miércoles, 28 de septiembre de 2016

REINO DE POLONIA XII: TRAVESÍA POR EL DESIERTO.



Después de la disolución de la monarquía efectiva, una gran inestabilidad se apoderó de un territorio y unas gentes que trataban de ser un Reino, sumidos en una espiral de violencia, guerras civiles, destronamientos, divisiones... La debilidad de las cabezas visibles de la dinastía Piast, depositaria de la soberanía, fue aprovechada por una nobleza privilegiada que controla, limita y socava la autoridad real. Los motes que el pueblo puso a los duques, como Ladislao Piernas Largas o Boleslao Boca Torcida, son una muestra del escaso (o ningún) respeto que inspiraba la figura regia. Después de un incómodo interregno (1034 – 1040) Casimiro I llamado el Restaurador (obvio) consigue restablecer la unidad del estado y de la iglesia, pero solamente para afrontar una larguísima travesía por el desierto.

A pesar de la restauración (más bien reanimación de un cadáver que se resiste a morir), el monarca estaba cada vez más controlado por la nobleza, al tiempo que caía bajo la dependencia del emperador Enrique III. Casimiro I tuvo que enfrentarse a serias dificultades (de esas que ponen constantemente tus aptitudes a prueba): hacer frente a las revueltas paganas (unas gentes que pretendían volver a sus creencias y ritos precristianos) y repeler las invasiones procedentes de Kiev y de Bohemia. Los bohemios penetran con cierta facilidad en el país, conquistan Silesia y consiguen robar las reliquias de San Adalberto de Praga que eran custodiadas en Praga.

No se amedrentó Casimiro, y con la ayuda de su colega alemán Enrique III reconquista Silesia y Mazovia, traslada su capital a Cracovia e inicia la reorganización de estado e iglesia (en este caso incorporando clero alemán), y propocia la llegada y asentamiento de órdenes religiosas. Territorialmente el estado bascula desde la Grande, a la Pequeña Polonia, pero como contrapartida, y aprovechando la débil posición del monarca, la nobleza se vuelve fundamental para controlar el gobierno.

El hijo de Casimiro, Boleslao II, arrebató Eslovaquia a Hungría, llevó una expedición hasta Kiev y apoyó al papa Gregorio VII en su lucha con el imperio y de paso se sacude la (siempre) molesta tutela germánica. En agradecimiento el Santo Padre propició su coronación como rey. Poco duró la estabilidad, pues la actuación de Boleslao soliviantó a los nobles que se rebelaron, y sentaron en el trono a su hermano Ladislao I Herman. Mientras, Boleslao tuvo que huir de su país.

Ladislao Herman era un títere, una pusilánime marioneta en manos de los magnates, que a fin de cuentas son los que gobernaban y administraban el reino, mientras que el país continúa su penar, pagando tributo a la vecina Bohemia. A la muerte de Ladislao se produce una nueva guerra entre sus hijos de la que resulta vencedor Boleslao III.


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