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domingo, 31 de octubre de 2021

ULISES 31. LA ESFINGE.

 



La mitología clásica en clave espacial. En esta ocasión el intrépido Ulises tiene que utilizar toda su inteligencia para derrotar a la Esfinge, rememorando la leyenda (y tragedia) de Edipo. 

lunes, 27 de mayo de 2019

SCHLIEMAN, EL SOÑADOR QUE ENCONTRÓ TROYA.




El mejor modo de pagar a nuestro contemporáneo Heinrich Schliemann los enormes servicios que nos ha prestado reconstruyendo la civilización clásica, creo que es incluirle entre sus protagonistas, como él mismo mostró desear ardientemente, eligiendo, en pleno siglo XIX, a Zeus como dios, elevando a él sus oraciones, poniendo de nombre Agamenón a su hijo, Andrómeca a su hija, Pélope y Telamón a sus servidores, dedicando a Homero toda su vida y su dinero.

Era un loco, pero alemán, o sea organizadísimo en su vesania, que la buena fortuna quiso recompensar. La primera historia que, cuando tenía cinco o seis años, le contó su padre no fue la de Caperucita Roja, sino la de Ulises, Aquiles y Menelao. Tenía ocho cuando anunció solemnemente en familia que se proponía redescubrir Troya y demostrar, a los profesores de Historia que lo negaban, que esa ciudad había existido realmente. Tenía diez cuando escribió en latín un ensayo sobre este tema. Y dieciséis cuando pareció que toda esta infatuación se le había pasado del todo. Efectivamente, se colocó de dependiente en una droguería, donde con seguridad no había descubrimientos arqueológicos que realizar, y a poco embarcó no hacia la Hélade, sino hacia América, en busca de fortuna. Tras pocos días de viaje, el buque se fue a pique y el náufrago fue salvado en las costas de Holanda. Quedóse allí, viendo en aquel episodio una señal del destino, y dedicóse al comercio. A los veinticuatro años era ya un comerciante acomodado, y a los treinta y seis un rico capitalista, del cual nadie había sospechado jamás que entre un negocio y otro hubiese seguido estudiando a Homero. Debido a su profesión se había visto precisado a viajar mucho. Y había aprendido la lengua de todos los países donde estuvo. Sabía, además del alemán y el holandés, francés, inglés, italiano, ruso, español, portugués, polaco y árabe. Su Diario está redactado, efectivamente, en la lengua del país donde sucesivamente está fechado. Pero en la que siempre seguía pensando era el griego antiguo. De improviso cerró Banco y tienda y comunicó a su mujer, que era rusa, su propósito de ir a establecerse en Troya. La pobre mujer le preguntó dónde estaba aquella ciudad de la que jamás había oído hablar y que, en realidad, no existía. Enrique le mostró en un mapa dónde suponía que estaba, y ella pidió el divorcio. Schliemann no hizo objeciones y puso un anuncio en un periódico pidiendo otra esposa, a condición de que fuese griega. Y de entre las fotografías que le llegaron eligió la de una muchacha que tenía veinticinco años menos que él. Se casó con ella según un rito homérico, la instaló en Atenas en una villa llamada Belerofonte, y cuando nacieron Andrómaca y Agamenón, la madre tuvo que sudar tinta para inducirle a bautizarlas. Heinrich se avino a ello sólo a condición de que el cura, además de algún versículo del Evangelio, leyese durante la ceremonia alguna estrofa de la Ilíada. Sólo los alemanes son capaces de estar locos hasta tal punto.


En 1870 se encontraba en aquel asolado y sediento rincón noroeste del Asia Menor donde Homero afirmaba, y todos los arqueólogos negaban, que Troya se hallaba sepultada. Necesitó un año para obtener del Gobierno turco permiso para iniciar las excavaciones en una ladera de la colina de Hisarlik. Pasó el invierno, con un frío siberiano, practicando hoyos con su mujer y sus excavadores. Tras doce meses de esfuerzos inútiles y de gastos delirantes, como para desanimar a cualquier apóstol, un buen día un pico chocó con algo que no era la piedra de costumbre, sino una caja de cobre que, al ser abierta, reveló a los ojos exaltados de aquel fanático lo que él llamó en seguida «el tesoro de Príamo»: miles y miles de objetos de oro y plata. El loco Schliemann despidió a los excavadores, llevó toda aquella fortuna a su barraca, encerróse en ella, adornó a su mujer con los collares, los confrontó con la descripción de Homero, convencióse de que eran aquellos con que se habían pavoneado Helena y Andrómaca, y telegrafió la noticia a todo el mundo. No le creyeron. Dijeron que fue él quien llevó allí toda aquella mercancía, tras haberla acopiado en los bazares de Atenas. Tan sólo el Gobierno turco le dio crédito, pero al objeto de procesarlo por apropiación indebida. Sin embargo, algunas lumbreras más escrupulosas que las demás, como Doerpfeld, Virchow y Burnouf, antes de negar, quisieron investigar sobre el terreno. Y, por muy escépticos que fuesen, tuvieron que rendirse a la evidencia. Continuaron las excavaciones por cuenta propia y descubrieron los restos, no de una, sino de nueve ciudades. La única duda que permaneció en sus mentes no era si Troya había existido, sino cuál de las nueve era aquella que el pico había desenterrado.

