Para la mentalidad masculina tradicional (aquella que ha forjado los mitos y la historia de los últimos cinco milenios de existencia humana) un ejército compuesto por mujeres es algo inédito, fantástico, salvaje, no exento de connotaciones sexuales, todo un símbolo de la barbarie más absoluta. Una idea que nos remite a las valkirias de las sagas escandinavas y a las indómitas amazonas de los mitos griegos. Salvo si esa hueste es fruto de un milagro obrado por el Todopoderoso. En ese caso (y sólo y exclusivamente en ese) estaríamos ante una tropa celestial compuesta por seres de luz, puros y maravillosos (y cercano por tanto a la santidad). Además no podemos olvidar que la doncella por definición no ha sido mancillada, por tanto conserva intacta su virginidad natal. Una leyenda que se inserta en el ciclo legendario de Roncesvalles nos habla del Ejército de las Doncellas.
Cuentan que el emperador Carlomagno, abatido, lloraba la muerte de su sobrino Roland y de los Pares de Francia, la esperanza perdida, veía imposible vengar al paladín caído en batalla y derrotar a los sarracenos. En medio del trance por el dolor, se le apareció un ángel (no sabemos si vengador), que además de darle consuelo, le aconsejó que convocase en ese momento, y en aquel mismo lugar, a todas las doncellas del imperio. Fervoroso creyente como era, Carlomagno no dudo de la palabra del emisario de Dios, y henchido su pecho de fe, lanzó la proclama. Acudieron a la llamada cincuenta y seis mil doncellas, que se reunieron en Valcarlos, fueron armadas como caballeros, con relucientes armaduras, yelmos y espadas, y se lanzaron a las alturas de Ibañeta, aterrorizando a los sarracenos, que iniciaron una desorganizada huida. Las jóvenes muchachas, una vez alcanzada la victoria, echaron rodilla a tierra y rezaron a Dios. Sus lanzas quedaron clavadas en el suelo, y a la mañana siguiente se habían transformado en un pequeño bosque de árboles enhiestos. El Bosque de las Lanzas aún es visible junto a la senda jacobea.
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