miércoles, 1 de abril de 2015

JUAN I DUQUE DE BRABANTE.



A Juan I, Duque de Brabante, lo conocí una apacible y soleada mañana de domingo paseando por la bella Malinas. Era uno de los últimos días de agosto y allí estaba él, con su yelmo reluciente, retratado en un medallón, en la fachada del ayuntamiento medieval, junto con otros condes, duques, reyes y emperadores que mantuvieron algún tipo de relación con la ciudad. 

A la muerte de su padre, Enrique III de Brabante, cuando su cuerpo y mente estaban preparados, con ayuda de su madre, Adelaida de Borgoña, logró apartar del ducado a su hermano mayor, Enrique IV, cuyos problemas mentales habían incapacitado para el gobierno. 


Pendenciero desde la cuna, aventurero de espíritu, guerrero por convicción y poeta por devoción, virtudes ideales de un auténtico caballero medieval. Juan I de Brabante "el Victorioso" se vio envuelto en todos los follones, de esos que estaban tan de moda en la Europa Feudal de su tiempo. Su espada siempre estaba presta para ser desenvainada.
 
Se casó con la hija de San Luis, pero murió al poco tiempo, apoyó a Felipe III de Francia, al que había entregado a su hermana María de Brabante como esposa, frente a Sancho IV de Castilla por el asunto de Alfonso de la Cerda, se unió a la Cruzada de Aragón lanzada por Martín IV contra Pedro III de Aragón y en 1288 conquistó el Ducado de Limburgo, que desde entonces permaneció unido a Brabante.  


Aficionado a justas y torneos, fue un afamado competidor que participó en más de setenta lances, murió, como no podía ser de otra forma, con las botas puestas. Durante la celebración de un torneo, la lanza de su contrincante quedó hundida en su pecho. Horas después, entre ensoñaciones febriles de batallas victoriosas, abandonaba este mundo, a consecuencia de la mortal herida.  

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