viernes, 6 de julio de 2018

COPENHAGUE, LA REINA DE DINAMARCA.



La bulliciosa gran metrópoli de Escandinavia, ubicada en la isla de Selandia, es una ciudad moderna y animada, que a finales del siglo XV arrebató a Roskilde la capital de Dinamarca. Copenhague debe su desarrollo a su privilegiada situación entre el mar Báltico y las prósperas ciudades alemanas de la Hansa.



Den lille Havfrue. La pequeña sirenita de Andersen símbolo universal de los cuentos europeos.




Músicos de otros tiempo hacen sonar sus lures de bronce frente al ayuntamiento de la ciudad.



Valkyria, omnipresente hija de Odín, se materializará en el momento preciso de mostrar al guerrero el camino al Walhalla.



En tiempos remotos, esos de los que no existe documento escrito, Copenhague era una humilde aldea de pescadores que vivían afanosamente en las orillas del estrecho de Oresund (ese que separa Dinamarca de Suecia).




En el siglo XII (más o menos) los piratas vendos asolaban la región, y el obispo Absolón, cuya estatua ecuestre, hacha en mano, domina la concurrida y animada Hojbro Plads, se puso al frente de los habitantes de la futura ciudad y construyeron un fuerte (Slotsholmen) para defenderse.



Las ruinas de la fortaleza se encuentran en los cimientos del Parlamento danés. Los historiadores locales fechan la fundación de su ciudad en 1167.



Alrededor del antiguo puerto, Nyhavn, se fue desarrollando una próspera población llamada a convertirse en la gran metrópoli de Escandinavia.



Si hacemos caso de la etimología, ciertamente fiable, Kobenhavn significa “puerto” (havn) para “comprar” (koben), por tanto, queda clara desde su origen la dedicación de sus vecinos.



La ciudad fue creciendo hacia el oeste de Slosthomen, y parte de la riqueza procedían de las voluminosas capturas de arenques, que obtenían los experimentados pescadores locales que conocían estas aguas a la perfección.



El rey Cristian IV convirtió Copenhague en capital del reino, condición de la que había gozado la histórica Roskilde, siendo transformada en una impresionante urbe durante el Renacimiento.



Marmorkirken – la iglesia de mármol – o iglesia de Federico – levantada en el siglo XVIII, intenta emular el panteón de Agrippa. En la entrada nos recibe Ansgar, el evangelizador de los daneses.



Los canales insuflan vida a esta preciosa ciudad. El verano en esta tierra es maravilloso, sin temperaturas asfixiantes, ni piel constantemente impregnada en sudor.



Rathaus. A un paso del famoso parque de atracciones, Tívoli, el ayuntamiento de Copenhague, un vistoso edificio de ladrillo cocido, es un homenaje a la propia historia de la ciudad, y a algunos de los daneses más ilustres, como Anderssen o Bohr.



Una estatua dorada y ricamente ornamentada de Absalón preside la fachada principal del ayuntamiento de la ciudad. 



Cuando era niño para mí Dinamarca, cuna de Hans Christian Andersen, era la tierra de los cuentos.



Canales y magníficos edificios, plazas y altas torres terminadas en punta, turistas y vecinos comparten el espacio y llenan de alegría sus calles. Aunque he de decir, que antes de venir esperaba una ciudad más tranquila y con menos ajetreo.



La cúpula de los dragones que entrelazan sus colas, simbolizan a Dinamarca, Suecia y Noruega, naciones integrantes de la Unión Kalmar.



La Fuente de Gefión, un ejemplo más de que nos encontramos en una ciudad de tintes legendarios. 




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