En una inmensa llanura,
inundable por todos lados, entre los mundos franco-germano y el
ruso-varego se desarrolló, a dura penas, el estado medieval polaco.
Un proceso largo y tortuoso, marcado por las rencillas familiares,
las envidias y la miopía geopolítica de unos duques obsesionados
por convertirse en cabeza de ratón, olvidando que a veces (muchas)
es más rentable ser cola de león.
Pocos estados europeos
han sufrido unas fronteras tan difusas (y fácilmente rebasables)
como Polonia. Ningún río o cordillera les ha servido nunca para
parapetarse y defender cómodamente su integridad territorial. La
propia geografía parece invitar al enemigo a iniciar la invasión. Y
a pesar de todo, Polonia lleva más de mil años resistiendo
acometida tras acometida.
Polonia, Bohemia (la
base territorial de la actual República Checa) y Hungría comparten
espacio, problemas, aspiraciones y esperanzas. Cuando intento
estudiar la historia de una de ellas, rápidamente salen a escena las
otras dos. A partir del siglo X, con el amigo Miezko a la cabeza, los
polacos experimentaron un doble proceso de cristianización y
configuración de un estado, característico de los pueblos asentados
en Europa Oriental (aquellos que no tuvieron relación directa ni con
el Imperio ni con la cultura romana), como los húngaros, los moravos
y los bohemios. Entre los siglos X y XVII las dinastías Piast,
Jagellón y Vasa, aunando esfuerzos, consiguieron que Polonia –
unida a Lituania – fuese uno de los estados más extensos (y
poderosos) de Europa.
Entre el mundo germano
(el ala oriental de Imperio Carolingio) y los rusos (hermanos de raza
eslava en simbiósis con originales elementos vikingos – apunten
mejor escandinavos -), el pueblo eslavo de las llanuras, los polacos,
dan origen, forma y consistencia al Reino de Polonia, sobre unas
tierras, esas llanuras escasamente delimitadas, eternamente
disputadas y apetecidas por todos, repartidas como los naipes de una
baraja por Hitler y Stalin en los prolegómenos de la Segunda Guerra
Mundial.
Convulsa es la historia
del estado polaco, atrapado entre la agresividad exterior y la
indolencia (disfrazada de ambición) en el interior. Un país (y una
gente) que sufrió avatares sin fin hasta convertirse en una reino
estable, suturando, pada ello, las fisuras. Fuerzas centrífugas que
desde el interior del país se niegan a colaborar, a arrimar el
hombro, por cobardía, por complejo de inferioridad (típico de la
gran nobleza europea) y por miedo (celo y envidia) al crecimiento
excesivo del vecino (como bien podemos comprobar la envidia no so es
deporte nacional en España), y mirar únicamente por sus egoístas
intereses. Y como gustamos hacer leña del árbol caído, burgueses
alemanes, teutones con las cruz en la mano, húngaros, bohemios y
tártaros, entre muchos otros, se inmiscuían con demasiada
frecuencia en los delicados asuntos polacos.
Esto es un intento (ya
veremos si frustrado) de poner en orden unas pocas notas sobre el
origen y evolución histórica del Reino Medieval de Polonia.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario