Mientras
hablaba, los caballos comenzaron a piafar y a relinchar, y a
encabritarse tan salvajemente que el cochero tuvo que sujetarlos con
firmeza. Entonces, en medio de un coro de alaridos de los campesinos
que se persignaban apresuradamente, apareció detrás de nosotros una
calesa, nos pasó y se detuvo al lado de nuestro coche. Por la luz
que despedían nuestras lámparas, al caer los rayos sobre ellos,
pude ver que los caballos eran unos espléndidos animales, negros
como el carbón. Estaban conducidos por un hombre alto, con una larga
barba grisácea y un gran sombrero negro, que parecía ocultar su
rostro de nosotros. Sólo pude ver el destello de un par de ojos muy
brillantes, que parecieron rojos al resplandor de la lámpara, en los
instantes en que el hombre se volvió a nosotros.
Bram Stoker.
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