Otón
I el Grande, el auténtico primer emperador del Sacro Imperio Romano
Germánico, tuvo el mismo problema que su padre Enrique, los
magiares, que pululaban, cual mosca cojonera picando acá y allá, a
todos los ducados, reinos, obispados y principados de Europa Central. Enrique I "el Pajarero" los derrotó en la Batalla de Merseburgo, pero al parecer
no tuvieron suficiente, y siguieron erre que erre con sus razzias e
incursiones. Otón con una posición más consolidada y fuerte que su
padre les quitó las gana de seguir incordiando en la Batalla de
Lechfeld (955) frente a los muros de Ausburgo. Tras la derrota, los
húngaros, abandonaron sus correrías por Europa, y también
decidieron fortalecer su posición en la llanura panónica y acabaron
convirtiéndose en un estado cristiano más dentro de la gigantesca
órbita de Roma.
El
10 de agosto del 955 en una llanura junto al río Lech las tropas
húngaras, comandadas por Bulcsú, y sus lugartenientes Lehel y Sür,
fueron derrotados por el ejército germánico de Otón I el Grande,
cuyo triunfo le sirvió para conseguir los apoyos necesarios para
cimentar su autoridad imperial. Ocho divisiones de caballería
pesada, de unos mil jinetes cada una, aplastaron la caballería
ligera húngara. El propio Otón comandaba el cuerpo de ejército más
numeroso, que incluía su guardia personal, y decidió la batalla al
dirigir un vigoroso ataque sobre la fuerza principal del ejército
húngaro. Conrado el Rojo, Enrique I duque de Baviera, el príncipe
Boleslav de Bohemia y Herman de Suabia formaron el Estado Mayor del
futuro emperador.
Como
escribió hace mucho tiempo, Mariano Pérez de Castro, "La
batalla del río Lech puede considerarse a la vez como el sepulcro de
la raza nómada de Atila y como la cuna de la nacionalidad húngara
moderna, cuya piedra angular no tardó en poner San Esteban"
(Atlas de las Batallas, Combates y Sitios más célebres).
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