La
Perla del Atlántico, con su cúpula catedralicia brillando orgullosa
más que el propio Sol; la luz del Océano, hacen de Cádiz, el Faro
de Occidente. Paseando por ciudades portuarias europeas no puedo
dejar de preguntarme ¿pudo Cádiz haber sido una república marinera
el estilo de Génova o Venecia?. ¿En qué momento perdimos los
gaditanos el timón de nuestro destino?.
......las
naves gadiritas dominan el Mediterráneo Occidental, comercian con
Oriente y se lanzan a abrir nuevas rutas oceánicas. Una época en
que Venecia, Brujas y Cádiz,cada una desde su rincón, se disputan
los principales mercados del Viejo Mundo. Los cónsules gaditanos
gestionan los negocios de la república en los puertos más
relevantes del Mediterráneo. Soldados y mercenarios gaditanos
lucharon a favor de la Vieja Ragusa para sacudirse el yugo de la
Serenissima República de San Marcos. La plata del antiguo Tartessos,
ayudaron al ejército del albanés Skanderbeg en su exitosa
resistencia ante el Turco. Y perdida toda esperanza de salvar
Bizancio, comerciantes y cónsules gaditanos abanonan el Cuerno de
Oro, dejan a merced de los otomanos el Bósforo y huyen (sabiamente)
de la ciudad antes que Mehmet II cerrase el cerco.
Exploradores
gaditanos competían con los portueses por ser los primeros en
conquistar las Islas Canarias, circunnavegar África y llegar a la
India a través del Océano Meridional. Marineros enrolados en sus
naves y banqueros del Pópulo financiaron el viaje de un desconocido
almirante Cristobal Colón, dispuesto a unir dos mundos que se
ignoraban. También proporcionaban artillería a los Reyes Católicos
para sus campañas granadinas, al mismo tiempo que vendían armas y
víveres a los nazaríes que resistían en su reino. Durante siglos
monopolizaron el comercio con América, y pagaban a los corsarios
ingleses para que defendieran los intereses gaditanos en aguas de los
siete mares. Nunca rindió pleitesía a los Austria, nunca firmó la
adhesión a la monarquía borbónica. Resistió a Napoleón, y puso
en marcha la primera constitución española.
Bajo
el lema "el gaditano nace dónde le da la gana" la
ciudad prosperó gracias a la colaboración, al empuje y al trabajo
común de gentes de toda condición, venidas de todo lugar: judíos,
musulmanes, cristianos, italianos, normandos o eslavos, todos eran
bien recibidos.
Cuando
llega febrero, el Parlamento Popular, habla, los políticos
ineficaces y los gerentes corruptos nunca subieron al patíbulo. El
castigo era mucho peor; el ostracismo, castigado para siempre sin
volver a pisar la Tacita.
La
privilegiada situación de su puerto, protegido por una bahía
natural, otorgó a los gaditanos la hegemonía sobre sus vecinos. En
los siglos XVI y XVII, el Imperio terrestre gaditano se extendía más
allá del Campo de Jerez, cuya capital fue vasalla de Cádiz durante
centurias, e incluso a finales de 1600, la próspera metrópoli
sevillana fue anexionada por la República Gaditana después de una
larga y victoriosa guerra.
Por
la Universidad Gaditana pasaron grandes genios para tratar de captar
el alma de Cádiz: Galileo, Kepler o Newton. Incluso Dante residió
aquí durante su exilio, y si en Verona escribió sobre el infierno,
junto a la Caleta, pudo imaginar el Paraíso.
Y
llegó Napoleón, y los vastos dominios gaditanos, quedaron reducidos
a su capital. Sevilla, Jerez, Puerto Real, San Fernando fueron
cayendo en poder del francés, pero jamás llegaron a ocupar el
corazón de Cádiz. La capital pudo salvarse pero poco a poco, su
gloria quedó sepultada. Las bombas tornaron en coplas y el gaditano
buscó refugio en carnaval.
Pasaron
los días, los años y las décadas, y entre bromas e ironías, risas
y broncas, los gaditanos soñamos haber conocido el mundo sin
movernos de casa, sentimos que pudimos haber sido dueños de nuestro
destino, y que dejamos escapar la oportunidad. Como los venecianos,
vimos que Cádiz se hundía en el lodo del olvido y la desesperanza,
que extranjeros y advenedizos cercenaban nuestras ilusiones, y contra
todo eso los gaditanos aprendimos algo, que en pocos sitios enseñan:
reírnos de nuestras desgracias y ser felices por encima de cualquier
circunstancia.
De
San Marcos a San Antonio, de Lisboa a Santa María, de Brujas a La
Caleta, de Génova al Pópulo, o de Ragusa, la Perla del Adriático,
a Cádiz, Tacita de Plata. Ciudades bendecidas por el mar y por la
luz, portuarias y canallas, marineras y contrabandistas, orgullosas y
eternas. Caminamos por Europa, pero nunca dejaremos de regresar a la
Bahía.
Vuelvo
a pasear, desde la Caleta al Campo del Sur, y mientras contemplo el
mar, mi mar, me asalta una duda ¿fue todo una fantasía?.
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