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sábado, 2 de junio de 2018

ELOGIO AL HOSPITAL DE PEREGRINOS DE RONCESVALLES.



Poema compuesto entre 1199 y 1215, destinado a describir Roncesvalles y a alabar la caridad dispensada en su hospital de peregrinos. Compuesto por cuarenta y dos estrofas goliardas de cuatro versos cada una, nos ha llegado sin título, ni nombre de autor, por eso ha sido bautizado como “Ritmo de Roncesvalles”.

Casa venerable, casa gloriosa, casa admirable,
casa fructuosa, que florece
como una rosa en los montes Pirineos,
muy graciosa para todas las gentes.


Deseo referir sus obras de beneficencia,
debo amarla sinceramente y siempre;
podré loarla de mil maneras:
veo que todo me proporciona materia abundante.


Quiero, sin embargo, alabarla con alabanzas
que testimonios imparciales puedan probar.
Quien quiere despreciar lo verdadero y venerar lo falso,
se hace grandemente odioso al cielo, a la tierra y al mar.


Esta casa se llama del Valle cubierto de rocío,
casa necesaria, casa hospitalaria,
abierta a todos los buenos, cerrada a los malos;
el Todopoderoso la protege con sus alas.


Aquí derramando el rocío de la gracia prodiga su larguezas
el Paráclito, de quien proceden todos los bienes;
en este mundo alimenta a todos
y en el cielo coronará a todos los que han sido fieles..


El obispo Sancho, cabeza de esta institución,
fundó en honor de la Virgen María, madre de Dios,
al pie de la más alta montaña de los Pirineos,
un hospital donde son salvados los afligidos.


Cuando el mencionado obispo de Pamplona
fundó la hospedería en estas inmensas montañas,
el célebre rey de Aragón, Alfonso,
le ayudó a costearla con muy grandes donaciones.


Al ver esto, el venerable cabildo de los canónigos,
que vela por la honestidad de las costumbres;
concedió al hospital gran número de donaciones,
participando así de sus buenas obras.


Pasados mil cien años de la era
y añadidos a éstos sesenta,
se comenzaron a echar los cimientos de este hospital,
que sirve de refugio a los caminantes.


Sobre el lugar de su emplazamiento se abaten casi siempre
los rigores del invierno, el hielo perpetuo,
la nieve eterna y las brumas invernales;
sólo reina la serenidad de esta casa hospitalaria.


A su alrededor la tierra es completamente estéril;
sus habitantes carecen de pan, de vino,
de sidra, de aceite, de lana y de lino;
el hospital, en cambio, es gobernado por el Espíritu divino.


En él nadie siente el rigor del frío,
ni la pobreza ni la esterilidad,
pues aquí permanece siempre la fuente de la bondad,
que ahuyenta el hambre y toda necesidad.


Muchos conocen las buenas obras de este hospital;
es el camino general para los que visitan
los sepulcros de los Bienaventurados Apóstoles;
para los que van a Santiago de Galicia no hay un camino
tan apropiado ni tan frecuentado.


Todos los días el hospital acoge con corazón generoso a los huéspedes.
y, aunque está encima de una montaña,
los asiste gustosamente con las cosas necesarias
que le provienen de la mencionada fuente.


Su puerta está abierta a todos los enfermos y a los sanos,
no sólo a los católicos, sino también a los paganos,
a los judíos, a los herejes, a los ociosos y a los casquivanos,
en una palabra, a los buenos y a los profanos.


Aquí se practican las seis obras de misericodia
que Dios mandó al hombre que practicara,
para que, cuando venga el año de la gloria celestial,
no sea juzgado culpable, y así no será separado de los fieles.


La bondad de esta casa se extiende tan lejos
que gracias a ella el señor es alabado a menudo,
la legión de los bienaventurados se regocija
y, en cambio, la caterva de los demonios grandemente se turba.


En esta casa se lava los pies a los pobres,
se les afeita la barba con navaja, se les lava la cabeza,
se les corta el pelo. Sería largo el referir
todas las atenciones que allí se dispensan.