Mientras tanto, el loco estaba devanando con su habitual lucidez el lío jurídico en que se había enzarzado con el Gobierno turco. Convencido de que en Constantinopla iban a malograr sus preciosos descubrimientos, mandó a escondidas el tesoro al Museo del Estado de Berlín, que era el más calificado para custodiarlo debidamente. Pagó daños y perjuicios al Gobierno turco, que tenía más interés por el dinero que por aquella quincalla. Después, armado del más antiguo de todos los Baedeker, el Periégesis, de Pausanias, quiso demostrar al mundo que Homero no sólo había dicho la verdad acerca de Troya y de la guerra que en ella se había desarrollado, sino sobre sus protagonistas. Y con gran entusiasmo se puso a buscar, entre las ruinas de Micenas, la tumba y el cadáver de Agamenón. Nuevamente el buen Dios, que siente debilidad por los lunáticos, le compensó de tanta fe, guiando su pico por los sótanos del palacio de los descendientes del rey Atreo, en cuyos sarcófagos fueron hallados los esqueletos, las máscaras de oro, las alhajas y la vajilla de aquellos monarcas que se consideraba no habían existido más que en la fantasía de Homero. Y Schliemann telegrafió al rey de Grecia: Majestad, he hallado a sus antepasados. Después, seguro ya de su camino, quiso dar el golpe de gracia a los escépticos del mundo entero y, sobre las indicaciones de Pausanias, fuese a Tirinto, donde desenterró las murallas ciplópeas del palacio de Proteo, de Perseo y de Andrómeda.

Schliemann murió casi setentón en 1890, tras haber trastornado desde los fundamentos todas las tesis e hipótesis sobre las que hasta entonces se había basado la reconstrucción de la prehistoria griega, inclinada a exiliar a Homero y a Pausanias en los cielos de la pura fantasía. En el hervor de su entusiasmo, acaso demasiado apresuradamente, atribuyó a Príamo el tesoro descubierto en la colina de Hisarlik y a Agamenón el esqueleto hallado en el sarcófago de Micenas. Sus últimos años los pasó polemizando con los que dudaban de ello, y en estos litigios aportó más violencia que fuerza persuasiva. Pero el hecho es que él se consideraba contemporáneo de Agamenón y trataba a los arqueólogos de su tiempo desde la altura de tres milenios. Su vida fue una de las más bellas, afortunadas y plenas que un hombre haya vivido jamás. Y nadie podrá negarle el mérito de haber aportado la luz en la oscuridad que envolvía la historia griega antes de Licurgo.
Indro Montanelli. Historia de los Griegos.

martes, 27 de noviembre de 2018

EL MITO OLÍMPICO DE LA CREACIÓN.



En el principio de todas las cosas la Madre Tierra emergió del Caos y dio a luz a su hijo Urano mientras dormía. Contemplándola tiernamente desde las montañas, él derramó una lluvia fértil sobre sus hendiduras secretas, y ella produjo hierbas, flores y árboles, con los animales y las aves adecuados para cada planta. La misma lluvia hizo que corrieran los ríos y llenó de agua los lugares huecos, creando así los lagos y los mares. 

Sus primeros hijos de forma semihumana fueron los gigantes de cien manos llamados Enarco, Giges y Coto. Luego aparecieron los tres feroces Cíclopes de un solo ojo, constructores de murallas gigantescas y maestros herreros, primeramente de Tracia y luego de Creta y Licia, a cuyos hijos encontró Odiseo en Sicilia. Se llamaban Brontes, Estéropes y Arges, y sus espíritus han vivido en las cavernas del volcán Etna desde que Apolo los mató en venganza por la muerte de Asclepio. 

