Nunca es tarde. Eso sintió María de
Egipto, también conocida Santa María egipciaca que abandonó una
vida dedicada a la prostitución y al pecado, y se retiró al
desierto a vivir como asceta. Muy joven abandonó su hogar y se
dirigió a la ciudad de Alejandría a ganarse la vida en burdeles y
prostíbulos. Cansada tal vez de la vida urbana se embarcó hacia
Jerusalén, pero no como acto de fe, sino con la esperanza de hacer
fortuna vendiendo su amor a los peregrinos. Pero en la ciudad santa
todo cambió para ella. Cuando se celebraba la Exaltación de la
Santa Cruz intentó acceder a la Iglesia del Santo Sepulcro y una
especie de fuerza invisible le impedía hacerlo. Entonces comprendió.
Rompió a llorar arrepentida y arrodillada pidió ayuda y perdón a
la Santa Madre. Más tarde intentó entrar nuevamente en la iglesia y
esta vez si le fue permitido. Frente a la Santa Cruz sintió una voz
en su interior que le aconsejaba que más allá del Jordán
encontraría la paz. A la mañana siguiente inició su camino, cruzó
el Jordán y se adentró en el desierto, donde viviría como ermitaña
durante más de cuarenta años. En una ocasión se encontró con Zósimo de Palestina al que relató su historia. Tiempo después el mismo Zósimo tropezó con el cadáver de la nueva santa.
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