Jonathan
Harker un joven pasante de abogado, con la intención de hacer
carrera y ganar algo de dinero para contraer matrimonio con su bella
prometida, la señorita Mina Murray, acepta un encargo no exento de
riesgo, cruzar media Europa para cerrar unos lucrativos negocios con
un aristócrata miembro de una olvidada familia. A pesar de las
penalidades sufridas por el flemático inglés, siempre soñé emular
su viaje. Gustav Von Wangenheim (1922, Nosferatu) David Manners
(1931, Drácula), John Van Eyssen (1958, Horror Drácula), Bruno Ganz
(1979, Nosferatu el fantasma de la noche) y Keanu Reeves (1992,
Drácula de Bram Stoker) se metieron en la piel del señor Harker
antes que yo. En cierta manera me dispongo a seguir los pasos de
todos ellos.
(Un
viaje iniciático). Harker comienza en Londres, la capital del mundo
civilizado en el victoriano siglo XIX (Babilonia había sido borrada
de la faz de la Tierra y la Gran Manzana aún no había alcanzado ese
rol), un viaje iniciático (¿y qué viaje no lo es?), que le llevará
a la región más salvaje de Europa, Transilvania. Viajará en tren
(¿el legendario Orient Express?) y hará escala en Munich, capital
mundial de la cerveza y uno de los motores históricos de Baviera,
uno de los estados más prósperos y poderosos del recién nacido
imperio alemán del II Reich. Pasará de puntillas por las dos
capitales más bellas de la Vieja Europa: Viena y Budapest (La cabeza
y el estómago del decadente Imperio Austrohúngaro). En Pest, la
amplia llanura que se abre bajo la colina histórica de Buda, a bordo
de un tren, nuestro pasante de abogado, protagonista de una de las
novelas más conocidas (y probablemente leídas) del siglo XX,
Jonathan Harker abandona la civilización deja atrás Occidente y va
penetrando, poco a poco en Oriente. Oriente una palabra que evoca
exotismo y aventura en nuestras anquilosadas mentes occidentales.
Estamos en los años finales del siglo XIX, aún no se vislumbra la
Gran Guerra que habría de cambiar todo. Ni la revolución comunista,
de trascendental legado en Europa Oriental. Un tiempo incierto, en
que los ecos de una voluntariosa “Primavera de los Pueblos” era
simplemente un hermoso recuerdo del pasado.
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