Los libios, sin embargo, pretenden que Garamante nació antes que los cíclopes de cien manos y que, cuando surgió de la llanura, ofreció a la Madre Tierra un sacrificio de bellotas dulces.
Robert Graves. 
Los Mitos Griegos. 

domingo, 29 de noviembre de 2015

ULISES



Musa, dime del hábil varón que en su largo extravio,
tras haber arrasado el alcázar sagrado de Troya,
conoció las ciudades y el genio de innúmeras gentes.
Muchos males pasó por las rutas marinas luchando
por sí mismo y su vida y la vuelta al hogar de sus hombres,

pero a estos no pudo salvarlos con todo su empeño,
que en las propias locuras hallaron la muerte. ¡Insensatos!
Devoraron las vacas del Sol Hiperión e, irritada
la deidad, los privó de la luz del regreso. Principio
da a contar donde quieras, ¡oh diosa nacida de Zeus!

Cuantos antes habían esquivado la abrupta ruina,
en sus casas estaban a salvo del mar y la guerra;
sólo a él, que añoraba en dolor su mujer y sus lares,
reteniale la augusta Calipso, divina entre diosas,
en sus cóncavas grutas, ansiosa de hacerlo su esposo.

Vino al cabo, al rodar de los años, aquel en que habían
decretado los dioses que el héroe volviese a sus casas
en las tierras de Itaca. En vano seguía con sus penas
y sin ver a los suyos. Dolidas las otras deidades,
disentía Posidón de continuo, enconado en su ira
contra Ulises divino, que erraba de vuelta a su patria.

Homero. Odiesa. Canto I.

miércoles, 10 de junio de 2015

LOS CUATRO CICLOS.



Cuatro son las historias, una, la más antigua, es la de una fuerte ciudad que cercan y defienden hombres valientes. Los defensores saben que la ciudad será entregada al hierro y al fuego y que su batalla es inútil; el más famoso de los agresores, Aquiles, sabe que su destino es morir antes de la victoria. Los siglos fueron agregando elementos de magia. Se dijo que Helena de Troya, por la cual los ejércitos murieron, era una hermosa nube, una sombra; se dijo que el gran caballo griego en el que se ocultaron los griegos, era también una apariencia. Homero no habrá sido el primer poeta que refirió la fábula; alguien, en el siglo catorce, dejó esta línea que anda por mi memoria: The borgh brittened and brent to brontes and ashes. Dante Daniel Rosetti, imaginaría que la suerte de Troya quedó sellada en aquel instante en que Paris arde en amor de Helena; Yeats elegirá el instante en que se confunden Leda y el cisne que era un dios.

Otra, que se vincula a la primera, es la del regreso. El de Ulises, que, al cabo de diez años de errar por mares peligrosos y de demorarse en islas de encantamiento, vuelve a su Itaca; el de las 
divinidades del Norte que, una vez destruida la tierra, la ven surgir del mar, verde y lúcida, y hallan perdidas en el césped las piezas de ajedrez con que antes jugaron.

La tercera historia es la de una busca. Podemos ver en ella una variación de la forma anterior. Jasón y el Vellocino; los treinta pájaros del persa, que cruzan mares y montañas y ven la cara de su Dios, el Simurgh, que es cada uno de ellos y todos. En el pasado toda empresa era venturosa. Alguien robaba, al fin, las prohibidas manzanas de oro; alguien, al fin, merecía la conquista de Grial, Ahora, la busca está condenada al fracaso. El capitán Ahab da con la ballena y la ballena lo deshace; los héroes de James o de Kafka sólo pueden esperar la derrota. Somos tan pobres de valor y de fe, que ya el happy- ending no es otra cosa que un halago industrial. No podemos creer en el cielo, pero sí en el infierno.

La última historia es la del sacrificio de un dios. Attis, en Frigia, se mutila y se mata; Odín, sacrificando a Odín, Él mismo a Sí mismo, pende del árbol nueve noches enteras y es herido de lanza; Cristo es crucificado por los romanos.

Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda seguiremos narrándolas, transformadas.
El oro de los tigres
Jorge Luis Borges.

jueves, 15 de enero de 2015

DIOMEDES.



Guerrero indomable natural de Argos, que forjó su leyenda durante la Guerra de Troya, tras haber participado anteriormente en la Conquista de Tebas.



