Tras unos inicios
fulgurantes y prometedores, que anunciaban un futuro de esplendor y
grandeza, el estado recién nacido, sufrió una serie de vaivenes
intestinales y desagradables intromisiones que lo anularon como
fuerza política y como emergente potencia regional. Los problemas se
multiplicaban por todos lados: una violenta reacción pagana, presión
germana en las fronteras, imposición de reconocerse vasallos del
Imperio...
Con la muerte de
Boleslao, el título real por el que tanto había luchado, y el rango
del estado polaco murieron con él. Su hijo y sucesor Miezko II
Lampert, fue una persona débil, que contaba con la descarada
oposición de Conrado II no fue capaz de contener a todos los
enemigos que le acosaban: rusos, daneses, bohemios y sus propios
hermanos de sangre, ni de acabar con las luchas internas, con el
resurgir del paganismo y el enfrentamiento entre cristianismo latino
y ortodoxo. Un cúmulo de dificultades que estuvieron a punto de
borrar del mapa el reino de Polonia. En este contexto Miezko II
renunció a la corona, se sometió al vasallaje del emperador y
perdió algunos territorios: Pomerania, Lusacia....Continuará...
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