martes, 16 de septiembre de 2014

SKANDERBEG



Jorge Castriota, de familia noble albanesa pasó parte de su juventud en la corte otomana como rehén, aprendiendo el oficio de la guerra, abrazando el Islam y luchando para la Sublime Puerta. Su habilidad en el campo de batalla le valió el título de "Iskender bey" o "Príncipe Alejandro" por comparación con el Magno, en albanés Skanderbeg o Skenderbeu. Regresó a Albania, renegó de la Media Luna, se puso al frente de un grupo de príncipes y ciudades y dedicó su vida a mantener la independencia de Albania frente al Imperio Otomano.



Pero ¿qué sabemos realmente de Jorge Castriota?. De la persona, no del estadista. Del hombre, no del guerrero. Un tipo inteligente que debía conocerse bien a sí mismo, sabedor de sus virtudes y defectos. Nunca dudó a la hora de ceder el mando de fortalezas y plazas fuertes, para mientras tanto, él hostigar al enemigo desde fuera. Un maestro de la defensa móvil. Nunca quiso arriesgarse a convertirse en un roedor dentro de una ratonera.  





Ni el sultán Murat II, ni su hijo Mehmet II, el Conquistador de Constantinopla, pudieron doblegarle. Guerrero del águila, espada de la Cristiandad, Atleta de Cristo y Caballero admirado en toda Europa (por amigos, por enemigos). Hábil diplomático, estrechó lazos con Venecia y con Ragusa, contactó con Milán, se acercó al Papa, forjó alianza con Alfonso V de Aragón, y prácticamente todas las cortes de Europa recibieron sus misivas y a sus embajadores. Con Janos Hunyadi, Esteban de Moldavia y Vlad III Dracul, martillo de los turcos. Eficiente jinete y excelente estratega, su defensa móvil frustró una y otra vez las acometidas otomanas, retrasando, la menos hasta su muerte, la inevitable conquista y dominio turco sobre Albania. Hoy en día se le considera héroe (y casi fundador) de su país.


Skanderbeg fue durante toda su vida un guerrero, un hombre de acción. No destacó como fundador de ciudades, ni por sentar las bases de un estado, ni nada parecido. Bien es cierto que la ocasión no era era propicia para crear una entidad estatal. En esos tiempos sólo había una prioridad; sobrevivir hoy, para seguir combatiendo mañana. No obstante, el nacionalismo romántico del siglo XIX y el nuevo estado independiente albanés de principios del XX lo convirtieron en un símbolo patrio. Enver Hoxha, hizo el resto, elevando a Skanderbeg a la consideración de Padre de la Patria. 

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