Diomedes sostenía en su mano izquierda la estatua de culto de Atenea como diosa patrona de Troya que había robado junto con Odiseo. Se trata de una escultura romana, copia de una obra griega del 430 a.C. atribuida a Cresilas. La escultura en cuestión preside y da nombre a una de las salas de la Gliptoteca de Munich. 

domingo, 5 de octubre de 2014

ODISEO, NAUSICAA Y ATENEA.



Nausicaa era la hija del rey Alcinoo, un buen día se le apareció la diosa Atena y le pidió que se acercase al río a lavar sus ropas. Y allí fue donde encontró a Odisea que acababa de llegar al país de los feacios. A la diosa le había salido bien el ardid, Odiseo y Nausicaa se habían conocido. Mas no obstante, el héroe decidió continuar su camino hacia Ítaca, hacia Penélope. La hermosa vasija griega de figuras rojas sobre fondo negro, presenta a Odiseo y Nausicaa, cuyo encuentro había auspiciado la diosa Atenea.  

lunes, 17 de diciembre de 2012

GEOGRAFÍA DE IBERIA ESTRABÓN (XVIII)



3 Fundaciones míticas
Tras ésta se encuentra Ábdera, también ella fundación fenicia. Al interior de estos lugares, en la zona montañosa, aparece Odisea y en ella el santuario de Atenea, según han dicho Posidonio, Artemidoro y Asclepiades de Mirlea, un hombre que fue maestro de letras en Turdetania y publicó una Descripción de sus pueblos. Éste mantien que como recuerdos del viaje de Odiseo hay colgados en el santuario de Atenea escudos y tajamares; y que algunos de los que fueron en la expedición con Teucro vivieron entre los calaicos, y que existen allá ciudades, una llamada Helenos y otra Anfílocos, porque Anfíloco habría muerto allí y porque sus compañeros habrían llegado en sus andanzas hasta el interior. Dice que se tiene testimonio de que algunos de los que iban con Heracles y de los que partieron de Mesenia se establecieron en Iberia, y que los laconios sometieron una parte de Cantabria no sólo lo sostiene él, sino también otros. Cuentan también que hay una ciudad Opsicela en el país, fundación de Ocelas, el que cruzó el mar con Antenor y sus hijos en dirección a Italia. Y como ha dicho Artemidoro, hay quienes, dando crédito a los mercaderes gadiritas, están convencidos de que los que viven en Libia más allá de Maurusia, junto a los etíopes occidentales, son llamados lotófagos porque se alimentan de loto, una especie de hierba con su raíz, que no necesitaban beber - aunque no tienen tampoco de qué, por la falta de agua - y que se extienden hasta la región de más allá de Cirene. Otros a su vez son llamados lotófagos son los que habitan una de las dos islas fronteras a la Sirte Menor, Méninx.

4 Homero, geógrafo.
No es de extrañar que el poeta haya compuesto así la leyenda sobre el vagabundeo de Odiseo, de manera que la mayor parte de lo que narra sobre él se sitúa más allá de las Columnas, en el Mar Atlántico; pues lo comprobado por observación concordaba con los lugares y demás aspectos imaginados por él, de modo que no dejaba sin verosimilitud la ficción. Tampoco es de extrañar que algunos, dando crédito a esas mismas historias  a los extensos conocimientos del poeta, hasta convirtieran en hipótesis científicas la poesía de Homero, como hicieron Crates de Malos y algunos otros. Pero otros acogieron semejante intento tan ásperamente que no sólo desterraron al poeta, como si fuera un labrador o un segador, de toda la ciencia geográfica, sino que tomaron por locos a los que acometieron dicha interpretación. Pero a añadir defensa, enmienda u otra cosa por el estilo a lo dicho por aquéllos no se ha atrevido ninguno de los maestros de letras ni de los conocedores de las matemáticas; y, sin embargo, a mi entender es posible defender mucho de lo que dijeron y corregirlo, especialmente todo aquello con lo que Piteas confundió a los que le creyeron por desconocimiento de los lugares occidentales y septentrionales que bordean el Océano. Pero dejemos esto, que exigiría un tratado extenso y específico.

domingo, 9 de diciembre de 2012

OLISIPO



Cuenta una leyenda que Lisboa fue fundada por el astuto e intrépido Ulises, una vez finalizada la guerra de Troya y antes de regresar a Ítaca. La ciudad tomó el nombre de Odiseo, en este caso Olisipo. El héroe de la Odisea bien pudo desembarcar en una de la arenosas orillas del río Tajo en su interminable periplo marítimo.
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