El Califato quiebra, el poder Omeya, otrora fuerte y poderoso, no puede mantener la unidad del territorio, Córdoba se hunde y Sevilla aprovecha la secular rivalidad (una constante histórica entre grandes ciudades vecinas) para convertirse en la taifa más poderosa a orillas del antiguo Betis. La fitna significó el canto del cisne del esplendor califal y el inicio de la proyección política, económica y cultural de Sevilla.
La familia Abadí monopolizó el trono de la efímera taifa sevillana, setenta años de esplendor, una época que sentó las bases de la futura grandeza de Sevilla, que terminaría convirtiéndose, andando el tiempo, en la gran metrópoli del sur de España.
En 1023 a raíz de la fitna, ruptura del Califato de Córdoba y de la unidad de Al Andalus, surgió como muchas otras, las Taifas de Sevilla, también conocida como Reino abadí de Sevilla que se convirtió durante el siglo XI en uno de los centros culturales más prestigiosos del Islam ibérico, y acabó desapareciendo a manos de los almorávides en 1091.
La cora (provincia) de Sevilla gozaba de cierta autonomía, no en vano la capital era una de las grandes metrópolis de Al Andalus, y por este motivo fue uno de los últimos territorios en constituirse como taifa. La Córdoba omeya estaba literalmente destrozándose en interminables guerras civiles, y la capital hispalense, aprovechando la coyuntura, comenzó a tomarle la delantera a la histórica capital del sur peninsular.
El primer paso era consolidar un gobierno autónomo y para ello asumió el poder local una asamblea de notables entre los que empezó a destacar un rico terrateniente de nombre Abu al Qasim, nombrado cadí de Sevilla por Almanzor. En seguida la familia de Abu Qasim se asentó como la dinastía rectora de la taifa.
El nacimiento de la taifa de Sevilla como tal cabría fecharlo el 1 de Octubre de 1023. Ese día, el depuesto califa cordobés, Al Qasim al Mamun, pidió asilo político en Sevilla, pero Abu al Qasim, el hombre poderoso del momento, le negó la entrada a la ciudad. De esta manera refrendaba la autonomía con respecto a la antigua capital de Al Andalus.
Al Qasim, para legitimar su posición como rey de Sevilla (1023 - 1042) se presentó como heredero de la gloriosa dinastía Omeya, mediante un ardid, presentarse como chambelán de Hisham II, afirmando que el antiguo califa no había fallecido en 1013. Le creyeran o no, el caso es que esta maniobra sirvió para que él, y su familia reinase en la taifa de Sevilla.
Con respecto a la situación exterior, desde 1035 se consolidó en Al Andalus la facción bereber, que integraba las taifas que seguían y reconocían a los califas hammudíes, dominadores de Málaga y Algeciras. La taifa de Sevilla reaccionó enérgicamente contra ellos, aglutinando a su alrededor las taifas árabes y andalusíes. En el fondo no se trataba un conflicto racial, sino una disputa política y estratégica, entre los árabes, que monopolizaban el poder antiguo, y los bereberes, considerados un poder advenedizo.
Al Mutadid, rey de Sevilla.
A la muerte de Al Qasim le sucedió su hijo Al Mutadid, que reinó entre 1042 y 1069, famoso por ser mecenas de las artes, pero también por su crueldad y mal genio, que tuvieron que sufrir enemigos y allegados, a muchos de los cuales traicionó y envenenó. Incluso estranguló con sus propias manos a su primogénito Ismail por haberse rebelado.
Durante su reinado se consolidó la expansión sevillana, conquistando y ocupando prácticamente todas las pequeñas taifas que rodeaban la de Sevilla: Mértola, Niebla, Huelva, Santa María del Algarve, Algeciras, Ronda, Morón, Carmona y Arcos en sucesivas y victoriosas campañas militares. Aunque no pudo ni con Badajoz ni con Granada, llegó a controlar todo el territorio al sur de Badajoz.
Pero su expansión topó con la oposición cristiana que presentaba el reino de León y Castilla en la figura del rey Fernando I, que tras una incursión por el Valle del Guadalquivir llegó a las puertas de la ciudad. Las campañas militares habían dejado exhaustas las tropas sevillanas y vacías las arcas. Fernando I sometió a vasallaje a Al Mutatid y le impuso cuantiosas parias. A partir de este momento la figura de Hisham II dejaba de tener sentido, decidiéndose su "segunda muerte".
Al Mutamid, el rey poeta.
Al Mutamid (1069 - 1091), hijo y gracias a la crueldad de su padre que había asesinado a su primogénito, sucesor de Al Mutatid, fue un príncipe culto, mecenas de las artes, excelente poeta y con una atractiva personalidad celebrada por cronistas y literatos.
Continuando la labor conquistadora de su padre, Al Mutamid decidió intervenir en Córdoba, una plaza simbólica pretendida también por Al Mamun, rey de Toledo. Primero el sevillano, luego el toledano, y otra vez el sevillano, lograron dominar la capital cordobesa. En estos años setenta del siglo XI alcanzó la taifa de Sevilla el cenit de su poder, destacando, entre otras cosas, la acuñación de monedas con oro de gran calidad.
Los abadíes, y en especial Al Mutamid, embellecieron Sevilla con construcciones y con palacios, que expresaban el lujo y el bota andalusí de influjo oriental. Estos palacios fueron rehechos por los dueños posteriores de los destinos de la ciudad, sobre todo por los almohades. El conocido como "Alcázar Bendito" constituye el núcleo sobre el que está edificado el actual alcázar de Sevilla, aunque pocas huellas del rey poeta, quedan en su interior.
Junto al embellecimiento urbanístico y arquitectónico, los reyes abadíes gustaron de reunir un selecto elenco de literatos en la corte, convirtiendo Sevilla en la mejor corte poética del siglo XI y una de las más destacadas de toda la historia de Al Andalus.
Todo tiene su fin y la taifa sevillana, con su excelsa corte, no iba a ser una excepción. La presión cristiana aumentaba, las parias cada vez era más pesadas y Al Mutamid se negaba a pagar, y el rey Alfonso VI de León asediaba Sevilla. Toledo cayó en 1085 a manos del monarca leonés y las taifas se asustaron. Los reyes de taifas debieron recordar de donde procedía la fuerza de choque durante la primera conquista de Al Andalus y dirigieron la mirada hacia el Norte de África. Al Mutamid y otros reyes pidieron ayuda al emir almorávide Yusuf ibn Tasufin, que pidió (más bien exigió) el control de Algeciras y allí desembarcaron sus envalentonadas tropas, Los almorávides lucharon contra los cristianos y cuando el emir comprendió que la atomización de Al Andalus en pequeños estados, era el talón de Aquiles del Mundo Islámico, decidió acabar con la situación cercenando su autonomía y unificándolas bajo su férreo mando.
En mayo de 1091 las tropas de Ysuf cercaron Sevilla, que tras dura resistencia se rindió en septiembre del mismo año. Al Mutamid se vio obligado al exilio, cruzó el estrecho de Gibraltar en sentido inverso al que siguieron Tarik y Musa, y se instaló en el Magreb, donde falleció en 1095. Con el último suspiro de Al Mutamid murió también la brillante dinastía Abasí que había reinado en Sevilla.
Ante la tumba del rey poeta, el visir granadino del siglo XIV Ibn al Jattib escribió:
"[...] compuso versos que el corazón conmueven, el alma parten y consuelan de las pérdidas que en el mundo sufren".
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