Una preciosa villa medieval que no desmerece una sosegada visita. Su poderoso castillo, semiderruido, y el tamaño (y número) de sus edificios religiosos son una muestra de la importancia que tuvo la ciudad en el Medievo.
De origen incierto, unos dicen que romano, otros que visigodo, su antigua fortaleza en lo alto de un cerro desempeñó un papel crucial en la historia de Castilla.
Un cerro – colina o mota – coronado por un castillo. A su pies, una larguísima calle, jalonada por interesantes edificios, articula el entramado urbano de la ciudad. Desde lo alto del castillo se pueden controlar varios kilómetros a la redonda.
Castrojeriz tiene su lejano origen en un castro celtibérico; Castrum Sigerici. El Camino de Santiago y el temprano fuero (974) dieron forma a la ciudad medieval, que se prolongaba alrededor del cerro del castillo. Hoy son sólo ruinas, pero en la Edad Media era una atalaya perfecta para dominar el entorno. Esta villa jacobea llegó a contar con nueve iglesias y siete hospitales.
Los peregrinos van entrando en la ciudad por el arrabal y lo primero que ven es un edificio religioso de considerables dimensiones, la ex-colegiata de la Virgen del Manzano.
Avanzamos por una calle que nos lleva a los pies del cerro y vamos penetrando, poco a poco, pasito a pasito, en el casco histórico de Castrojeriz. Aquí todo huele a camino medieval.
Dentro de la localidad, la calle que recorremos, discurre por la parte más alta de la ciudad, y el primer edificio de enjundia que encontramos es la Iglesia de Santo Domingo del siglo XVI. Estaba cerrada, pero en uno de los muros exteriores se puede ver un lúgubre osario que nos vuelve a recordar lo efímera que es la vida humana.
El lema grabado en el osario reza así; O Mors, O Aeternitas.
En la misma calle descubrimos un pequeño rincón, minimalista y daliana (daliniana, de Salvador Dalí), la Casa de la Paz.
Casa de la Paz.
En la calle principal de Castrojeriz, una sencilla puerta, nos transporta a una casa especial, maravillosa, acogedora y muy apacible. La obra de arte como un todo integral, un espacio que invita a sentarse y relajarse, dejarse ir, meditar, dormir . . . o morir por unas pocas horas . . .
A continuación se sucede la plaza de los fueros, donde un monolito (o mojón, según prefiera el lector) recuerda el milenio de su famoso fuero, y la plaza mayor que tiene una bonita galería porticada.
Repoblación de Castrojeriz.
“Yo, García Fernández, por la gracia de Dios, conde y emperador de Castilla, en unión con mi mujer, la condesa Ava de Ribagorza, hacemos escritura de libertad a vosotros fidelísimos hombres de Castrojeriz. Damos buenos fueros a los caballeros e infanzones: que pueblen sus heredades con los que vengan (…) y no paguen portazgo, montazgo, pontazgo ni ninguna otra corvea”.
[…] la fijación de nuevos pobladores se hacía por el simple expediente de crear nuevas poblaciones, hacia las cualels los fueros respectivos atraían a gentes fieles a su fundador, a menudo sustituidas parcialmente, cuando tal ciudad cambiaba de mano, por vasallos del nuevo señor, a quienes se favorecía con oportunos y expresos privilegios.
José Ángel García de Cortazar.
Historia de España Alfaguara.
La época medieval.
Más allá el ayuntamiento y un albergue para peregrinos sobre los muros/ruinas de una iglesia (¿San Esteban?).
Antes de abandonar la ciudad, y volver al campo, nos despide la iglesia medieval de San Juan Bautista. Una templo de grandes dimensiones.
La cruz llamada Tau, vinculada (por algún vericueto resorte de la historia) a la Orden de San Antón, es omnipresente en la villa y sus alrededores.
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