Si vieras allí remendar con cuero el calzado a los pobres,
entonces alabarías a Dios, referirías en voz alta
las obras de beneficencia de esta casa
y la amarías con todas las fuerzas de tu alma.


Siempre hay alguien a la puerta
ofreciendo pan a los que pasan,
no haciendo otra cosa que ésta y rezar,
para que Dios asista a esta casa.


Aquí quien pide, recibe el don de la caridad;
nadie recibe negativa en lo que pide;
que esta casa da a todos de buen grado,
no es una obra del hombre, sino de Dios.


A multitud de huérfanos nutre ella como una madre,
corriéngolos bondadosamente con la mano, con la vara y con consejos,
para que así aprendan a vivir de su trabajo manual
y no se vean obligados a buscar su sustento vergonzosamente.


Esta casa atiende a los enfermos con sumo cuidado,
les ofrece gustosamente los productos más preciosos del campó,
más aún les da mucho más servidos
que los que nos cuenta este escrito..


Unas mujeres notables por su vida honesta,
carentes de toda suciedad y fealdad,
están encargadas allí del servicio de los enfermos,
que ellas cuidan siempre con gran piedad.


Hay dos casas separadas,
muy apropiadas para recibir a los enfermos,
la una para uso de las mujeres, la otra para el de los hombres,
dispuestas a su voluntad con toda clase de cosas buenas.


En ambas casas hay una habitación repleta de frutos;
allí hay almendras, granadas
y excelentes clases de todos los frutos
que se producen en las diversas partes del mundo.


Las salas de la enfermería están iluminadas, dé día, por la luz divina
y, de noche, por lámparas que brillan como la luz matinal;
en medio hay un altar donde a todas horas
se venera a la vez a santa Catalina y a santa Marina.


Con los enfermos se practica las obras de misericordia;
descansan en lechos blandos y bien compuestos;
no se va nadie, si no es por su propia voluntad
y después de recobrar la salud.


Allí se les asignan salas
lavadas por aguas corrientes;
para los que los piden, se les prepara en seguida baños,
para lavar la suciedad de sus cuerpos.


Si los compañeros de los enfermos quieren quedarse,
el padre de la comunidad ordena que sean tratados con todo esmero
y que se les dé diligentemente
todo lo necesario hasta que éstos sanen.


Cuando alguno de ellos fallece, se le da sepultura
como mandan las leyes y las Escrituras;
allí hay una capilla donde los que han pagado
su tributo a la naturaleza, descansan eternamente.


Como está destinada a recibir las carnes de los muertos,
se la llama con razón carnario de la palabra carne;
es visitada a menudo por una legión de ángeles,
esto es probado por los testimonios de aquellos que los han oído.


En medio de esta capilla hay un magnífico altar
para purificar a las almas de sus impurezas;
en él se celebra el misterio caro al Rey de reyes
y tan amargo al Príncipe de las tinieblas.


Los peregrinos de Santigo que visitan piadosamente a Santiago de Galicia
y llevan consigo sus presentes al apóstol Santiago,
contemplan la estructura del osario
y, doblando la rodillas, alaban a Dios.


Este edificio tiene la forma de un cuadrado perfecto,
la cima de este cuadrado es redonda
y en su pináculo se levanta una cruz,
con cuyo signo la rabia del enemigo es aplastada.


Pero el valorísimo rey de los navarros
construyó aquí la iglesia de los peregrinos
y les donó a perpetuidad los réditos
de diez mil cuatrocientos sueldos.


Este rey tuvo por madre a la hija del Emperador,
fue su padre Sancho el Batallador,
un rey muy sabio, amante de toda honestidad
y debelador de los enemigos.


Los hermanos y las hermanas de esta casa
dispensan a menudo todos los sudodichos beneficios
llevan una vida conforme a una Regla y a las buena costumbres,
y desprecian el mundo y sus honores.


El guardián de todos ellos se llama Martín,
varón de vida loable, que, como un alto pino,
abre ampliamente su regazo a los pobres de Cristo,
y cuyas entrañas están llenas del espíritu divino.


