano en cuestión se escribía en un trozo de teja denominado ostrakón. 

La política ateniense funcionaba a partir de una serie de instituciones participativas: 

♠ Ecclesía. La Asamblea ciudadana, constituída por todos los ciudadanos de la polis mayores de edad, recibía el nombre de Ecclesía. La ecclesía se reunía en una colina cercana a la Acrópolis para debatir todos los asuntos que concernían a la ciudad. Entre sus funciones estaban declarar la guerra, aprobar las leyes propuestas por la bulé y condenar a alguien al ostracismo.

♠ Bulé. La bulé era un organo similar al Senado (un consejo de ancianos) compuesto por quinientos miembros mayores de treinta años, elegidos anualmente mediante sorteo. Este consejo se reunía en el buleuterio, situado en el Ágora, espacio abierto, corazón de la vida social ateniense. Los miembros de la bulé se encargaban de preparar los temas que se van a presentar a la asamblea, controlar a los arcontes, imponer multar, convocar la ecclesía y proponer leyes. 

♠ Arcontes. Los arcontes eran magistrados, una especie de ministros que se encargaban de poner en marcha las decisiones de la Ecclesía y la Bulé. El arcontado estaba formado por diez arcontes elegidos anualmente por sorteo, y los más importantes eran el epónimo, jefe nominal de la ciudad que daba nombre al año, el basileus (literalmente rey) que se ocupaba del culto, y el polemarca, jefe del estado mayor del ejército. El resto de arcontes vigilaban el correcto cumplimiento de la ley. 

♠ Estrategos. Tenían funciones militares, eran oficiales responsables del ejército. 

Además de estas instituciones exclusivamente políticas, en Atenas existía un tribunal de gran importancia, el Areópago, cuyos miembros eran antiguos arcontes. Juzgaba los delitos de sangre y atentados contra la seguridad del estado. 

A pesar de ser una experiencia política pionera, la democracia ateniense distaba mucho de ser una democracia perfecta (¿y cuál lo es?) en la que tuviesen cabida todas las personas. La participación política estaba reservada en exclusiva a los ciudadanos, hombres varones nacidos en Atenas de padre ateniense. Esclavos, extranjeros (todos aquellos no nacidos en la ciudad) y las mujeres quedaban al margen. 




domingo, 22 de noviembre de 2015

RUFO FESTO AVIENO.



Geógrafo con alma de poeta, natural de Etruria, que escribió en latín durante el siglo IV. Senador y cónsul, formó parte de la élite cultural de Roma, y sus viajes le llevaron a visitar, entre otros rincones del Viejo Mundo, el Santuario de Delfos y la ciudad de Gades. Escribió sus obras utilizando versos, inspirado en los grandes de la literatura – Ovidio, Virgilio, Cátulo - sobre el cosmos, cartografía, etnografía y geografía, todo en tono poético y con un cierto aire nostálgico por los tiempos pasados. Fenómenos que versa sobre el universo, Descripción del orbe terrestre una descripción física y política, con ciertos toques de antropología, del orbe conocido, y Ora Marítima, un periplo que sigue los cánones de las obras de la geografía clásica, son tres sus obras que nos han llegado.

jueves, 2 de octubre de 2014

DEMÓSTENES.



El más grande y famoso orador de la Grecia Clásica y uno de los más influyentes políticos de la Democracia Ateniense. 


Auténtico ejemplo de superación, la dislexia más que una rémora fue un auténtico acicate para convertirse en un excelente orador capaz de ganarse el favor de sus oyentes. Revolucionó el mundo de la oratoria rompiendo los moldes de la retórica tradicional. Un auténtico ejemplo que ha sido seguido, e imitado, por políticos y oradores de todos los tiempos. Esta escultura romana del orador se expone en la Gliptoteca de Munich. Lo más curioso es que junto con la cabeza, también se representan el pene y los testículos.  

miércoles, 14 de noviembre de 2012

¿PRIMERA HUELGA DE LA HISTORIA?



Corría el año 494 a.C., un momento crucial de la primitiva Roma, la ciudad era asediada por Volscos y Ecuos, acérrimos enemigos de los latinos, y una fuerza armada plebeya, al grito de . . . ¡que luchen ellos!. . . se retiró al Aventino, el Monte Sacro de la plebe . . . únicamente accedieron a bajar de la colina, regresar a su trabajos (en la Antigua Roma solo los plebeyos producían) y defender las murallas de la ciudad, tras haber conseguido participación política mediante los Comicios y el Tribuno de la Plebe . . . 

MORALEJA: únicamente poniendo a los poderosos (leáse políticos, banqueros, empresarios) contra las cuerdas, trendrá el pueblo alguna posibilidad de salir adelante . . .
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