sábado, 14 de julio de 2018

GRAN MURALLA CHINA.




Esclavos, prisioneros de guerra, súbditos leales y todo tipo de trabajadores sin cualificación, dejaron sus fuerzas y su vidas para levantar estos recios muros. Esforzados albañiles dirigidos por exigentes capataces, domeñaron la naturaleza y fortificaron (aún más) la roca, con piedra y argamasa.


Desde el Pacífico al Gobi, el chino conquistó las montañas con esta obra de ingeniería ciclópea, una empresa colosal que mantuvo ocupado a miles de hombres durante cientos de años. Por merecimiento propio una de las Siete Maravillas del mundo moderno, el primer emperador Qi Shi Huang Ti, unificó el territorio y todas las murallas existentes para crear este monumento a la constancia y determinación. Maltrecha por el paso de los años, los soberanos Ming le confirieron su aspecto definitivo.


La muralla se encresta mientras la bruma cubre la montaña.


Las almenas siempre miran hacia el Norte, más allá es tierra de bárbaros. 


Hacia septentrión se extiende la inhóspita Mongolia, la patria de los rudos jinetes nómadas de las estepas, tan diferentes del civilizado chino. Eterna disputa entre pastor y campesino, entre nómada y sedentario, entre guerrero y soldado.


Y aunque los chinos siempre miraron hacia el exterior vigilando las fronteras, la mayoría de las veces el enemigo ya se encontraba en casa, a espaldas de la Gran Muralla.


En una ocasión dijo Mao “para ser un hombre de verdad, hay que subir esta muralla”. Un monolito, en el que se fotografía todo el mundo, recuerda la frase, el momento, y como no, al estadista.


La guarnición defiende cada fortín, los centinelas encienden hogueras para comunicarse con el resto de las torres. Esta es la primera línea de contención para mantener alejados a los peligrosos y molestos nómadas esteparios: hunos, turcos, mongoles, pueblos salvajes como perros a ojos de los sofisticados chinos.


Escaleras y rampas de pronunciada pendiente unen una torre con otra. Forman un camino de ronda que se pierde más allá de donde alcanza la visión. Salvan, a veces bruscamente, colinas, picos y repechos, o se precipitan vertiginosamente sobre valles y llanuras.


Una de las grandes ilusiones de mi vida era subir esos escalones y asomarme por las almenas. Allá a lo lejos, el desierto y la vastísima Mongolia. De la niebla surge la muralla misma, construida con tesón (y una cuadriculada organización). Su función, como la de los pirámides de la Meseta de Gizeh, era configurar un estado centralizado. Más allá de defender una frontera – por otro lado indefendible – la cuestión era implicar a todos los súbditos (directa o indirectamente) en la tarea.


La más truculenta de las tradiciones sostiene, que todos las personas que morían mientras trabajaban en su construcción, eran emparedadas en sus muros, de forma que se convirtieran en eternos guardianes de la Gran Muralla China.




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