Éste conserva y acrecienta las posesiones de los pobres,
imponiéndose el sufrimiento por ellos,
pues la gloria de la patria celestial se consigue
a costa de las más grandes tribulaciones.


El Señor le ha confiado la administración de esta casa,
él que le pedirá cuentas por ello; y cuando Martín le haya devuelto
a su vez la administración en buen estado,
Dios le recompensará con una retribución condigna.


La susodicha casa dispensa muchos más beneficios
que los que se cuentan en este escrito;
pero si no pusiera fin a este ritmo,
alargándolo, causaría el tedio del lector.




jueves, 29 de octubre de 2015

RUINAS.



El viajero se detiene emocionado ante las ruinas. 

Contempla las antiguas visiones de fortalezas deshechas y siente un cansancio abrumador. Sobre los arcos rotos, en las puertas que entran a recintos alfombrados con ortigas y capiteles yacentes, en las altas paredes solitarias, la esencia de mil colores tristes se esparció entre los mantos reales de las yedras. 

La visión decorativa de una ruina es magnífica. La luz entra por los techos derrumbados, y no tiene dónde reflejarse, sólo en las covachas de una galería abierta a los campos, o en un claustro, penetra modulando tonalidades sombrías. 

El contraste de los colores verdes, y los dorados bajo la caricia dulce de la luz, forma una gama admirable de apagamiento y amargura. 

Otro de los encantos de las ruinas son los ecos. 

Los ecos perdidos en los campos anidaron en las esquinas desmoronadas, en las bodegas llenas de plantas salvajes. 

En las ruinas de las llanuras hay ecos hasta en los sitios más escondidos. En la amplia soledad de las llanuras no tienen estos geniecillos parajes donde reposar, y cuando el vetusto edificio se derrumbó, ellos penetraron en sus muertas estancias para hacer burla de todo sonido, repetir la risa, y el grito desconsolado, multiplicar las pisadas, y confundir las conversaciones en un mareo de palabras. 

Las ruinas se van hundiendo lentamente en el terreno hasta que quedan sepultadas del todo, las figuras invisibles que las habitaron se marchan, y los ecos vuelven a danzar otra vez por las llanuras para dormirse en espera de despertar. Se hunde el escenario y se acaba la leyenda. Los pájaros vuelan a otro sitio más agradable, los reptiles huyen a otras madrigueras más ocultas, y al hundirse la ruina en la tierra acabó la tragedia histórica.

Antes que el prestigio romántico, decorativo y artístico, tienen las ruinas el prestigio miedoso. 

Huyeron los frailes, o los señores que habitaban los castillos, pero en el tiempo una noche, un campesino rezagado que volvía tarde al poblado, ve entre las malezas una gran figura blanca, con dos ojos verdosos que miraban pausadamente, después oye gritos de tortura infinita en los sótanos del castillo y arrastrar de cadenas por las naves deshabitadas. Huye el campesino, cuenta lo que ha visto y todo el pueblo se revoluciona. ¡Hay fantasmas en las ruinas! Ya nadie va a visitarlas y adquieren brillo sombrío. Una vieja del pueblo, una noche de tormenta, al calor de la lumbre y después de ordenar a los niños que se marchen, cuenta a los vecinos una historia pasada que a ella le contó su bisabuela. Una historia de amor y de duendes que pasó cuando estaba habitada la ruina. Aquella fantasma blanca que se había aparecido, sería la señora que se metió a monja después de matar a su marido, y todos se santiguan. Luego otra noche otro vecino vio con la luz tibia de la luna, al fantasma que bogaba en el río. Después hubo tormenta.

Todas las ruinas tienen una historia miedosa. Unas se conocen, otras ya las han olvidado. 

La ruina evoca baladas miedosas de almas en pena. 

Toda la literatura romántica puso sus figuras fantásticas en las ruinas, porque el alma de la ruina es eso: un fantasma blanco muy grande, muy grande, que llora por las noches desmoronando piedras y oculto entre las yedras, al son meloso del agua que pasa por las acequias.
García Lorca.



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